La Lupa
Élites del gobierno y la oposición quieren seguir conflicto: todavía no es tiempo de acuerdos
He dedicado los últimos artículos para El Cooperante al tema de las negociaciones entre el gobierno y la oposición. En este tercero y último –“por ahora”- aproximo un “case study” con el proceso de conversaciones en Irlanda del Norte que terminaron en el Acuerdo del Viernes Santo –un texto de 35 páginas- del que se celebran 25 años. Mi respuesta no es halagadora: a la luz del “modelo Irlanda”, no es posible un acuerdo para Venezuela ente el gobierno y la oposición. La principal razón es que las elites del gobierno y de la oposición quieren seguir el conflicto. No hay cansancio por la lucha sino ganas de continuarla. Cada grupo está convencido que el tiempo lo favorecerá y que “verá el cadáver de su enemigo pasar por la puerta de su casa”. En algún momento se darán cuenta que no será así y si el tonto orgullo y el voraz bolsillo se los permiten, se sentarán a conversar, pero pasará tiempo antes que suceda
Caracas / Foto Portada: cortesía.- Las negociaciones entre el gobierno y la plataforma unitaria se mantienen estancadas. Tras bambalinas seguro se hacen esfuerzos para que revivan. Otros intentos no tan tras bastidores como la “Conferencia internacional sobre el proceso político de Venezuela” que organizó el gobierno de Colombia, produjo un comunicado a mi modo de ver importante, pero la coyuntura política se lo tragó.
Un Petro cuestionado porque no respeta la independencia de poderes en su país, grupos que parecen ir por él -construir una situación tipo Pedro Castillo- y un Maduro que concienció que es difícil gobernar en una situación en la que no lo van a derrocar, debilitan el comunicado de la conferencia y las negociaciones mantienen su parálisis.
Debo ser honesto. Mi ánimo ahora no es bueno con respecto al proceso político venezolano. En política siempre se trata de mantener una buena actitud. Palabras más, palabras menos, es lo que para Weber caracteriza al político: una buena actitud frente a las peores circunstancias del mundo político, que suceden. Busco mantener la “esperanza sobria” de la que habla la psicoanalista chilena Constanza Michelson.
Aun con mi tradicional buena disposición, mi ánimo está en modo “Memorias de un venezolano de la decadencia”. En un sistema autoritario el ánimo no puede ser bueno, salvo que la persona sea de la Nomenklatura o de la “resistencia”, ambos muy bien dentro la economía política dolarizada “del régimen”. Fuera de ese circuito, no puede existir buen ánimo. Principalmente porque los autoritarismos son grises. La monotonía y lo aburrido son su fuerte. Los autoritarismos, desde el punto de vista psicosocial, anulan el deseo, que es un motor de la vida.
Esta reflexión viene de cuando estudié psicología social a nivel de postgrado, en el tema “Síndromes autoritarios y post-autoritarios”, que es un área de la disciplina.
Así que este artículo está marcado por este particular estado de ánimo que observa que lo que sobresale es nuestra mediocridad. Ni siquiera aparece una Virtú en lo pequeño, aunque hablar de algo así es un oximoron.
Que el conflicto civil venezolano ahora sea de “baja intensidad” revela la mediocridad de manera más nítida. Para usar el lenguaje de la psicología social en un tema central de la disciplina -cómo se hacen las atribuciones, es decir, sobre cuál eje ponemos la explicación de un evento, si en las personas o en las situaciones- cuando el conflicto civil era violento podía apelarse a una “atribución situacional”. En otras palabras, la situación, el contexto, la cultura, “los otros”. Lo externo. Tanto el gobierno como la oposición tenían en lo situacional una excusa (“las sanciones” y “los cubanos” o “la Stasi”, por ejemplo). Eso daba apoyos “para la causa”, paciencia, y evitaba las críticas a pésimas estrategias, cuyos resultados vemos ahora.
Pero el conflicto civil violento cesó. Cierto que están las sanciones y la oposición fue reprimida por el gobierno de Maduro, pero hoy son ellos frente a ellos mismos. Hay una “atribución disposicional”, que es una disposición interna, de la persona o del grupo para comportarse de una manera determinada frente a un evento. Al ejecutivo no lo van a tumbar. La oposición tiene más riesgos, pero no parece vivirá una represión como la de 2017. Las atribuciones a las situaciones pesan menos que las atribuciones a la persona o al grupo. Ahora es lo que el gobierno y la oposición hagan. Lo que hacen es mediocre, propio de unas elites felices aduladas por sus montoneras digitales, pero incompetentes para la vida diaria, que es la de las personas.
Seguramente soy injusto, pero lo que observo son unas elites pequeñas. Muy buenas para el juego político de “te jodo para que no me jodas”, para macollar, pero para más nada. Les falta el deseo que su vacía felicidad de redes sociales no compensa ni llena. Se acostumbraron –lo peor, hacen de eso un punto de honor y orgullo- al discurso de la “resiliencia” (que, de paso, no es lo que se afirma es) que al final se asume como la aceptación de todo pero felices en mundos de fantasía.
