La Lupa
La batalla de Maduro contra Maduro
Aunque sea una maldición o sacrilegio para cierto mundo opositor decirlo -cómodos y seguros en sus burbujas de dignidad en la que no coexisten hasta que se sacan el pasaporte o se vacunan- hay momentos en que Maduro dice cosas interesantes. Ocasiones en las que se sincera y expresa puntos valiosos para el análisis. Dos ejemplos recientes. Cuando la AN le fue a notificar el inicio de sesiones el día 9-1-23 y cuando se instaló el Consejo Federal de Gobierno (CFG) el día 26-1-23. En esos momentos de sinceridad, es Maduro contra Maduro. Un Maduro posible frente al que es. El Maduro que quisiera “debates candentes” en la AN pero que el sistema político chavista no puede dar porque es uno autoritario. Una tensión entre el control político y servir al interés nacional. En la actividad del CFG, Maduro propuso una agenda política que no es mala, “trabajo, prosperidad, paz, avance, polarización positiva, democracia, y libertad” ¿La permitirá o será el mandón el que al final se impondrá?
Caracas. No estuve ni estoy en el grupo que subestimó a Maduro. Tampoco a Chávez. No me conté entre los que se regodeaban con el “teniente coronel” o “maburro” para recibir los grandes aplausos de la “Venezuela civil” que hoy descubre que “subestimamos al chavismo”. Hasta María Corina Machado -que la venden como “corrida en 20 plazas”- reconoce ese subestimar. Siempre pasa con la “Venezuela civil”: llega tarde, pero con mucho ruido. Como el “carro viejo” del que habló Andrés Eloy Blanco para referirse a los “diputados nuevos”.
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En mi caso, veo a los políticos como políticos. Evito sobreestimarlos o subestimarlos. Mucho menos ponerles motes o burlarme de sus atributos (teniente coronel es un grado militar, además bonito en la carrera, como es el capitán de fragata). Trato de ver al político en su propia naturaleza. Este artículo está escrito con esa lógica, no como le gustaría a cierto público.
En algunas intervenciones el presidente Maduro dice cosas interesantes, en otras es pésimo, como las palabras que dijo cuando se cumplió otro aniversario del 4F el día 4-2-23. Tal vez porque no hay mucho qué decir para “celebrar” un intento de golpe de Estado contra un gobierno elegido, como es el de Maduro.
Tampoco me refiero a su mensaje anual a la AN del día 12-1-23. No fue un mal mensaje, pero no fue su mejor mensaje. Fue un contenido estándar: una especie de análisis general sobre la situación del país y un editorial político; luego, hablar de lo económico, lo social, lo internacional, y el cierre de su memoria que casi siempre son mensajes para la cohesión tipo “sí podemos”. Me refiero a otros mensajes.
Son momentos como en los que se sincera y dice cosas a ponderar. Influye en esto la situación de Venezuela. La de enero, comenzó con protestas por mejoras salariales, las que seguro llegaron a los oídos de Maduro. Esto contribuyó a la claridad y sinceridad de las palabras que expresó cuando recibió a la comisión del parlamento que le informó que el año legislativo comenzó. Esta recepción fue el día 9-1-23.
Lo relevante es que Maduro está consciente de lo que sucede. No lo niega. Habló del tema salarial, de la necesidad de un mejor gobierno, dejó ver su carácter pragmático cuando señaló que un parlamentario puede darse el lujo de reflexionar o tener tiempo para estudiar leyes, pero que en el ejecutivo “es lo práctico para abordar los problemas de la sociedad”. Aquí está el Maduro pragmático.
En sus palabras, reiteró la estrategia global del gobierno. Primero, fue lograr la estabilidad política. Lo segundo, relajar controles para que la economía repuntara. En tercer lugar, lo que llamó “curar las heridas de la guerra económica” que es el tema social y es uno pendiente somo señaló. Agregó que este camino el gobierno lo va a mantener.
Lo interesante para el análisis es que cuando Maduro se sincera es como una lucha de Maduro contra Maduro. Como el Maduro “que quisiera ser” contra el Maduro “que realmente es”. Dos ejemplos de sus propias palabras.
