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La Lupa

Informe: Venezuela entre la «tranquilidad», el sopor y la modorra

Para cierto público las encuestas ya no son confiables, pero en un pasado no muy lejano las defendían a capa y espada junto a encuestadores que hoy “no pueden ver ni en pintura”. Empero, los estudios de opinión son relevantes para auscultar el estado de la nación. La firma Delphos hizo un estudio nacional a mediados de noviembre de 2022 para el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB (Cepyg). Mi principal conclusión del estudio es que la sociedad venezolana se desmovilizó. Asumió su realidad y vive con ella. No en modo de “sobrevivir” sino de aceptación, y construye las cogniciones para justificar su postración. Hay una suerte de “amnesia política” por la que la memoria es corta y dominan los relatos en donde las personas se asumen como “víctimas” para justificar la realidad que aceptan, pero no reconocen. El mundo que vale es el próximo, el personal, el íntimo. Allí hay sentido y eficacia, que no la hay en el mundo social o político ¿Es una situación irreversible? Las protestas con las que comenzó 2023 contradicen mi análisis. En 1946, Picón Salas escribió que el pueblo venezolano siempre sorprende. Todavía es temprano para asegurarlo

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Caracas. En este artículo prosigo con el análisis del contexto global al arrancar 2023 para bosquejar lo que podemos llamar “los escenarios políticos base” para este año.

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En el trabajo del lunes 9 de enero –la semana pasada- examiné el ambiente político de partida tanto para el gobierno como para la oposición. En síntesis, para los dos, su escenario de partida es que cada uno vive en una dualidad. No son lo que dicen ser, y eso se agotó. O son o no son.

En este texto, analizo lo que puede ser el escenario de partida para Venezuela al examinar un estudio de opinión que la firma Delphos hizo para el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB (el Cepyg). El estudio fue presentado en un foro del Cepyg el día 7-12-22. Delphos entrevistó a 1.200 personas en el país, con campo entre el 7 al 16 de noviembre de 2022.

En nuestro sociedad encuestas y encuestadores están devaluados. No en balde el bajo perfil de los últimos, cuando hasta no hace mucho salían en todas partes. Verdaderas vedettes para la opinión pública. Con las encuestas, ocurrió un giro afectivo de 180º: de queridas a rechazadas. No siempre fue así. 

Se devaluaron por causas de método –que no es un fenómeno exclusivo de Venezuela- porque sus instrumentos no tienen la misma velocidad que los cambios en la sociedad por lo que hay un rezago de métodos que se observa en que o no aciertan o si lo hacen, yerran en la magnitud de lo que miden.

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Mientras los encuestadores no den con instrumentos de medición para una sociedad que hoy es “situacional o contextual”, sus números siempre serán cuestionados porque irán a la zaga de los hechos que preguntan. Por ejemplo, el lunes 9-1-23 protestaron los gremios de maestros. Fue una movilización con buena asistencia: ¿quiere decir que las encuestas no midieron bien esta disposición? Sobre esta manifestación de los educadores volveré más adelante.

El segundo motivo para que los sondeos no tengan la legitimidad del pasado, es ya venezolano. Los encuestadores se convirtieron –con el aplauso del “gran público” que hoy los aborrece- en analistas y actores políticos (algunos hasta probaron con ser “standupseros”).

Es difícil no querer “ser conocido” en un país donde -todavía en 2023- las elites caben en el Teresa Carreño. “Ser conocido” en Venezuela abre muchas puertas. Por eso la aspiración nacional a “ser conocido”. De aquí que el límite es muy gelatinoso entre el encuestador y el analista, que puede ser “más conocido” que el primero. Siempre recuerdo lo que me decía Félix Seijas padre (QEPD), director de la firma IVAD, que el encuestador llega hasta presentar su estudio a quien lo contrató, pero los análisis y “estar en el candelero” es para los analistas; “yo llego hasta entregarte los números; el análisis e ir los medios te toca a ti”, me comentaba siempre como un “rule of thumb” para separar la actividad del encuestador -que debe ser discreta- de la del analista, que es pública.

Por supuesto, Seijas pudo hacerlo porque estaba claro en su misión y era una persona con prestigio. Sabía quién era y no necesitaba afirmarlo o reforzarlo al aparecer en todas partes para satisfacer su ego y “ser conocido”.

Pero no siempre se puede hacer o no siempre un encuestador tiene personalidad, más en una sociedad como la nuestra en donde la viveza se premia y modela -principalmente desde las elites, con las famosas “caras de pendejo bien administradas” que habitan allí- junto a la realidad de “si no soy yo, es otro”. Es complicado, entonces, que encuestadores dejaran que sus números dieran fama a otros y no a ellos, para quedarse tras bastidores como solo los que hicieron una encuesta, sin explotarla en reconocimiento. Ser “alguien” es algo difícil de resistir, y encuestadores dieron el paso para ser “alguien”. Pero hubo un precio: al principio celebrados y queridos, hoy rechazados y condenados. El caso más palpable de lo anterior con las firmas con más tiempo en el mercado es Datanálisis.