En este ánimo, jurungaba tuiter. Siempre lo hago para ver las noticias. En el revisar, hallé un artículo que Bill Clinton escribió el 9-4-23 para el Washington Post a propósito de los 25 años de los Acuerdos de Belfast o Acuerdos del Viernes Santo entre UK, la República de Irlanda, y los partidos protestantes unionistas y los partidos católicos nacionalistas para lograr la paz en Irlanda del Norte. La firma del acuerdo fue el 10-4-98.
El artículo de Clinton explicó las causas que, a juicio del expresidente, dan cuenta del cuarto siglo de paz en la isla, aunque el acuerdo en su totalidad no se ha cumplido. Solo lo relativo a la parte política. Con todo, los irlandeses celebraron los 25 años del acuerdo. La paz –más si es acordada- bien vale una gran celebración ¡Cómo lo sabremos en Venezuela, que la perdimos!
Incluso, la paz en Irlanda del Norte trajo efectos para todo el mundo. La famosa serie GOT fue filmada en Irlanda del Norte. Se pudo grabar porque había paz. Para recrear la imaginaria “Rebelión de Robert” que atrajo a millones -incluso a venezolanos que no creen en negociaciones- hubo primero que terminar con la “Rebelión de Robert” de la vida real en esa tierra. Así que no son solo “las historias las que nos unen” sino un telón de fondo: GOT trata sobre la guerra en la imaginación, pero fue producto de la paz en la vida real.
A medida que leía el análisis de Clinton, me preguntaba si algo así sería posible en nuestro país. En esa reflexión, surgió escribir este artículo como un “case study” con el proceso de negociación en Irlanda del Norte como fondo. Algo similar ¿será posible en Venezuela? La respuesta es no.
Muchos casos de negociaciones exitosas y fracasadas pueden ponerse como ejemplo, pero no todos son celebrados porque no duran como pasa con el acuerdo en Irlanda. Incluso los hay en la historia de Venezuela. Los Tratados de Trujillo (noviembre de 1820) para ordenar un conflicto existencial como fue la Guerra de Independencia, que en lo relativo a la regularización de la guerra se respetó, pero no en el armisticio. Tratados que respondieron a un hecho que aparece en los conflictos existenciales: el desgaste causado por la matanza o la lucha. Colombia (la grande) y España estaban agotadas por el combate, cuya mayor intensidad se vivió entre 1813-1816. Los Tratados fueron una tregua.
Otros acuerdos no tuvieron tanta suerte o pasaron a ser de los tantos que llenan las páginas de la historia de Venezuela, aunque importantes en sus contenidos como el Decreto de Garantías de 1863 (agosto); o acuerdos que detuvieron una guerra, pero fueron limitados en sus alcances políticos como el Tratado de Coche de 1863 (abril).
Más reciente, el Pacto de Puntofijo de octubre de 1958 para regular no un conflicto existencial, sino las importantes divergencias de partidos adversarios pero que, a diferencia de la Independencia, tenían una meta común: modernizar a Venezuela. El conflicto de la Venezuela de hoy es más cercano a 1820 que a 1958, aunque sin armas. No tenemos algo como metas comunes que no sean puntos muy genéricos que si “un Estado derecho”, una “economía productiva”, o la “inclusión”.
¿Es la negociación política un recurso estratégico o táctico, para salir de un problema o circunstancia política? Esta pregunta se la escuché a Pedro Nikken. Curiosamente, un país –Venezuela- que hizo de la negociación política una forma de vida, parece que lo olvidó, y tiene que volver a aprenderlo.
Clinton hizo un recuento sobre cómo se logró el acuerdo entre dos grupos con una lucha existencial que cobró más de 3.500 vidas y 47.000 heridos, mayormente de civiles que no tenían que ver con la lucha, como pasa siempre en estos conflictos.
El político del partido demócrata se preguntó en su trabajo cómo explicar que la paz política haya durado un cuarto de siglo, mientras que la integración prevista en los acuerdos no haya avanzado mucho desde 1998.
Para Clinton, la clave del éxito político del acuerdo estuvo en la manera cómo la paz se logró [“(…)in the way the peace was made”)].
Ofreció cuatro variables para ilustrar cómo se llegó a la paz, que son las que comentaré para examinar el caso venezolano.
La primera variable es que las negociaciones tuvieron dolientes en la gente de la calle, en la “gente como uno”. Principalmente las madres que veían a sus hijos morir en combates callejeros. Existió la convicción que el conflicto tenía que terminar.
Lo segundo, el coraje de los dirigentes para mantener las conversaciones, tomar decisiones, hacer sacrificios, y lograr compromisos con los adversarios.
Lo tercero, el papel de los EUA en el conflicto armado.
Aquí hay un “caveat” porque en el Norte hay una gran comunidad irlandesa. Recientemente, Biden estuvo de visita en Irlanda y afirmó que fue para “reencontrarse con sus raíces”.
Las dos partes en Irlanda -los nacionalistas y unionistas- aceptaron el papel de los EUA. Lo percibieron como un “honest broker”. EUA designó un “enviado especial” para las negociaciones, quien jugó un papel clave para lograr el acuerdo. El enviado fue el senador George Mitchell.
Clinton destacó en su artículo que la construcción de confianza fue lenta pero consistente. Dos gestos importantes para lograr esta confianza: un alto al fuego y la liberación de presos políticos.
