La Lupa
El rostro oscuro de Nayib Bukele
Atrás quedó el personaje contestatario y diferente. Hoy es una versión tecnológica y comunicacionalmente moderna de un Daniel Ortega. Al tirano nicaragüense se parece cada día más. Ambos amasan un poder inusitado y hacen lo que les provoca. Bukele seguirá jugando a ser un héroe que actúa en un país plagado de inequidades y violencia
Caracas/Foto: AFP. La última participación del presidente salvadoreño Nayib Bukele en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas permitió que la careta de novedad y de cambio que el líder mostraba cayera estrepitosamente. Lo irredento y temerario de un personaje que sacó su teléfono celular en su primera disertación ante el foro y optó por tomarse una foto, quedó en el pasado y probablemente en el olvido. En esta oportunidad, cual tirano bananero de retrógrada autocracia de antaño, usó la palestra para fustigar a quienes lo critican, protestar ante la actitud de quienes discrepan de su modelo y señalar que seguirá adelante con su plan de gestión.
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El primer mandatario del país centroamericano está abiertamente en campaña y usó el escenario para promocionarse y exigir que se respete lo que está haciendo, señalando además que no dudará en mantener su política de mano dura y que su anhelo es revertir el éxodo que la violencia ha provocado en su país, buscando que muchos de los que se marcharon consigan regresar.
Pero el discurso escondió muchas de las sombras que Bukele tiene a su alrededor. Detrás de esa imagen, construida habilidosamente, de un ferviente político entregado a la lucha contra las necesidades que afronta su población, está un perverso personaje que anhela la perpetuidad y que ha destruido las instituciones para alcanzar su permanencia en el poder por muchos años.
Varios son los indicios que se presentan para sustentar el resquebrajamiento del estado de derecho, pero uno de los casos que generó preocupación fue la irrupción hace unos años al órgano legislativo, acompañado de miembros de las fuerzas armadas. Allí el presidente, quien cuestionaba las trabas que la mayoría legislativa opositora tenía contra algunas de sus medidas, entró al recinto. Luego de un espacio de “reflexión”, manifestó que desistía de la toma, pues al hablar con Dios había recibido el mensaje divino de que quienes lo adversaban saldrían muy pronto del poder.
En los comicios siguientes el nuevo partido de Bukele, junto a ciertas fuerzas aliadas, logró hacerse con el control pleno de la Asamblea Legislativa, poseyendo una mayoría que le permitió concretar su poder absoluto, ahogar cualquier atisbo de disidencia y avanzar en pos de la permanencia perpetua. Entre las primeras medidas del parlamento diseñado a medida de la voluntad del líder estuvo la destitución de los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y del Fiscal, notando que los jueces habían limitado el poder presidencial durante la pandemia, mientras que el jefe de la fiscalía fue señalado de tener vínculos con entes partidistas opositores. Aunque los sectores afines a Bukele señalaron que juristas probos, independientes y éticos ocuparían las vacantes, entre los designados hay figuras plenamente identificadas con el partido de gobierno, además de que algunos no tienen ningún tipo de vinculación con el área constitucional.
Bukele, en medio de su feroz campaña mediática para diferenciarse del pasado, ha señalado que su postura es la de un convencido de que la política tradicional no sirve y de que los cambios hacen falta, frase vacía que ha cautivado a varias personas y que incluso algunos políticos ingenuamente repiten sin entender la naturaleza de quien la emite. En todo caso, Bukele ocupó alcaldías de su país, de la mano del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido del que se salió al ser expulsado por prácticas violentas y personalistas, según determinó un órgano disciplinario de esa tolda.
Una vez decide optar por la primera magistratura, y ante la carencia de oportunidades y tarjetas partidistas, decidió concurrir con la Gran Alianza Nacional (GANA), partido fundado por el expresidente Elías Antonio Saca, personaje de oscuro paso por la presidencia y en su momento líder de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), tolda política de larga trayectoria en su país. Es decir que Nayib Bukele no es un rostro nuevo en la política, ni se ha diferenciado de actores cuestionables en la administración pública salvadoreña.
Bukele está a punto de renunciar, pero no porque sus cuestionamientos al trato hacia la prensa o la disidencia sea objetado por muchos sectores en la comunidad internacional. Tampoco dejará el poder por una funesta conducción de la política exterior, que incluso ha llegado a grabar y divulgar conversaciones con diplomáticos. No se apartará por la denuncia de la violación a los derechos humanos, bajo el pretexto de la lucha contra la delincuencia. En realidad, tanto él como su vicepresidente abandonarán el cargo para optar por la reelección por su partido Nuevas Ideas.
Si bien es cierto que la medida vulnera la constitución, el nuevo andamiaje creado a su medida justifica bajo controversiales procederes la actuación de Bukele, dejando abierta la posibilidad para que concurra a los próximos comicios. Lo complejo de todo es que dada la vorágine propagandística y la manera en que ha copado todos los espacios, la alicaída oposición difícilmente logre frenar su avance, al menos en esta oportunidad.
Atrás quedó el personaje contestatario y diferente. Hoy es una versión tecnológica y comunicacionalmente moderna de un Daniel Ortega. Al tirano nicaragüense se parece cada día más. Ambos amasan un poder inusitado y hacen lo que les provoca. Bukele seguirá jugando a ser un héroe que actúa en un país plagado de inequidades y violencia. Quienes lo adversan pueden ir minando su popularidad y en algún momento desplazarlo. De no actuar con inteligencia entregarán el país a un hombre que cual monarca absolutista medieval, se apropiará de su nación en beneficio propio, mientras que cualquiera que ose criticar lo que acontece sea tildado de traidor, llevando las consecuencias de enfrentarse a un personaje que incluso se construye un halo de divinidad.
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