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Recuerdo durante la época grandiosa de Chávez -del “60% de popularidad” y la sociedad nadando en abundantes dólares- que no pocos de a los que hoy no puedes hablarles de Datanálisis, molestarse si no usabas la tesis de la “conexión emocional” que fue promovida por esta firma para explicar a Chávez, y que la sociedad que hoy tiene aversión al comandante y a Datanálisis, aceptó como explicación para dar cuenta del famoso “60% de popularidad” del barinés. Igual suerte tuvo otro encuestador, antes celebrado y hoy “no lo pueden ver ni en pintura”, Oscar Schemel de Hinterlaces, quien promovió una tesis parecida también aceptada por nuestras cultas y viajada “Venezuela civil”, de la “conexión mágico-religiosa” de Chávez. “Qué tiempos aquellos”, imagino dirán estos encuestadores. El público que hoy los condena les llenó salones como Las Esmeraldas para escuchar sus disertaciones y escenarios, que fueron como “la verdad revelada” dentro del mundo opositor ¡Ay de quien se atreviera a cuestionarlas! Aplicaban la misma cicuta social que hoy emplean en redes sociales, aunque en ese momento la cicuta no era en tuiter sino en persona, que era peor.

En mi caso no me anoté con tesis de “conexiones” ni con nada “mágico-religioso”, a pesar de la presión social para asumirlas para ser “aceptado” en los círculos de análisis de las elites y del mundo político. Para un politólogo como mi caso, me parecieron muy superficiales, pero para nuestro culto público “corrido en 7 plazas”, no es la profundidad, sino “lo que suene”, lo “popular”, el “branding”, y qué más “branding” que hablar de una “conexión” con algo para explicar el carisma de Chávez. También haber rechazado esta presión social tuvo su precio (en Venezuela, todo tiene un precio): ser visto como alguien “de ideas extrañas”, raras, a contracorriente y no entrar en el “mainstream del análisis opositor” con lo que eso supone: perder prestigio, influencia, oportunidades, e invitaciones.

Por supuesto, así como no fui de los entusiastas con encuestadores tampoco caigo en los linchamientos de hoy a esos estudiosos que les hacen desde la opinión pública que los colmó de aplausos hasta no hace mucho. Aunque La Rochefoucauld dijo que “la hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud” como elogio a la primera, en Venezuela la hipocresía se estira tanto que ya no es homenaje sino simplemente oportunismo. Hoy “te quiero”, mañana “te odio”. Así va mucha gente en el país, sin remordimientos. Encumbran, luego sacrifican, y terminan como si nada, felices ¡Qué sabroso debe ser ser así!

Tanto es el rechazo a encuestadores que uno de los socios de Datanálisis -José A. Gil Yépez- escribió en diciembre un tuit que enfureció a tuiter Venezuela. Tanta fue la crítica, mejor dicho, la presión, que Gil Yépez tuvo que escribir otro tuit en el que dejó ver que el trino de marras no lo redactó él. Con los días, escribió varios tuits para “reencontrarse” con ese público que lo siquitrilló: que si en Perú está “el foro de Sao Paulo”, que si “No, presidente Maduro”, en fin, los mismos que lo crucificaron, lo felicitaron por la “rectificación” dentro del mundo fatuo y elemental de tuiter que si los “buenos y los malos”, las mascotas que son casi humanas, o la frase que se repite como si fuera la gran cosota de la vida, “errar es de humanos y rectificar es de sabios”. A Gil Yépez le dieron su ración de cicuta digital y no la aguantó.

Esa es la suerte de algunos encuestadores criollos. Sin embargo, económicamente no tienen problemas. En Venezuela los daños de reputación no se traducen en pérdidas económicas. En una sociedad donde “hay que ser amigo de todo el mundo” –porque no se sabe dónde caerán mañana las fichas de la ruleta del poder- solo hay que bajar el perfil, adoptar la pose tipo “venezolano honorable pero ofendido”, el “rectificar es de sabios” o “solo los estúpidos no cambian”, y esperar a que bajen las aguas. Esperar, ahh, ese secreto de Venezuela. Esperar. Todos esperan. Será a Godot. 

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Pese al descrédito de encuestas y encuestadores, para mis análisis empleo los estudios de opinión de Datanálisis y de Delphos mayormente, de los que tengo archivos de sus estudios para ver sus números en el tiempo. No tengo ese problema ni con Datanálisis ni con Delphos, tampoco con sus socios o directores, a quienes conozco y seguro tenemos coincidencias y diferencias, aunque no fui del público que les llenó salas y hoy los fusila en redes sociales.

Tener una perspectiva longitudinal en las encuestas ayuda a comprender procesos no visibles que pasan en la opinión pública, al tiempo que es una especie de “check and balance” para ver si la firma encuestadora varía mucho en sus números en los que, eventualmente, puede estar una manipulación, si existe (que no creo).

¿Cuál puede ser el escenario base para la opinión pública nacional al comenzar 2023 a partir del estudio de Delphos?