La cuarta variable, el acuerdo fue percibido por todos como justo y mejor a las alternativas disponibles. Es decir, el acuerdo como tal fue mejor al famoso MAAN (Mejor Alternativa al Acuerdo Negociado) que en el caso de Irlanda eran los intentos previos y el status quo generado por los mismos. El Acuerdo del Viernes Santo superó el estatus quo.
Para Clinton, los elementos centrales del acuerdo ya firmado fueron tres: renunciar a la violencia, un gobierno compartido -el “power sharing”- y que el futuro sería determinado por todos los irlandeses.
El expresidente escribió que del acuerdo queda pendiente la integración social y política. Para lograrlo indicó que se requieren líderes políticos con el coraje para “hacer frente al momento” (“meet the moment”), y tomar decisiones cruciales pero que expresen la voz de todos los irlandeses.
El Acuerdo del Viernes Santo no llegó de repente. El conflicto en Irlanda es viejo. Tiene antecedentes en el Siglo XVI. Más reciente, cuando UK dividió la isla en 1921 y en el sur quedaron los católicos nacionalistas (una sola Irlanda) y en el norte los protestantes unionistas (a UK), división que sembró la semilla para el conflicto violento que comenzó en los 60 y “los Troubles” se dinamizaron a partir del “domingo sangriento” de 1972.
En 1973 se buscó hacer una suerte de “gobierno compartido” pero no hubo éxito (el Acuerdo de Sunningdale). En 1985 se firmó un acuerdo entre UK y la República de Irlanda que ayudó a llevar el conflicto civil pero no fue suficiente (el Acuerdo Angloirlandés). No fue sino hasta 1993 cuando el tema de la paz se volvió a tomar. Las negociaciones formales comenzaron en 1996 y terminaron en 1998, con el acuerdo. Si tomamos 1973 como punto de partida, hablamos de 25 años para llegar al acuerdo que cumplió 25 años.
Lo que quiero decir es que algo que parece imposible de repente se logra. En Irlanda o en Venezuela. En su visita a las islas, Biden expresó que ni la democracia ni la paz son inevitables. No están dadas. Hay que procurarlas y mantenerlas.
Sin embargo, hoy veo lo imposible para Venezuela. No considero probable un acuerdo parecido al de Irlanda u otro en este momento, por dos razones.
La primera, un acuerdo en Venezuela no tiene dolientes reales en la sociedad, más allá de declaraciones y comunicados “a la opinión pública”.
A pesar del autoritarismo, represión, insurrección, y violencia vividos en Venezuela, no hay algo como el “Northern Ireland Women’s Coalition” grupo que dijo “basta” a la violencia. Se plantó en el “basta” sin reparar en las críticas o evitó ser un grupo “de alguno de los bandos” aunque se trató de neutralizarlo de esa manera.
No es que en Venezuela no haya grupos de familiares o víctimas. Los hay, pero el “basta” no es lo que se escucha. Si soy elegante y quiero ser “amigo de todos”, debo decir que lo que en Venezuela se pide es “memoria y justicia”. Honestamente, no creo que sea así, por lo que no seré “amigo de todos”. Pienso que en Venezuela no se desea justicia sino venganza.
Tenemos la sed de venganza intacta, como observé en cuatro casos: Tibisay Lucena, el hijo del Contralor, Paraqueima, y una expresión que el presidente Maduro recientemente emplea para referirse a la oposición.
De los dos primeros casos, tanto pudo decirse de Tibisay Lucena sin apelar a algo como “sufrió como yo sufrí”. Partidos pudieron hacer un comunicado que mostrara la responsabilidad política de Lucena. Por supuesto, los comentarios vengativos fueron en redes sociales no en los partidos, pero empañaron a toda la oposición. Se pudo decir que se respeta su muerte y su entereza para llevar su enfermedad, pero se expresa la evaluación política sobre su labor en el CNE, sin faltar a los hechos, que es buena en lo técnico, pero no en lo político. Hacer algo similar con su gestión como ministra de Educación Superior: no fue buena.
Igual con el hijo del contralor. De este funcionario se pueden decir tantas cosas. La más importante, que no da la talla para ese cargo. Una ficha de partido -y bastante gris, pero esos son los que fascinan- en un puesto que la constitución reclama para un independiente. Se le puede criticar políticamente, pero ¿cobrarle con el hijo? Este puede ser un “hijito de papá” que “chapea” con el poder de su padre -si es el caso- pero hacer mofa y disfrutar con su estado de salud es muy cobarde.
Es bajo meterse con una persona que está en una cama de una clínica sin saber qué sucede a su alrededor solo para verlo sufrir “porque el modelo político al que su papá pertenece me puso a sufrir y me traumatizó”. Los traumas no son excusa ni justifican, ni hacen a nadie mejor o peor que otros.
El caso Paraqueima es curioso. Este funcionario tenía tiempo con opiniones degradantes hacia grupos. Hasta que la gota rebasó el vaso con el video del mural, que no es reciente, pero fue noticia. Vino la denuncia en redes sociales. En la noche del miércoles 3 de mayo, en su programa, Cabello fustigó a Paraqueima. Al día siguiente, la AN emitió un acuerdo. Al rato, la fiscalía actuó y el exalcalde fue detenido. Todo relámpago y con precisión de reloj suizo que ojalá el gobierno la tuviera para gobernar y promover calidad de vida. Si gobernara como reprime -aunque no es una comparación apropiada- el país estaría en mucho mejor estado.
