La Lupa
El miedo a las expectativas políticas incumplidas
Caracas/Foto: Archivo. La creación de expectativas e ilusiones sobre el cambio político en Venezuela ha generado a lo largo de los últimos años un cansancio psicológico que reposa en la mente de los ciudadanos. Mientras el oficialismo corre hacia adelante para consolidarse en el poder, la oposición, con muy limitadas alternativas acude nuevamente a la presión de la comunidad internacional, específicamente Estados Unidos, para que Edmundo González sea juramentado en suelo venezolano el próximo diez de enero tal como lo ha prometido en diversos medios de comunicación internacionales. Si esto no ocurre, en la población opositora regresarán las emociones negativas y la ya conocida frustración reforzando una vez más el hartazgo sobre la clase política.
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Aquellas predicciones cargadas de titulares amarillos que aseguren la definición de un escenario deben ser rechazadas o por lo menos puesta en duda, ya que no hay forma de visualizar con exactitud lo que ocurrirá para la fecha. Sin embargo, las probabilidades de que el oficialismo salga del poder el diez de enero siguen siendo bajas, casi nulas, dado el control institucional, territorial y militar que tiene el gobierno. Desde el 28 de Julio, el gobierno de Nicolás Maduro se ha encargado de fortalecer toda la superestructura de poder a nivel nacional para evitar un desmoronamiento frente a una situación “límite”, si llegase a ocurrir. Otro de los síntomas más relevantes que sostienen las probabilidades de continuidad de Nicolás Maduro ha sido la certeza con la que comunican que no existen fracturas o cuerdas flojas dentro de su coalición, específicamente en el área militar. Todo parece apuntar que el gobierno está dispuesto a disuadir de forma inmediata cualquier foco de sublevación, alteración del orden público y llamados a la violencia en las calles.
Desde que un sector de la oposición sustituyo el encuadre de diálogo-transición por la emocionalidad y la prontitud política, esa que exige “cambio” sin entender que se trata de un proceso largo y complejo, el oficialismo ha alimentado su narrativa sosteniendo que no hay posibilidades de cambio con los sectores más radicales que pretenden desaparecer al Chavismo-Madurismo, sectores encabezados específicamente por María Corina Machado. Un ejemplo de ello es la asociación narrativa de lo que ocurre en Siria con el caso venezolano, donde se argumenta que en el país ocurrirá lo mismo el próximo año. Sin embargo, en este punto hay divergencias significativas ya que, dentro de la misma oposición, una gran mayoría no comparte la tesis belicista de “tierra arrasada” que viene recorriendo desde 2019 donde se consideraba aplicar una estrategia de “máxima presión” que contemple sanciones económicas e intervención militar. Esto de utilizar ejemplos internacionales como estimulantes psicológicos y mediáticos no es nuevo, en 2014 la llamada “Salida” conducida precisamente por María Corina Machado y Leopoldo López estuvo narrativamente influenciada por el Euromaidán en Ucrania. También ocurrió en 2020 con las protestas encabezadas por Joshua Wong en Hong Kong. Instrumentalizar los conflictos del otro lado del mundo y hacer un “copy and paste” con Venezuela sigue siendo un error, una gran irresponsabilidad de parte del liderazgo.
Hay que señalar que la oposición no es homogénea y monolítica, aquí existen distintas visiones estratégicas sobre el manejo del conflicto venezolano y no todos los actores políticos pretenden desaparecer físicamente al oficialismo como algunos extremistas digitales desde el anonimato aspiran con la llegada de mercenarios a cargo de Erik Prince. En la llamada Plataforma Unitaria hay fuertes divisiones sobre este punto ya que las percepciones que viene arrojando este asunto del 10 de enero son negativas y contradictorias.
La excesiva dependencia de la nueva administración de Donald Trump y su Secretario de Estado Marco Rubio aleja a la oposición de un equilibrio en las expectativas reales de cambio y reduciéndolo todo a declaraciones rimbombantes, tweets amenazantes que aseguran que el gobierno de Nicolás Maduro está debilitado y en poco tiempo saldrá del poder. Algo muy parecido sucedió durante los años de Juan Guaidó donde se subestimó la capacidad política del gobierno de disuadir cualquier amenaza interna y externa, a pesar de las presiones diplomáticas, el aislamiento, las sanciones, la pandemia y todo el respaldo de la comunidad internacional.
En casi todos los escenarios, la oposición no controla ninguna de las opciones y su capacidad de maniobra es extremadamente limitada, la mayoría de los movimientos de “presión”, sinónimo de más amenazas y más sanciones, dependen de los intereses de la comunidad internacional y de la convulsión geopolítica. No está en manos de Edmundo González Urrutia, María Corina Machado o cualquier otro opositor activar una estrategia de presión bélica internacional o impulsar un desembarco de tropas norteamericanas en una costa venezolana. Aunque en las redes sociales estas sean las noticias que más abundan, la realidad es la realidad y los deseos personales que se disfrazan de noticias terminan por defraudar.
¿De juramentarse Nicolás Maduro el diez de enero se cumplirán todas las amenazas por parte de la comunidad internacional y Estados Unidos? ¿Qué pasa con todo lo que la oposición está prometiendo el día de hoy a través de las redes sociales? ¿Dónde queda el tiempo y la esperanza de la gente que quiere un gobierno distinto en Miraflores? ¿Logrará Edmundo González imponerse a pesar de las amenazas y llegar al país? Son algunas de las preguntas que se hacen los ciudadanos dentro de su mar de dudas. Sin embargo, el factor más lamentable del día después no es el hecho de una juramentación sino la percepción política y el relato que nacerá después de ese día. La imagen que quedará grabada del hecho político. Sí la oposición no cumple lo prometido durante todos estos meses es probable que esa desafección política mal-curada que dejó el interinato luego de su capitulación un 30 de diciembre del 2022, aparezca y con más fuerza.
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