El país se desmovilizó. Hay un clima de tranquilidad, sopor, modorra, etc. No es que la tranquilidad sea nueva, sino que es más estructural. La opinión pública acepta la realidad tal como es. Algo como “es lo que hay”, y además no se nota mucha disposición para cambiarla. Se acepta como es y simplemente se vive. Hay una suerte de “amnesia política”. Un 50% declaró no haber participado en protestas “antes de 2014” al presente. Un 10% manifestó “no saber” si participó o no en manifestaciones. Apenas un 0,6% señaló que protestó hace seis meses o menos. Un 36% contó que sí protestó “antes de 2014” hasta 2019, con el pico de movilizaciones más alto en 2017 con un 10 por ciento de personas que aseguraron haber manifestado.

Seguramente es así -las protestas no tienen que ser masivas, pueden ser de una parte de la población que se movilice como se vio el lunes 9- pero la cifra de Delphos -60% que es la suma de no protestó “nunca” + no sabe- sugiere como que buena parte de la memoria social y política se borró o no se acepta lo que pasó durante los años del conflicto político más pretoriano, y quedó en el “inconsciente colectivo” como “trauma”.

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Otro hallazgo interesante es que las primarias parecen serán para los más movilizados de la oposición, pero no para toda la oposición. Una elección para un público muy específico, que puede ser crítico a la plataforma, pero no necesariamente.

Quizás por esto Machado quiere las primarias con tanta fuerza. Porque tiene sus estudios u olfatea que el público que irá probablemente castigue a la oposición “tradicional” –que su discurso ubica en la plataforma unitaria y en el G4- y premie con la candidatura a personas como a la dirigente de Vente.

También explica la respuesta del grupo interinato a su disolución. Hacer lo que siempre hace –pero ya no funciona mucho, solo para su público en tuiter- que es tratar de imponerse al chantajear e insultar con el cuento de los “alacranes” y jugar a la víctima (Guaidó como el nuevo CAP, pero del 24-5-1993).

Tanto Machado como Guaidó saben o intuyen que las primarias hoy serán para los más movilizados dentro de la oposición. Entonces, tienen que cohesionar a su público. Machado juega a ser “la Meloni venezolana” y Guaidó a ser “el CAP de 1993 (pero exitoso)” ¿Qué mejor que un “nosotros puro” y un “ellos impuro” para cohesionar a sus públicos hoy decepcionados?

Un descubrimiento también relevante es que a lo mejor el gobierno y el PSUV no buscan sumar a sectores no chavistas sino al chavista que se fue pero que percibe que Maduro está sólido en el poder. En esta circunstancia luce lógico que el chavista regrese al chavismo. No irá a la oposición cuando ésta no tiene perspectivas de acceder al poder. Es mejor regresar al hogar político, “el buen hijo siempre vuelve a casa” como expresa el refrán. Esto es lo que puede pasar con el chavismo crítico a Maduro, más de base, menos el de élite, que es el “chavismo disidente” el que, como la “resistencia” opositora, habita mayormente en redes sociales.

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Profundicemos un poco más en lo que Delphos revela en sus números. Comencemos por los bloques políticos. En general no han variado mucho en el tiempo. La oposición bajó un poco y el chavismo subió un poco, pero no es mucha la variación.

En julio de 2021 el chavismo era 25,5% de la población, la oposición 35,9% y los ninguno 38,8 por ciento. En noviembre de 2022 los valores son 28,7% (+3,2%) 32,9% (-3%) y 38,5% (-0,3%). El chavismo ganó 3,2% en poco más de un año los que vienen del bloque de la oposición y de los ninguno.

La idea que el gobierno y el PSUV se dirigen al chavismo descontento para traerlo “a casa” parece funcionar. Quizás de manera lenta y puede ser un público “natural del chavismo” el que regresa. La prueba será si el chavismo puede pasar la barrera del “33 por ciento”. Si puede sumar públicos nuevos y no solo los que ya tenía o los que se alejaron, pero fueron o son chavistas. El crecimiento en el bloque chavista puede ser techo y no piso. También hay un desgaste en el mundo oficial –principalmente por su gestión- que he analizado en varios artículos para El Cooperante.

Pero hoy hay una ligera recuperación del chavismo. Esto se observa en la distribución de los apoyos “duros” y “críticos” dentro de los bloques políticos. Entre julio de 2021 y noviembre de 2022 el chavismo “duro” subió al pasar de 9,5% a 16,6%. Es decir, creció 7 puntos. El “crítico” bajó al moverse de 15,8% a 12,1 por ciento respectivamente (-3,7%). El chavismo no crece o poco de manera global, pero sí cambia en su configuración interna. Quizás como resultado de lo que el gobierno y el PSUV hacen: cohesionar al chavismo, y eso pasa por aumentar la presencia del chavismo “duro”.

El bloque de la oposición comenzó a bajar durante el mismo lapso (hace un año). Hay que evaluar si la caída es porque algunos descontentos –que estaban en los ninguno o en el bloque opositor- ahora perciben una situación del país más estable, desplazan la culpa a la oposición (“estoy decepcionado”, “todos son iguales”, “que se vayan todos”, “merecemos una mejor oposición”, “no están preparados para gobernar”, etc), regresan al chavismo, y por eso el moderado crecimiento en el bloque oficial.