Furibundos “que no coexistan, no se doblan, ni son guabinosos para hablar de la dictadura”, guiñaron el ojo a “Diosdado” por lo que dijo en su programa sobre Paraqueima. Otros que no reconocen a la AN de 2020 la reconocieron, “primera vez que estoy de acuerdo con…”, tuitearon. Algunos de los pocos portales que le quedan a lo que fue el interinato no hablaron del “fiscal designado por la ANC chavista” sino de “Tarek William Saab…”, todo muy modosito tipo “la Venezuela que podemos ser” como le encanta remachar a cierta opinión.
Parecía que se había llegado a otro de los famosos “grandes consensos de tuiter” en la tónica de “busquemos lo que nos une”. El acto en la fiscalía con los parlamentarios y el fiscal quiso simbolizar ese “gran consenso” que duró menos de 24 horas cuando fue evidente que la detención del exalcalde no respondió a un Estado de derecho sino fue para complacer una demanda de castigo en redes sociales al buscar un “caso ejemplarizante” para “unirnos”.
Muchos de los que celebraron la detención de Paraqueima luego se dieron cuenta que aquélla no siguió un procedimiento y que, para variar, pusieron la torta que “parapetearon” al buscar otros temas en tuiter “para distraer la atención”, según el “Manual de política” de los “corridos en 7 plazas”.
Paraqueima es responsable, qué duda cabe, pero hay un Estado de derecho para encauzarlo. No es desde tuiter, un programa de TV o desde la AN, sino una instancia judicial la que debió proceder en su contra con las garantías que las normas establecen para sancionar sus continuas transgresiones.
El Estado se dio cuenta de su error por la forma cómo llevó el caso Paraqueima y pasó al famoso “damage control” -que encanta tanto al gobierno como a la oposición, te gradúa “que sabes de política” según los entendidos- pero fue peor.
El fiscal Saab tuiteó que Paraqueima recibió una “medida humanitaria” de casa por prisión, porque fue diagnosticado con un trastorno depresivo. Digo “peor” porque en vez de tener el coraje institucional para reconocer que no hubo un debido proceso para el transgresor, se apeló una suerte de “magnanimidad” para no reconocer el yerro, y Paraqueima quedó como alguien que no es responsable de lo que dijo e hizo; “un loco” pues.
En este caso se vio una extraña simbiosis entre víctimas y victimarios, entre “opresores” y “oprimidos”, aunque no extraña para la psicología social crítica: las redes sociales identifican “blancos” y los linchan, entre buenas conversas sobre conciertos, comidas, viajes, paisajes, y bebidas. El Estado monitorea las redes y pondera si actuar le produce un rédito o no, a partir de la “justicia” de las redes sociales. En este caso decidió hacerlo para mostrar “el caso ejemplarizante” con el exalcalde y un vicario consenso sobre “la justicia” que se derrumbó cuando el autoritarismo judicial fue evidente.
Extraña simbiosis. Las redes identificaron y lincharon, el Estado remató al acusado, y lo devolvió a la sociedad con una “medida humanitaria”, un diagnóstico psiquiátrico, e inhabilitado (por si acaso). Agarró a un transgresor y lo devolvió con un diagnóstico de trastorno mental. Me recordó la famosa película de los 70 con Jack Nicholson, “Atrapado sin salida” de Milos Forman. Como siempre cuando la sed de venganza queda en evidencia, “aquí no ha pasado nada”, y la cacería es sustituida por “tuits sensatos”. Hasta la próxima persecución (que le tocó a Prosperi).
Muchos de los que criticaron a Petro su equivocada y grave afirmación que el “el Fiscal es mi subordinado”, curiosamente, en su propio país, parecen no saber lo que es un “debido proceso”, garantías, Estado de derecho, procedimientos. No les interesa. En el fondo no es “justicia” sino venganza lo que buscan.
Finalmente, el presidente de la república ahora tiene una moda. En actos, se refiere a figuras de la oposición como “ratas”. La dice con un gusto y con una rabia, que habría que preguntarle al fiscal si este lenguaje de Maduro no califica como “instigación al odio” al llamar “rata” de manera reiterada y con esa rabia a personas de la oposición y, al menos, que Saab le llame la atención (no tiene ni debe ser en público).
En Venezuela no queremos “justicia”. Es el discurso para “ingleses ver”. Anhelamos desde lo más profundo cobrar, vengar, aplastar, excluir, apartar, siquitrillar, estigmatizar, y linchar a quienes consideramos nos fregaron la vida o en la paranoia que produce todo sistema autoritario, anular al potencial adversario. Eso es todo. Se recubre de un bello discurso sobre “justicia” (“transicional” o no), pero al primer momento para demostrar la convicción al discurso, aparece nuestra naturaleza: no es justicia, sino venganza. Así, es difícil cualquier acuerdo, sea el de Irlanda del Norte u otro.
La situación de aplastar sí se vivió en Irlanda del Norte y fue la causa de la guerra. Los católicos se sintieron oprimidos en una suerte de “Apartheid”. Al principio, se movilizaron bajo la idea de la “lucha por los derechos civiles”. Reprimidos, pasaron a las armas. No hay que subestimar el poder destructivo de la humillación como hacen en Venezuela tanto el gobierno como la oposición (me tiene sin cuidado si hay “equiparación moral” en esta frase. Es el hecho).
