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La Lupa

El miedo a la renovación política en la oposición

Una parte del problema de quienes encaran la política venezolana es que durante décadas se han instalado algunas creencias y distorsiones en torno a ella. La primera, es que muchos dirigentes se sienten ungidos por algún ser superior, un Dios, un “llamado divino” a conquistar la presidencia y dedicarle toda su vida a este deseo, mientras respiren aspirarán

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Caracas/Foto: Cortesía. Ante una oposición sumamente desgastada, sumergida en la desconfianza, fracasos de todo tipo y que no permite su renovación interna para darle paso a nuevas generaciones, se acerca un panorama poco agradable para quienes llevan 25 años presentándose como fórmula de cambio. Los ciudadanos están agotados de ver las mismas caras prometiendo lo mismo y fallando. Es como estar dentro del cine y ver la misma película durante 25 años, cuando lo único diferente son el color de las butacas y el sabor de las cotufas. ¿Por qué en Venezuela es tan difícil renunciar a la política o asumir un error? ¿Por qué nadie asume su fracaso como ocurre en Japón, España y otros países del mundo? ¿Será un asunto de autoestima, complejos y taras políticas? Si la dirigencia mostrara su lado más humano las cosas fueran distintas. 

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Una parte del problema de quienes encaran la política venezolana es que durante décadas se han instalado algunas creencias y distorsiones en torno a ella. La primera, es que muchos dirigentes se sienten ungidos por algún ser superior, un Dios, un “llamado divino” a conquistar la presidencia y dedicarle toda su vida a este deseo, mientras respiren aspiraran. Otros han justificado su incursión en la vida pública argumentando que su linaje es colonial ya que descienden directamente de los genes de Simón Bolívar y otros próceres. También están los que manifiestan su vocación política desde la educación básica, el cuarto grado de primaria, y como delegados ejercieron grandes responsabilidades que los animaron a perseguir el sueño de llegar al poder. Cuando revisamos a fondo como si de psicoterapia política se tratara, vemos que el punto de partida de muchos de estos argumentos es la infancia, el “SuperYo” y el locus de control. Algunos con un grado mayor de narcicismo han llegado a decir que ellos “saben” como resolver todos los problemas del país, recordándonos a Milei, Trump y Bukele quienes exteriorizan una imagen de “superhombre” como si se tratará de Batman en Gotham City. 

Otro de los asuntos que la ciudadanía se pregunta en sus conversaciones sobre la política es ¿De qué viven los políticos? ¿Cuáles son sus fuentes de ingreso? ¿Ejercen su profesión? ¿De qué vive un superhéroe entonces? En la mayoría de los casos no hay respuesta clara, todo resulta una voltereta, un pase agachado como se suele decir en Venezuela: “Se hace el Willie Mays” cuando la pregunta es sencilla, lógica y válida en un país con altos niveles de incertidumbre y corrupción sobre la élite política.

La relación entre ciudadanos y políticos sería diferente si las preguntas sencillas fueran respondidas. ¿Quién conoce la nevera de un político? ¿Sus aficiones? ¿Su biblioteca? ¿Su chocolate favorito? Solo la militancia y si acaso. Se ha tenido la idea de que el político es un ser superior al resto, que no hace mercado, no surte su carro de gasolina y no compra en una panadería, pero esta distancia marcada por la creencia principal de que el político es un designio divino o una causa casi intocable que respira un oxígeno distinto al de la ciudadanía es precisamente una consecuencia de esa creencia errada. En el fondo, toda esta distorsión es contraria a la política que se requiere en estos tiempos sedienta de más proximidad, conversación horizontal y espontaneidad. La gente quiere ver a los políticos como son ya que la identidad parte de allí y sin esto la conexión solo es un asunto superficial, efímero y electoral. 

Hoy vemos a influencers de redes sociales ayudando a los políticos a humanizarse, cuando ellos mismos cedieron esos espacios por su rigidez, inseguridades y rechazo a la naturalidad, principal atractivo de cualquier relación. 

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Regresando al punto inicial cabe preguntarse ¿Si el hartazgo de la gente sobre la política está asociado a las mismas personalidades que durante años no han logrado cumplir sus promesas, no sería momento de apostar por una renovación?  A la oposición le valdría la pena experimentar un camino distinto, una nueva oportunidad junto con la ciudadanía que sin tener “burdel político” y olfato de pastor alemán pudiera movilizarse en una política resolutiva en el tablero social. La incorporación de nuevas practicas políticas, otros lenguajes y códigos pudieran mejorar las conversaciones intersectoriales necesarias para un diálogo y una negociación política. No se trata de apartar a los políticos tradicionales o de imponer un grupo social sobre otro, es darle espacio a una imagen renovada de la política, con mayor confianza y posibilidades de incidencia. 

Se quiere pensar que no porque lo contrario obliga a desafiar lo establecido pero el oficialismo puede mantener su dinámica de poder con la misma oposición durante muchos años más. Cualquier cambio dentro de las estructuras del sistema es inconveniente ya que rompería con la simbiosis y la política quid pro quo generadora de eternos y repetitivos bucles dentro la política en el tiempo. Las personas sienten que todo se repite porque nada ha cambiado en el fondo, solo las formas y el contexto. Es un trago amargo analizar la parte de abajo de iceberg porque obliga a enfrentar la realidad y a redescubrirla, pero es un paso necesario para la evolución y la persecución de nuevas oportunidades. “Para llegar a alguna parte, debemos dejar algo atrás”: Tercera ley de Newton. 



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