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Para Delphos casi un 42% del país opinó que el chavismo y la oposición “son lo mismo” (casi el 50% del bloque opositor piensa eso, que llama mucho la atención). Casi un 50% de la población expresó que “le da igual que gobierne el chavismo o la oposición siempre que arreglen la economía” (poco más de 4 de cada 10 del bloque opositor opinó así).

Se asienta un clima de “todo me da igual”, “todo vale”, de cinismo –no nihilismo- que el gobierno aprovecha ahora para mostrarse como un “gobierno serio”, pero clima que la oposición promovió en su etapa insurreccional con el “esto es peor que…” (el Holocausto, Siria, Afganistán, ISIS, Stalin, Gómez, Hitler, Mao, Iraq, Cuba, Pol Pot, Pérez Jiménez, Chapita, Videla, Pinochet, Castro, Breznev, y pare usted de contar) que hoy se le revierte en un “todos son iguales”, “me sabe a…”, “me adapto al sistema para vivir bien o para ver qué le saco”, “no coexisto pero me adapto en mi burbuja en donde soy feliz”, “o no coexisto esperando a la calle para el quiebre de la coalición dominante”. Así se les va la vida.

En la oposición bajaron los dos grupos dentro del bloque: los “duros” y los “críticos”, que puede apoyar la desmovilización del mundo opositor. Internalizó su rol de víctima y se adapta a una realidad, aunque la niega y no la reconoce (la “resistencia” es en redes sociales, menos en la vida real).

La oposición “dura” pasó de 17,5% a 16,1% y la oposición “crítica” de 18,4% a 16,8 por ciento. La “crítica” cayó un poco más que la “dura”, pero hoy son simétricas dentro del bloque opositor: 16 por ciento cada una, lo que también puede explicar que la unidad en la oposición es complicada para lograr porque las fuerzas son similares y se anulan entre sí al tener diferencias. Ninguna puede imponerse  a la otra (por los momentos).

La adaptación de la opinión pública a la situación del país ha sido rápida. En julio de 2022 un 57,4% opinó que era “necesario un cambio de gobierno”. En noviembre -apenas 3 meses después- la opinión pasó a 42,5% una caída de 15 por ciento. Cerca de 1 de cada 4 opinó que no es “muy necesario un cambio de gobierno”. Se desea un cambio de gobierno, sí, pero la intensidad de ese deseo es menor en noviembre si se compara con julio de 2022.

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La tesis del “regreso al chavismo del chavismo descontento” puede tener apoyo en esta pregunta. Al descomponer las respuestas por bloque político, el opositor sí quiere cambiar de gobierno, pero en el bloque chavista hay una menor intensidad. Por ejemplo, el chavismo crítico pasó de un 40% que consideró necesario un “cambio de gobierno” en julio a 15% en noviembre de 2022. También los ninguno mostró un patrón similar durante el mismo lapso: de 60% a 47 por ciento que considera necesario un cambio de gobierno.

Otro resultado es que bajó la disposición a protestar contra el gobierno y por los servicios públicos. En el primero, de 41% a 21% entre julio y noviembre de 2022, y en la segunda, pasó de 55% a 37 por ciento respectivamente que explicaría porqué salieron de las noticias las protestas por los servicios. Ya no suenan mucho. En general, la gente no quiere salir a protestar.

Por bloque, los chavistas son los menos que quieren protestar. Pero tampoco hay muchas ganas en la oposición. En la oposición “dura” el 47% quiere protestar y el 45% no quiere protestar. 

La razón para no querer protestar es miedo (33%) pero un 23,4% opinó que “no vale la pena”/“no sirve de nada”. No es solo el temor, sino que la protesta no se percibe con eficacia, que puede ser la otra cara del temor, pero racionalizado. Posiblemente por eso la “resistencia” es en las redes sociales. Es más seguro que la calle y posiblemente “sirva para algo” (aunque sea para “darse a conocer” y lograr los “me gusta” que construyen el prestigio en las redes sociales). 

Las pocas ganas para protestar son tan grandes que, en promedio, un 60% de la población no saldría a protestar incluso en temas tan delicados para la oposición como que si el gobierno inhabilita “a todos los candidatos para las primarias”. En ese escenario tan extremo, solo un 21% dijo que protestaría. Casi un 60% no lo haría. Si el gobierno inhabilita al ganador de la primaria o impide hacer la primaria, solo un 20% expresó que se movilizaría. Ni siquiera que el llamado a protestar lo haga el ganador de las primarias, la sociedad civil, o los partidos, la gente saldría. Solo un 16,8% 16,7% y un 15,8% atenderían el llamado a protestar respectivamente en función de cuál de los tres lo solicite.

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Por bloque, destaca –y es extraño- que la oposición que afirma apoyar al liderazgo es la que reportó “nunca ha protestado” en casi 55% frente al casi 39% de la oposición que no apoya al liderazgo. Este es el grupo dentro del bloque opositor que más ha protestado. A lo mejor por eso es crítico con la oposición “que apoya al liderazgo”. Son los que se sienten traicionados por el liderazgo (MUD/G4/interinato/plataforma).