Las elites venezolanas -las que promueven el conflicto, menos el pueblo que se mantiene al margen porque sabe que es el que pone las víctimas para que unas felices élites se lleven el crédito que “luchan por nosotros” y las menos honestas vivan y hagan carrera política con las víctimas- no parecen cansadas de la lucha política. Al contrario, comunican renovadas energías para continuar el conflicto civil. No hay un “basta”, un agotamiento, sino un seguir con el conflicto porque en algún momento habrá un resultado a favor del grupo que se defienda.
Tampoco hay dolientes con fuerza en la sociedad que presionen a las elites a una negociación. El pueblo silente, llevando su vida. Hay ONG, opiniones, grupos, las famosas cartas y comunicados de los notables y famosos de Venezuela, pero lo que dicen no hace peso y solo es leído por los mismos de siempre que son los que giran alrededor de esos grupos de notables. Comunicados para sí mismos y tuits en tono de los “venezolanos respetables, sensatos y agudos” en sus comentarios, pero sin fuerza política para trascender sus propios grupos.
Las elites quieren un imposible: que cada sector capitule y acepte las condiciones que se le imponen. Eso no va a suceder. El conflicto venezolano puede seguir así en el tiempo. No hay un “basta” que valga porque no hay dolientes reales, más allá de expresar molestia, deseos en redes sociales, o rasgarse las vestiduras con los venezolanos arrollados por un delincuente en Bronsville, Texas, evento que será olvidado y sustituido por otro. Cada grupo espera su tiempo el que inexorablemente vendrá. Mientras llega, a vivir lo mejor posible.
La segunda razón por la que no veo posible un acuerdo en Venezuela es la calidad del liderazgo.
Tanto los liderazgos del gobierno como los de la oposición no comunican lo que Clinton puso como la diferencia para una negociación exitosa y que pueda tener futuro, que es un liderazgo con coraje moral para tomar decisiones difíciles y hacer sacrificios. Todos nuestros líderes son muy honorables, hacen su mejor esfuerzo, pero no es suficiente.
El Acuerdo del Viernes Santo le costó el liderazgo a uno de los líderes del partido unionista de Ulster, pero no por eso, se retiró del acuerdo o lo saboteó.
Eso no lo hay en Venezuela. Los líderes políticos locales pueden tener coraje físico -las famosas “bolas” que encantan a los cómodos públicos de tuiter- pero ninguno tiene coraje moral.
Maduro comunica un liderazgo que maniobra para quedarse en el poder, pero que no ve más allá de lograr la hegemonía chavista. El coraje moral para pensar o hablar de una sociedad plural o en la alternancia en el poder que no sea el calichoso “en el supuesto negado que la derecha gane…”, Maduro no lo tiene. Es decir que “si perdemos reconocemos”, pero luego condicionarlo, para terminar en no reconocemos en los hechos, en el celebrado juego de palabras.
Tampoco de la oposición hay nivel. Ninguno tiene el coraje para afirmar que la Venezuela del futuro tendrá chavismo. No se atreven a decir que una capitulación del chavismo no es posible. Tendrán mucho coraje físico que si “el asfalto” o tirar paradas -que también fascina en el mundo opositor, el jugar a Lenin- pero no tienen coraje moral para tomar decisiones políticas de mayor nivel. Les da miedo ser crucificados en redes sociales y que sus fieles “pica quesillos” no puedan hacer nada para salvarlos cuando la manada les caiga encima por decir algo que considera “le lava la cara a la dictadura”.
Ejemplo de lo imposible que es hoy un acuerdo como el de Irlanda del Norte desde el liderazgo, es con el ajuste en los bonos anunciados por Maduro el 1-5-23. Mi punto no será la discusión salarial -ya serán los expertos laboralistas los que hablarán de ella- sino destacar que no fue posible un acuerdo en este tema. Ni siquiera en lo más básico.
La aproximación del gobierno es ortodoxa en el sentido que no quiere aumentar el salario con “dinero inorgánico”. Si tiene escondido “dinero orgánico” o no aumenta para presionar a los EUA para que revisen las sanciones -como creo hace al decir que no tiene dinero para pagar un dragado que ayudaría a subir la producción de Chevron, de acuerdo a una nota de la agencia Bloomberg- es otra discusión.
Lo que observo es que, a diferencia de 2022 en que al ajuste se hizo en el salario y menos en los bonos, ese optimismo de marzo del año pasado cedió a la realidad de un crecimiento que no es suficiente para 2023, y el ejecutivo optó por mejorar los bonos y así evitar un ajuste de salario que significara prender la “maquinita para imprimir dinero”.
Es lo que Jorge Rodríguez explicó -en su tono de prepotencia y superioridad bastante desagradable- en el debate sobre el tema salarial que se dio en la AN el 2-5-23. Rodríguez tiene razón en este punto. No será popular decirlo o escribirlo, pero hacer un ajuste del salario mínimo para regresar a la hiper tampoco se justifica o tiene sentido.
