La Lupa
En claves: ¿el oficialismo está pensando en transición?
El liderazgo actual de la oposición no ha logrado permear su capacidad de conducción dentro del estamento militar y mucho menos dentro de una coalición que tiene alcaldes, diputados, gobernadores y control del ejército. No es poca cosa
Caracas/Foto: Prensa Presidencial. Durante semanas se ha generado una discusión del lado de la oposición sobre la necesidad de una eventual transición, planteamiento que nacería hipotéticamente de una victoria electoral del candidato opositor Edmundo González Urrutia el 28 de julio y un oficialismo bajando la cabeza admitiendo haber perdido la mayoría, reconociendo su derrota. Dirigentes y voceros de distintas organizaciones políticas han incluido estratégicamente en sus discursos y mensajes de redes sociales este argumento, asumiendo desde ya la posibilidad de hasta una “justicia transicional” conducida por la oposición encabezada por María Corina Machado desde Miraflores. A pesar del hostil clima electoral y la guerra de “percepciones” que se venden en cualquier campaña electoral, algunos insisten en que esto va a ocurrir sin considerar que desde el oficialismo y el sector militar las cosas se ven de otra manera.
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El natural optimismo electoral de la dirigencia, motivador de la acción política, parece ignorar lo complejo que es transitar de un poder a otro, cambiar el orden de las cosas. Sobre todo, si la categorización del modelo político venezolano encaja en “dictadura” o “tiranía”. La ilusión de cambio ha llevado a pensar que con ganar una elección ya es suficiente, que solo basta con demostrar matemáticamente un resultado, obtener atención de la comunidad internacional y apelar al sentido democrático, pero durante los últimos años se ha demostrado que los proyectos inestables y coyunturales que nacen de la oposición actual no logran “cuajar” en la fórmula de negociación previa que se necesita para que desde el poder exista una mayor disposición a pactar la construcción de un sistema diferente, de cohabitación y confianza entre los partidos de un lado y de otro; asumiendo que el conflicto no está dentro de un entorno de guerra y ninguno representa la destrucción del otro.
El oficialismo suele puntualizar a través de su propaganda los eventos del pasado, que no necesariamente son electorales. Las amenazas de intervención militar por parte de los Estados Unidos, los atentados armados en territorio venezolano y aquellos discursos viscerales de derrocamiento han sido estrategias y reacciones contraproducentes que no permiten sentar las bases para el modesto inicio de una transición. Sobre todo porque se hacen con improvisación y sin fundamento estratégico. Desde el golpe de Estado del 2002 y los hechos relacionados al “Carmonazo”, el oficialismo ha construido una narrativa a la medida para cada coyuntura, en la que se logra unificar para enfrentar todo tipo de amenazas sin importar quién las propicie.
Durante el mandato de Donald Trump, la oposición se articuló mediáticamente con su principal aliado internacional para ofrecer recompensas por la captura de funcionarios del gobierno venezolano, así como también, el desarrollo de diversas campañas que sugerían una intervención armada con apoyo de los vecinos de aquel entonces, Ivan Duque y Jair Bolsonaro. El escenario internacional le permitía a la oposición maniobrar con diversas acciones y entre ellas no estaba precisamente la del voto ya que en ese momento una de las tantas consignas era “en dictadura no se vota”.
Existen muchas dudas sobre el verdadero proyecto político opositor. Más allá de la buena fe y el sentimiento de mejorar las condiciones de vida de los venezolanos a través de profundos cambios en la economía y en la política, no hay un proyecto de convivencia a largo plazo entre las fuerzas de la oposición y del oficialismo, es decir, un camino de transición. Solo promesas de campaña, acercamientos coyunturales, diálogos forzados y cierta triangulación de intereses entre conocidos. Ni el oficialismo, ni la oposición, cuentan con la madurez suficiente para encarrilar al país en un proceso de transición política en la que el poder pase a otras manos. La desconfianza es extrema pero cada uno de los actores la justifica a como mejor le calce el zapato.
Hay que señalar también, que ha sido irresponsable condenar la cohabitación política y señalar a dedazo como “traidor” a todo el que la haya planteado, sobre todo porque aquellos sectores que hoy se presentan como alternativa electoral, están precisamente cohabitando con el sistema, con sus actores y con las instituciones que controla el poder. Estos discursos viscerales y absolutamente incoherentes han destruido la confianza en toda la oposición llevándola a eternas contradicciones que dañan su imagen hasta en la comunidad internacional. La gente no entiende cómo hace unos años la dirigencia satanizaba el diálogo, la negociación, el voto, la cohabitación, el reconocimiento institucional y hoy, aún con las mismas condiciones adversas, el discurso es todo lo contrario. Un maniqueísmo electoral, hipócrita e inmerecido para toda la ciudadanía que lleva años observando como los mismos actores en plena soberbia se siguen equivocando.
Mientras continúen los desvaríos políticos en la clase opositora, las resistencias ante una transición seguirán presentes con un oficialismo más entrenado. Hay que considerar que una eventual transición no ocurre de un día para otro, tampoco es asunto que se maneja sobre la lógica numérica de unos resultados; menos a estas alturas cuando el gobierno ha demostrado actuar sobre el concreto, evitando su desmoronamiento interno a pesar de los terremotos. El liderazgo actual de la oposición no ha logrado permear su capacidad de conducción dentro del estamento militar y mucho menos dentro de una coalición que tiene alcaldes, diputados, gobernadores y control del ejército. No es poca cosa.
¿El camino está cerrado totalmente para un cambio de gobierno? Absolutamente no. El cambio es una circunstancia que se construye sobre la base de acciones estratégicas que permiten mejorar posiciones políticas, avanzar, negociar, recuperar, generar debilidades en el adversario, acercarse al poder. El cambio no lo decreta una encuesta o un porcentaje de momento. Desafortunadamente, estos instrumentos de medición e investigación no dictaminan escenarios con exactitud. Son herramientas que solo ayudan a entender las dimensiones del terreno y sus profundidades para tomar mejores decisiones. La oposición tiene una oportunidad de recuperar el camino electoral ya que la gente quiere votar y no porque un político se lo pida, sino porque sienten que es su derecho, como siempre lo ha sido y también es una forma de materializar, sin exponer su vida, un cambio político a pesar de las condiciones totalmente adversas para el sector opositor. La abstención siempre ha sido un error, el peor de todos.
Durante una campaña electoral todos quieren escuchar lo que les da calma, esperanzas y por supuesto, aquellos argumentos que se ajustan a su campaña, a su narrativa. Hay muchas emociones y las mayorías están susceptibles, afectadas emocionalmente por la expectativa y el temor al estancamiento. Sin embargo, el escenario se acerca más al conflicto que a la tranquilidad y no porque la oposición no tenga una oportunidad de victoria, sino porque el oficialismo no está dispuesto a entregarle el poder a quien le apuntó a la cabeza hace unos años, pero hoy escondió la pistola.
No hay lucha espiritual superior a los deseos de mantener el poder por asuntos de supervivencia. La única “lucha espiritual” que tiene la gente es la de su día a día, aquella enmarcada en sus esfuerzos individuales y familiares. Hoy los venezolanos, de lado y lado, se cansaron de las canonizaciones políticas y las adoraciones, la única que les importa es la de José Gregorio Hernández, futuro santo venezolano porque él sí ha hecho milagros.
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