Puede haber una razón lógica para esta extrañeza sobre los opositores que protestaron. Son los que manifestaron más –principalmente en 2017- los que salieron a las calles –es lo que este sector blande en redes sociales, “no olvidar el 2017”, y trata de imponer la idea que la oposición comenzó allí, no antes para tener la auctoritas de lo que significa “ser de oposición” para imponerse al resto- pero al no darse el rápido cambio de gobierno que los políticos de la oposición les prometieron, se alejaron del liderazgo de la oposición.

Entonces, no sería la “oposición crítica” sino que puede ser la oposición “dura” de verdad porque es la que se sintió traicionada por el liderazgo de los partidos antes MUD, luego G4, interinato, y ahora plataforma unitaria. Por eso es “crítica”: critica que el liderazgo “abandonó la calle” sin cumplir con lo prometido. No critican una estrategia, sino que esa estrategia se abandonó, aunque haya fracasado en 2002 o en 2022. Eso no importa. Hay que seguir en ella. Una suerte de “compulsión a repetir” que se ve en redes sociales a propósito de la protesta de los maestros. Llamados a “todos a la calle” pero con un diseño gráfico muy 2002. Lo más llamativo, es que tienen muchas “impresiones y me gusta” en tuiter. Pareciera que no hemos cambiado nada en más de 20 años. En la lógica de Le Bon, llevamos una vida formal, “consciente”, que habla de “temas serios”, pero nuestro “inconsciente colectivo” -el de buena parte de la oposición- es “la calle”. Pueden estar así 20 años más. Qué difícil la tenemos quienes apoyamos a partidos y estructuras políticas.  

Una conclusión es que la oposición que llamamos “dura” en el bloque puede ser una oposición de diversos grupos que apoyan al liderazgo de la oposición, pero en la que hay “críticos” y “duros”. En otras palabras, a lo mejor nuestra clasificación de “críticos” y “duros” no es tan dicotómica para el caso del bloque opositor a diferencia del bloque del gobierno, que es más dicotómica. Otro motivo por el que la unidad en la oposición es una tarea compleja. Dentro del bloque, los grupos son más variados y los agravios más grandes entre sí y con el liderazgo opositor.

La “amnesia política” igualmente se ve en el tema de las sanciones. Un 54% opinó que las sanciones “le afectan mucho” y un 22,6% en “algo”. La suma de las dos es 76,4% es decir, 8 de cada 10 venezolanos expresó que las sanciones le afectan “mucho o algo”, que contrasta con el 51% que manifestó que las sanciones afectan “mucho o algo” a Maduro y al gobierno. La tesis que las “sanciones solo afectan al régimen” parece que no tuvo éxito a la luz de estos guarismos. Es algo como un autogol para los promotores de las sanciones. 

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Por bloques, resalta que después del chavista que se identifica con Maduro, es el opositor que se identifica con el liderazgo el que señala que las sanciones le afectan “mucho o algo” en lo personal (59,6 por ciento). En cuanto a Maduro y al gobierno, también destaca que estos son los opositores que piensan que las sanciones no los afectan si se comparan con el chavista. Llama la atención porque debería ser lo contrario para este sector opositor “que apoya al liderazgo”: las sanciones sí afectan a Maduro y al gobierno, que es el discurso de los promotores de las sanciones en medios y en redes sociales para darles legitimidad. Esto tampoco funcionó, a la luz de estos resultados.  

Un 55% opinó que las sanciones deben retirarse y un 16,1% que algunas deben quitarse. Si se suman las dos totalizan 71,1 por ciento a favor de quitarlas todas o algunas. Solo un 15% expresó que deben mantenerse. Este deseo de quitarlas también está en los opositores. Cerca de 4 de cada 10 de los opositores “duros” y “críticos” opinaron que las sanciones deben removerse. Cerca de un 25% opinó que solo algunas sanciones y otro 25% que las sanciones deben mantenerse.

El rendimiento de las sanciones como estrategia política se agotó. Quizás por eso los EUA no quitan las que hay, pero afirman que no impondrán nuevas. En Venezuela, ya nadie habla de eso. Sus promotores y defensores “pasan agachados” con el asunto. Se perciben –incluso por la oposición- ineficaces para cambiar al ejecutivo. Se ven como un peso que hay que llevar pero que no se quiere, aunque un sector las quiso, pero ya no las quiere (todo un enredo y, de paso, nos metieron en ese brollo del que va a costar mucho salir).

La adaptación también se nota en los comportamientos para afrontar la situación del país. En julio, un 34% opinó que había que luchar, pero sin correr muchos riesgos, cifra que pasó a 45% en noviembre de 2022. En otras palabras, cerca de 5 de cada 10 piensa que hay que luchar pero que eso no signifique riesgos. Esto puede dar cuenta por qué las redes sociales son el medio por excelencia para la “lucha sin correr muchos riesgos”. 

Casi 1 de cada 3 opinó que hay que “quedarse tranquilo y adaptarse”. Quienes en julio de 2021 hablaron de “armarse para luchar” pasaron de un 11% a un 4 por ciento en noviembre de 2022.