La bancada de la alianza democrática presentó su posición en esa sesión del parlamento. La diputada de AD-TSJ –Anyelit Tamayo- y Carlos Melo no estuvieron mal. Principalmente la diputada de AD-TSJ. No lo hicieron mal porque la respuesta del gobierno fue agresiva en contra de los dos.
Estos diputados propusieron revisar el acuerdo con respecto al Día del Trabajador. El PSUV se negó. Como es costumbre -y cree que es un gran ejemplo de democracia- “la mayoría se opuso” a esa propuesta (sin tomar en cuenta a la minoría, que es más democrático).
El ajuste de los bonos entró en el clima de lucha existencial de “baja intensidad” que hay en el país. El gobierno tomó la decisión que consideró mejor en su circunstancia -no aumentar el salario porque no tiene o no quiere imprimir dinero- y la oposición lo presentó como “el fin de las prestaciones y del salario mínimo”.
No hubo comunicación entre las bancadas durante el debate de la AN del 2 de mayo. Ni siquiera para que el PSUV -como mayoría- afirmara algo como, “vamos a nombrar una comisión de estilo para revisar el acuerdo e incorporar sugerencias de los grupos parlamentarios”. No. Sencillamente, se votó y el GPP impuso su mayoría. La lógica del gobierno es algo como, “somos mayoría y hacemos lo que nos da la gana. Si algún día ustedes son mayoría, harán lo que les dé la gana. Nosotros estaremos en la calle para oponernos”.
Al final, el gobierno hizo lo que le dio la gana y lo que Maduro anunció el 1-5-23 lo cambió en el decreto. Si se lee el decreto sobre el aumento de los bonos, es uno ambiguo: sí pero no. El monto de los bonos no se estableció en dólares. Tampoco habló de indexación, aunque se deja ver, pero es a discreción del gobierno (artículo 5). No será mes a mes, sino cuando el ejecutivo lo estime necesario. Finalmente, se mantiene el carácter temporal del “bono de guerra”. Sobre las incidencias salariales de los ingresos de los trabajadores, igualmente el decreto es ambiguo (artículo 6): parece que sí, pero...
Es una concepción de gobierno en donde el que manda hace lo que quiere y después se opone en la calle para que el que gobierna no pueda hacer nada, y joderse mutuamente. No hay convenios. Ni siquiera para sacar un acuerdo más consensuado de la AN con respecto al Día del Trabajador. Gobernar es hacer lo que quiera, joder y no dejarme joder, pero no liderar para todos.
Tampoco el PSUV se sintió llamado a conversar con la plataforma unitaria para este tema, para explorar acordar recursos que permitan un ajuste al salario mínimo. Cualquier señal de distensión del gobierno o de la oposición, es vista como debilidad y serán linchados desde la comodidad de las redes sociales. El gobierno y la oposición están atrapados en sus discursos extremos y en los “Frankenstein de la opinión pública” que crearon, que habitan muy tranquilos en redes sociales.
Es imposible un acuerdo tipo Irlanda del Norte 1998 cuando ni siquiera hay una meta en común con respecto al tema del ingreso de los trabajadores.
Cada quien hace su oferta, pero si alguna es poder en el futuro no la podrá instrumentar por el “deadlock” que hay en Venezuela. La única forma para hacerlo es seguir los “caminos verdes” que son ajustar los bonos. Hoy lo hace el gobierno, mañana lo hará la oposición cuando sea gobierno y se dé cuenta que lo que prometió como ajuste salarial no podrá hacerlo, aunque el FMI ponga todo el dinero del mundo y todas las petroleras regresen. Simplemente, no habrá condiciones políticas. Lo que habrá será el ajuste de cuentas político: “no me dejaste a mí, ahora te voy a joder, y no voy a dejar que seas tu”. Ninguno habla para superar este “deadlock”. Las redes sociales crucificarán a quienes lo hagan. Todos felices en un país inviable. La “marcha de los locos” al “ritmo caribeño”, por supuesto.
Hay diferencias entre el conflicto en Irlanda del Norte y el de Venezuela.
El primero es en la naturaleza del conflicto. En sencillo, el de Irlanda del Norte fue uno entre ciudadanos versus ciudadanos por la partición de un territorio, que cambió a una lucha armada cuando el pueblo concienció el “Apartheid” catalizado por la represión a partir de los 60. Fue una dura guerra. Por ejemplo, si alguien compraba una vivienda a una persona de religión protestante, podía ser ajusticiado por “colaboracionista”. Cualquier sospechoso de ser “alacrán” era ejecutado o desaparecido (todavía hay desaparecidos).
El IRA tenía su brazo político, el Sinn Fein, pero no fue al revés. Se enfrentaron el Estado inglés con los insurrectos en una cruenta lucha armada. Los protestantes también tuvieron grupos paramilitares.
Nuestro conflicto es de otra naturaleza. Del Estado frente a la sociedad. El primero traicionó a su propia constitución al escamotearla dentro de un proyecto autoritario de la izquierda insurreccional que asegura fue votado en 2006 aunque fue rechazado en 2007, y todavía no lo acepta. El conflicto es justamente porque quiere imponerlo. Pero hay un punto aquí (mi distancia con la oposición).