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Este adaptarse tiene su reflejo en cuál es el agente para lograr el cambio político. En noviembre de 2022 es uno muy general que muestra que el cambio político no tiene una cara definida. Lo que hay es un genérico “nosotros mismos, todos nosotros” con casi el 58% y los “ciudadanos, la gente” con el 41 por ciento. También adaptarse se observa en el día a día: un 65% afirmó no estar de acuerdo con la afirmación que en “Venezuela no se puede vivir”. Es decir, cerca de 2 de cada 3 opinaron que en “Venezuela se puede vivir” (con diferentes grados de ese “vivir”), aunque el discurso de cierta oposición hasta no hace mucho era que no “se podía vivir” que caló en cerca del 40% del bloque opositor el que, efectivamente, opinó que en Venezuela “no se puede vivir”.

Instituciones concretas no tienen esos porcentajes como agentes para el cambio político como lo poseen los genéricos tipo “nosotros”: casi 1 de cada 5 opinó que son los militares los agentes para el cambio político. Un 11% señaló que el cambio será por “factores internos del gobierno” y apenas un 7% cree que el cambio político lo hará la oposición representada en la MUD (hoy sería la plataforma unitaria).

No se espera un cambio político desde las instituciones concretas sino de un genérico “nosotros” que no existe como organización política o social. En todo caso, si hay cambio, parece será individual y no social, o desde el chavismo. Llama la atención que todavía cerca del 20% de la población espera el cambio político por el famoso “quiebre militar”. Si se le suma el 11% que opinó que el cambio será por el chavismo, 1 de cada 3 todavía cree en la tesis que domina a la oposición del “quiebre de la coalición dominante”, pero que no resultó.   

Acerca de las primarias, un 26% afirmó que “seguro” votará en esa consulta. Si es así, no será una mala cifra. Serían poco más de 5 millones de electores. Se recuerda que en la primaria de 2012 votaron poco más de 3 millones de personas, que representó poco más del 17% del REP de ese año. Si se mantiene ese porcentaje hoy, serían casi 3,5 millones de votantes. Un 30% afirmó que “seguro” no votará en la primaria.

Como se dijo al inicio, la primaria se muestra como una consulta mayormente para el público de la oposición. Dentro de éste, para el sector “que apoya al liderazgo”, el que manifestó seguridad para ir a las primarias en un casi 63 por ciento. La oposición crítica al liderazgo afirmó estar “segura” para votar en la primaria en un 37 por ciento. En valores globales para toda la población, la probabilidad para ir a votar en las primarias es 11 de 100 en la intensidad “muy alta” y “alta”. Será, entonces, un evento de la oposición y dentro de ésta, del grupo que apoya al liderazgo (43 de 100 en la seguridad para ir a votar). 

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El sector que apoya al liderazgo de la oposición es el más sensible en el apoyo del CNE a las primarias. En la pregunta general, un 63% dijo estar “seguro” de ir, pero si el CNE organiza las primarias, la cifra baja a 50 por ciento.

Acerca del interinato, un 57% afirmó que debe finalizar y un 43% que debe continuar, que no es una mala cifra, pero es una suma de tres respuestas con escenarios distintos para el interinato. El escenario del interinato con Guaidó obtuvo solo 12 por ciento y con una figura distinta a Guaidó el 15 por ciento.

Por grupos de la oposición, el que apoya al liderazgo es el que más quiere que esta figura siga -hoy, hubiera seguido- si se suman las tres respuestas a favor del interinato: un 61,6 por ciento. En la oposición crítica al liderazgo la cifra es de 57,2% y en los ninguno el valor es de 48 por ciento (si se suman las tres respuestas a favor del interinato). Como respuesta individual, la que tiene mayor porcentaje en los grupos de la oposición y en los ninguno es eliminar al interinato con 38% (apoya al liderazgo) 42% (no apoya al liderazgo) y 51% (ninguno).

Una hipótesis para explicar el apoyo al interinato es que el público opositor percibe es lo único que se opone al ejecutivo. Lo único que se le enfrenta, no importa si tiene resultados o no. Sencillamente, se le opone y es lo que cuenta para el público de la oposición. Tener una “voz fuerte” así no sea eficaz, que es lo que muchos creen es ser oposición (también es una vía “segura”).

Los defensores del interinato en redes sociales buscan promover la idea que “aumentaron los alacranes” –su tema favorito cuando consiguen una crítica, un desacuerdo, o no los adulan, en la creencia que son “la oposición auténtica”- al incluir en esa etiqueta al G3 –AD, PJ, y UNT- para promover la dicotomía de siempre de ese grupo y que es muy cómoda para no hacer algo: la “oposición de verdad” y la “colaboracionista”. Ahora metieron al G3 en el último grupo. Queda ver si este intento de construir un “nosotros” y un “ellos” cambia los números a favor del grupo Guaidó y VP en los próximos estudios de opinión.

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El balance global del estudio de Delphos es una sociedad desmovilizada con públicos muy específicos que son los que se movilizarán o están activos. Hay una tensión entre querer un cambio y aceptar lo que hay: un 40% está de acuerdo con la expresión que se “se perdió la esperanza para un cambio político”, mientras que un 50% está en desacuerdo. La diferencia entre una y otra opinión es de 10 por ciento. Una tensión: casi valores similares. Un grupo importante quiere vivir en la realidad que hay -no implica necesariamente que la acepte- y otro, también importante, la quiere cambiar. Este último es superior al primero, pero sin la fuerza para liderar la opinión en promover el cambio político.

Aquí inserto la posible contradicción entre mi análisis del estudio de Delphos y la realidad de las protestas de los maestros del día 9-1-23. Muchos que leyeron hasta aquí -¡gracias, sé que mis artículos son largos!- pueden preguntarse o decirse, “Sucre está loco ¿cómo dice que la sociedad se desmovilizó cuando vimos a los maestros protestar el día 9 y hoy 16 de enero? ¡Hasta cuándo estos analistas, ‘equivalentistas’, y ‘normalizadores del horror’!”.

Mi respuesta tendría dos líneas. Una sencilla que diría que el estudio es de noviembre de 2022 y estamos en enero de 2023. Las cosas pueden cambiar. Más cuando a partir de junio del pasado año, comienza un malestar social porque el ajuste económico del gobierno tocó techo, lo que se manifestó en la agresiva subida del dólar en agosto. En otras palabras, de noviembre de 2022 a enero de 2023, aumentaron los “perdedores” del ajuste económico. Este cambio no lo registró la encuesta en noviembre del año pasado, y en enero de este año se manifestó en protestas.

La segunda línea para responder es que el estudio de Delphos no niega que existan sectores movilizados y dispuestos a protestar. Lo deja ver. Mi análisis tampoco. De hecho, un 20% dispuesto a protestar, si se toma como referencia el REP, equivalen a 4 millones de personas. Es decir, hay un potencial para protestar importante. 

Lo que mi análisis plantea es que son movilizaciones muy puntuales y de grupos específicos. La de los maestros no es la primera protesta. Se recuerda las movilizaciones de mitad de 2022 con el “instructivo Onapre” -que ya parecen olvidadas- que movilizaron a la sociedad e, incluso, llegaron al chavismo. La respuesta del gobierno, al pagar las vacaciones completas y remover al director de la Onapre, en parte fue porque el chavismo se sintió expresado en esa protesta de 2022. Antes de la protesta por el “instructivo Onapre” ocurrió una muy pequeña, pero indicativa de las “luchas redistributivas” que hoy vemos entre los “ganadores” -mayormente los que se mueven en dólares- y los “perdedores” del ajuste económico, principalmente los que se mueven en bolívares o les cuesta dolarizarse.

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Esa protesta fue la de los trabajadores de Farmatodo que fue en abril del año pasado. Entonces, tenemos abril y julio de 2022, y enero de 2023 con protestas redistributivas que fueron y son noticia. 

La protesta de los maestros de 2023 no es la primera. Sí es novedosa en el contexto económico actual de un dólar a casi 20 bolívares y con empleados que reciben “salarios simbólicos”, no solo los maestros. También es original en el sentido que se sintió más en los estados que en Caracas, que dice mucho sobre “la procesión que va por dentro”.

En lo personal me parece correcto que sectores protesten porque, sencillamente, son los perdedores del ajuste del gobierno. Son los que se mueven en bolívares, aunque puedan tener actividades fuera de su trabajo en dólares o recibir remesas. Pero su vida es en bolívares. Ahora hay que multiplicar por casi 20. El que tiene dólares y, por ejemplo, ponga 10$ de gasolina, pues serán los mismos 10 dólares de combustible. Para el que tiene bolívares, pasó de 90 bolívares a casi 200 bolívares en cuestión de pocas semanas. Es lo que no se ve porque casi todo el mundo está en dólares. Ah, hay inflación en dólares -que era negada por los mismos que hoy dicen que existe porque ahora les pegó- cuyo efecto es que el dólar compra menos. Esto también es nuevo en 2023: comienza a haber “perdedores del ajuste” pero en dólares. 

Mi deseo es que las protestas –que son un derecho ciudadano- sean canalizadas como para mejorar el ingreso de los trabajadores, pero no como ejercicio para “calentar la calle” que es lo que noto en redes sociales. Otra vez algunos buscan repetir las estrategias del fracaso. Una y otra vez. Pueden pasar 20 años más así en fracasos.

Ahora que lo vivo en carne propia, comprendo porqué salir de un conflicto es complicado. La razón es sencilla que desde afuera o cuando no has vivido un conflicto parece irracional, pero no lo es: el conflicto crea su “sistema de vida”. Es autónomo, incluso de quienes lo promovieron. Como “sistema” se alimenta y retroalimenta para su homeostasis. Racionalmente no es la mejor opción, pero emocionalmente sí puede serlo para muchas personas. Los que quieren, otra vez, repetir el fracaso. Ya la explicación es psicosocial, no solo política o del “rational choice”. Sencillamente, el fracaso compensa una pérdida para volverlo a intentar en la espera de no fracasar, pero se quiere fracasar porque no se quiere salir de la homeostasis del fracaso, pero no se puede aceptar conscientemente y menos decir.