En Venezuela, el gobierno tiene el monopolio de la represión y es responsable de abusos a los DD.HH, pero la oposición buscó tercerizar algo como la lucha armada y hubo violencia de su parte: el paro de 2002 fue violento para la estructura económica nacional. La oposición buscó un conflicto existencial. Es la reprimida, pero políticamente no es inocente. La oposición que no estaba de acuerdo con esta tesis fue derrotada o se dejó someter por quienes buscan -todavía, ahora consideran que tendrán otro chance en 2024- imponer una política insurreccional, que fracasa desde 2001.
Casualidad o no –siempre lo tengo presente- luego del paro de 2002, comenzaron a desaparecer de mi salón de clases los alumnos con más problemas económicos o aquellos que nunca se graduaron, pero la UCV era su casa y su vida. Fueron mis compañeros cuando estudié en la UCV, luego les di clases, y después del paro desaparecieron. El crujir de esa acción violenta se los tragó. Siempre me pregunto ¿Dónde estarán?
Todavía creo no nos hemos recuperado del todo de ese paro. Las sanciones también son otra vía “tercerizada” para ejercer un tipo de violencia instrumental como es en política o, como dicen los prosanciones, desde la comodidad de una mesa bien servida o mientras preparan las maletas para viajar, “son un instrumento de política”, así pues, cosas “neutras”.
Más reciente, tercerizar una lucha armada o en la calle sea con los “escudos de cartón” hasta un convenio firmado para la “operación Gedeón” que incluyó la posibilidad de usar armas con efectos muy letales en la población.
En Irlanda fue una violencia armada entre grupos (también participó el Estado inglés), en Venezuela una violencia del Estado –agresión institucional en forma de torturas, grupos de choque, procesos judiciales amañados, uso de medios del Estado para degradar a la oposición, inhabilitaciones y “judicialización” política- y una violencia indirecta desde la oposición con paros, sanciones, y una proto-violencia armada que no terminó de ser, no porque sus promotores no quisieran.
A diferencia de Irlanda del Norte, nuestro choque es indirecto y las “bajas” son a cuentagotas y menos espectaculares, pero igualmente son bajas. Por eso podemos vivir con la violencia tanto tiempo: es indirecta y sus promotores están a buen resguardo, con glamorosas vidas. Sus anécdotas no pasan de subir fotos en tuiter para mostrar los cartuchos de perdigones que recogieron cuando estaban “en el asfalto”. Lo demás, son “daños colaterales”.
Otra diferencia es que en el caso venezolano no hay metas comunes entre los grupos en conflicto. Bertie Ahern, quien fue PM de Irlanda entre 1997-2008 y uno de los promotores de los acuerdos de Belfast en un especial que CNN hizo a propósito de los 25 años del acuerdo, señaló que, a pesar de la violencia, lograron identificar metas comunes para Irlanda del Norte.
En Venezuela no tenemos metas comunes. La Venezuela que ve el chavismo es radicalmente distinta a la Venezuela que desea la oposición. No hay ningún punto en común. El Esequibo tal vez, y muy débil.
El reto de hoy es más difícil que en el pasado. En otros tiempos, lo que unía a dictaduras y a la democracia fue la modernización. Como lo escribió Arturo Sosa en uno de sus tantos ensayos sobre la política venezolana, la “modernización sin democracia” y la “modernización con democracia”. En común, tenían la modernización. Hoy eso no existe.
La modernización para el chavismo y para la oposición son radicalmente diferentes. Ni siquiera ese punto en común hay, que en el pasado pudo dar una cierta continuidad en gobiernos tan diferentes como el de Pérez Jiménez o el de Luis Herrera en cuanto a obras públicas se refiere (el metro, por ejemplo).
Complica más lo anterior, que la izquierda que gobierna Venezuela no es una que crea en la democracia liberal o en el Estado con elementos liberales que está en la constitución de 1999. Ni siquiera cree en su propia carta magna.
La izquierda insurreccional de los 60 no cree en el pluralismo. Se quedó en el marxismo ortodoxo con sus dos columnas vertebrales: el materialismo histórico y la lucha de clases (curiosamente, los promotores de la “presión y el quiebre”, aunque les produzca horror si lo reconocieran, piensan con la lógica del marxismo ortodoxo).
El chavismo también es reivindicar a los hoy viejos quienes cuando fueron adolescentes, creyeron en ese marxismo ortodoxo ya “periclitado”. Hoy, viejos, todavía creen en la batalla final entre el capitalismo y el socialismo. Cuando un banco quiebra en los EUA es al chavismo lo que para la oposición son los golpes contra la corrupción que hace el gobierno. La señal inminente que se acerca el “quiebre” (del capitalismo o de la “coalición dominante)”.
No hay metas comunes. Ni definiciones básicas o términos de referencia. Se necesitaría una socialización para que el gobierno valore la nuez de la constitución que promovió en 1999: que hay contrapesos y pluralismo, sencillamente.
A la oposición también le hace falta su socialización porque se radicalizó. No será la mayoría de la oposición, pero es la que hace más ruido. Tampoco cree en contrapesos. Por eso coqueteó con Trump, Bukele, y Bolsonaro. Porque representan lo iliberal desde la derecha: imponerse con una causa moral o identitaria, o la lucha “contra el marxismo cultural de los progres” y el “woke”.
En definitiva, no hay puntos comunes. Si hubiera, la posibilidad de un acuerdo tipo Irlanda 1998 sería posible. Una negociación sería inédita en el país, al menos recientemente.
Durante el Siglo XX, siempre había ganadores y perdedores. Los primeros disponían, los segundos, se reciclaban en la nueva sociedad o desaparecían. La Guerra de Independencia, la Guerra Federal, la lucha armada de los 60, Pérez Jiménez, Gómez, el “trienio adeco”, en común tienen ganadores y perdedores, con la desaparición o la transformación de los perdedores dentro del nuevo sistema político.
El chavismo se “sudó” a AD-Copei y esperó 40 años para la insurgencia, aunque sus figuras destacadas no les fue nada mal con ese sistema. Los del “quiebre” aspiran a lo mismo: se sudaron a Chávez, se sudan a Maduro, y si tienen que esperar 40 años para la insurgencia, lo harán porque tampoco les va mal con “el madurismo”.
El problema es que la situación es distinta al pasado. No pocos descubren lo que desde 2016 era evidente: dos grupos políticamente sólidos. No hay ganadores ni perdedores. Es la presencia de los dos. No es el “cabeza no retoña” de Llovera Páez en enero de 1958, ni la “pacificación” de la democracia, sino los dos tienen entidad política. Esto es lo inédito y por eso es un obstáculo: no será la Venezuela de 1958 o la de un pasado reciente, sino el Chile de 1988 o el Irlanda de 1998 ¿Podrán convivir dos fuerzas antagónicas que se detestan? Es lo que no se acepta tanto en el gobierno como en la oposición. Como se escribió, cada grupo apuesta a que, en algún momento, el “enemigo” colapsará y tendrá que aceptar su “capitulación”. En la espera de ese “gran momento”, llevar unas glamorosas vidas pese al discurso de víctimas que las elites manejan.
Finalmente, el conflicto armado en Irlanda del Norte fue local. No entró en las coordenadas de la Guerra Fría, aunque nació en ese momento. Fue una violencia que se mantuvo dentro de sus fronteras. No buscó un gobierno interino ni algo así fue reconocido por países. Hubo apoyo de irlandeses en otros países –principalmente en los EUA, algunos ricos- que enviaron armas a Irlanda (uno de los capítulos de la famosa serie policial de los 70, Columbo, es sobre una rica dama irlandesa que enviaba desde los EUA armas de contrabando al IRA).
Quizás esto ayudó a lograr el acuerdo. La solución fue irlandesa. De hecho, Sinn Fein -el grito de guerra del IRA- lo que significa es “nosotros” (podemos). En Venezuela, para la oposición que dominó hasta 2021 -la de la “presión y el quiebre”- su grito de guerra fue, “solos no podemos”.
Algo así noto en Bielorrusia. La oposición en el exilio es cuidadosa con el apoyo externo y no ha planteado nada como un “interinato”. Son celosos para mantener una solución entre bielorrusos, aunque no rechazan el apoyo externo, principalmente en las sanciones.
El conflicto venezolano es internacional ¡La conferencia en Colombia reunió a 19 países y a la UE! Los dolientes externos son más que los dolientes internos, y tanto el gobierno como la oposición se los pelean. A ratos –desde la oposición en redes y en algunos movimientos y dirigentes- se ha invocado el TIAR, “intervenciones humanitarias”, el “R2P”, y pedir a los famosos “marines” que vengan a hacer el trabajo que no queremos hacer.
Que tengamos dolientes afuera puede ser bueno, pero también complicar una solución venezolana. “Muchas manos ponen el caldo morao”, podría eventualmente ser nuestro caso.
Así las cosas, el porvenir de un acuerdo como el de Irlanda, incluso con lo único que logró -una paz política aceptada por todos- se ve lejos para Venezuela. Ni siquiera somos capaces de replicar nuestro 1820: aunque sea una “regularización de la guerra”. Ni eso podemos hacer.
Por supuesto, el acuerdo en Irlanda no fue mágico o toda la buena voluntad de los grupos en guerra. Hubo que trabajarlo intensamente. Tuvo avances y retrocesos como todo acuerdo para detener una guerra. A los 4 meses de la firma, ocurrió el atentado individual más grande de todo el conflicto desde los 60: una bomba en la ciudad de Omagh que mató a 29 personas. Los responsables fueron “disidentes” de los acuerdos. A pesar de esto, las partes no rompieron con lo firmado. No fue un proceso fácil llegar a ese Viernes Santo de 1998.
El enviado especial de los EUA, senador George Mitchell, habló de “700 días de fracasos y uno de éxito”, cuando se alcanzó el acuerdo que en abril de 2023 cumplió un cuarto de siglo.
Si tomamos para el caso venezolano agosto de 2021 cuando se firmó en México el memo de entendimiento entre el gobierno y la plataforma unitaria, estamos ya en los 700 días de los que habló Mitchell. El “y un día de éxito” se ve lejos.
Tal vez nuestro ritmo sea otro. Quizás los fracasos no serán de 700 días sino de 1.400 días. Si al día 1.401 se informa que hay “éxito” y 25 años después de la firma se celebra, la espera, el sacrificio, y el inmenso costo que la sociedad venezolana pagó, habrán valido la pena, pero hoy no es viable un Acuerdo del Viernes Santo en Venezuela.
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