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Nuevamente, en mi comunidad, me tocó ser la persona encargada del agua. Ahora, la escasez es mucho mayor que en años previos. A veces tengo la impresión que nos adaptamos a una vida de lo básico. Cualquier cosa por encima de lo básico, molesta. No por la mejora en sí sino porque altera un orden. Malo, precario, básico, pero orden al fin y al cabo. También lo siento. Es como una fuerza para quedarme en lo precario. Cuando hay la posibilidad de alterar el orden para mejorar el agua, me cuesta la inercia. Es extraño ¿No? Pero real. También pasa en las sociedades. Por eso en politología las “regresiones”. Ahora comprendo por qué: la intensidad psicosocial para un cambio, aunque sea para mejor, muchos no la soportan adaptados ya a un orden precario pero funcional para sus vidas, que les da sentido. El cambio implica darle otro sentido a la vida que emocionalmente puede no ser tolerado. No siempre lo mejor, será lo aceptado, aunque parezca extraño. A veces lo básico es lo mejor, aunque no se diga y acepte “racionalmente”.

Cuando leo en redes sociales tratar de revivir un 2002 en un 2023 me entra un “frío en el espinazo” porque me da la impresión que caímos en una regresión. Salir de allí será difícil, con gobierno chavistas y no chavistas. Ya hay un equilibrio de lo precario: las elites -del gobierno, de la oposición, y elites en general- están muy bien como se ve en redes sociales. Tienen mucho dinero para jugar 20 años más si quieren a las “repúblicas aéreas” -sea socialista o civil- el pueblo aprendió a vivir en la crisis y lleva una vida paralela a las elites, con su alegría, su ruido, su vacile; si no es así enloquece si conciencia que su vida paralela es porque el liderazgo del país está en su fantasía –“el dinero no quita la neurosis pero la pone a volar”, así van nuestras elites- por lo que es mejor el ruido, el baile, la música, la alegría para vivir; y los que están afuera y llaman “colaboracionistas” y “resignados” a los de adentro, ahora que vienen a Venezuela y entran por Maiquetía, lo hacen tranquilos, sin buscar problemas, “resignados”. El equilibrio perfecto ¿Cuántos quieren salir de esto, realmente? No muchos y por eso la “compulsión a repetir” de los guiones del fracaso, situación que para no pocos puede ser preferible al éxito que no podrían soportar porque tendrían que dejar de ser lo que son o fueron.

Solo espero que los partidos no se dejen arrastrar otra vez a las estrategias del fracaso. No es “calentar la calle” es reivindicar y reclamar derechos laborales que el Estado incumple. Más nada. Si hay algo más, será luego.

Con los partidos, lo he escrito en varios artículos para El Cooperante: mi respeto a la sociedad civil o a los movimientos sociales, pero considero que la oposición al gobierno del presidente Maduro recae en los partidos políticos. No en intervenir, apropiarse, o tomar crédito de las movilizaciones de la sociedad sino, a partir de esas protestas, construir y presentar al país una oposición y ofertas políticas (que no son solo electorales). Es decir, cómo los agravios sociales se traducen a la política. Esta es la tarea de los partidos.

Lo anterior es la explicación de mi análisis del estudio de Delphos en un contexto de protestas de maestros: son movilizaciones puntuales y de grupos específicos, pero no de toda la sociedad. Esta, en su mayoría, decayó y vive su vida (le guste o no el sistema). Que puede cambiar, sí. Que lo hará a partir de las protestas del 9-1-23, no lo sé. Que si me gustaría, si es para protestas reivindicativas que lleven a que el Estado y la sociedad hablen y se reconozcan en su pugnacidad, sí; si es para “calentar calle”, la “agitación”, para terminar con el fracaso del “quiebre de la coalición dominante”, no. Es decir, para probar una dinámica política diferente e incierta, sí; para volver a lo seguro pero que fracasó, no. 

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Lo que Delphos halló es el balance de 10 años de conflicto político entre 2013-2022: una opinión pública desganada, cínica, con actitudes encontradas, que se adapta; unos de manera consciente, otro en negación, junto a sectores movilizados y que quieren cambio político. Una opinión pública que no tiene un sentimiento dominante sino una mezcla de afectos que explica el clima del país entre dulce y amargo; entre el revire y la adaptación, que también va con nuestra cultura venezolana en donde lo contradictorio nos encanta.

Los resultados del estudio de Delphos ponen la pelota de la acción política en el campo opositor. Es el llamado a movilizar al público desde la conciencia, porque la abulia existencial reside allí, así se oculte en ruidosos tuits de “resistencia” o de denuncia. Lo grandilocuente tapa que se acepta una realidad política que no producirá la alternancia. Todos coexistimos. Es el hecho. Unos lo asumen y otros hacen como “si no” –con mucha fanfarria- pero se adaptan, así sea en sus burbujas que les dan la ficción que no cohabitan y por eso, son felices en apariencia (no les preguntes sobre política). 

Aunque Picón Salas es de la tesis que el pueblo venezolano siempre sorprende, la desmovilización y la adaptación son los escenarios de partida de la Venezuela de 2023. Su “nuevo normal”. La oposición de partidos tiene la palabra para cambiarlo. Este será uno de los temas de mi artículo para El Cooperante del próximo lunes 23 de enero.   



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