El primero es cuando habló sobre la AN. Maduro se emociona cuando se refiere al parlamento. De sus tiempos cuando fue diputado, “era feliz y no lo sabía”, señaló. Y es genuino cuando afirma que “me gustaría volver a ser diputado”. Lo siente de verdad. Pero aquí está la contradicción. Maduro señaló que el parlamento es para “debates candentes” pero la realidad de la AN del chavismo es que no hay tales “debates candentes” sino un sopor parlamentario.
Desde el punto de vista de los debates, es un parlamento aburrido, con muchas formas y modales, pero sin lo “candente” de la política. Maduro quisiera una AN que su propio sistema político no es capaz de dar, porque es un modelo que le tiene miedo a los “debates candentes”. Siempre quiere controlar la discusión. Se asume moralmente superior. Quiere obligar a algo como a una “moralidad chavista” a la que hay que obedecer. Por eso la ficción de “con nuestras diferencias” para referirse a los parlamentarios de la oposición, pero “diferencias” que no se traducen en debates políticos “candentes” o en verdaderos acuerdos políticos. Es el parlamento de un sistema autoritario, en el que se habla mucho pero se debate poco. Ni siquiera la promesa de Maduro durante la campaña para las parlamentarias de 2020 se ha cumplido: las comparecencias o interpelaciones de los funcionarios públicos.
Hacerlo -de verdad- sería un factor de inestabilidad para el orden político chavista. Maduro cumple con una regla de la política en general: entre el principio y la persona cuando es el poder lo que está en juego, se escoge a la persona. Maduro no va a arriesgar a sus cuadros que ponen la cara por él y por su gobierno. Ni siquiera en una AN en la que tiene una amplia mayoría y no hay mayores riesgos de que pase algo. Ni siquiera el GPP se atreve a jugar seguro en un parlamento que controla a su gusto.
El segundo ejemplo es una idea que Maduro expresa por lo menos desde 2020. La volvió a reiterar en la instalación del Consejo Federal de Gobierno del día 26 de enero. Que lo reitere me hace presumir la sinceridad de la misma. El presidente quisiera un sistema político en donde la confrontación no signifique lucha existencial sino agonal. En sus palabras del día 9-1-23 habló nuevamente de “repolarizar” a la sociedad, pero en el buen sentido. En el Consejo Federal de Gobierno habló de la “repolarización positiva”.
Que los grupos políticos tengan sus “polos” y debatan, sin que eso signifique conflicto permanente. Se recuerda que en 2019 Maduro habló que le hubiera gustado una idea como la “pacificación” que comenzó Venezuela a finales de los 60’s, cuando la lucha armada tuvo una derrota militar y política. Algo como una Venezuela con diferencias, pero armónica dentro de esas divergencias. Es lo que quisiera.
Pero lo que hay es distinto a eso. Es un chavismo que quiere ser hegemónico. Ni siquiera cede el puesto de subsecretario de la AN a la oposición, por poner un ejemplo. Todos los puestos son para el chavismo. Reconoce a una oposición -a la de la alianza democrática- pero al mismo tiempo le machaca que “viene del golpismo, ojalá no regrese a ese camino”. Se lo reitera como para que se sienta culpable de algo que no es solo responsabilidad de la oposición sino también –y en mucho- del gobierno que preside (el conflicto político).
De nuevo Maduro contra Maduro: quiere un sistema político “polar” pero armónico, al tiempo que el sistema político chavista es uno autoritario, con vocación hegemónica, que no acepta el pluralismo o uno que no compita con el chavismo.
En esta guisa interpreto la propuesta de ley para regular a las ONG que la bancada del PSUV llevó y la AN aprobó en su primera discusión el día 24-1-23. Hay tres razones –en mi análisis- para haber presentado esta propuesta de ley. Para este artículo me detengo en la que tiene que ver con que Maduro quisiera una Venezuela “polar”, pero su sistema político no lo permite.
Un motivo para esta propuesta de ley es que el terreno de lo social no se le dispute al gobierno o se haga más difícil hacerlo a quien quiera. Es decir, impedir la “polarización positiva” que el presidente demanda. Hay ONG feministas, de LGBT, para discapacitados, etc. El chavismo acepta la diversidad, pero ideologizada. Es un policlasismo monocolor. El gobierno puede temer que ONG no chavistas tengan entrada en las zonas populares y le disputen el terreno al gobierno. En la AN, Cabello lo dejó ver así cuando señaló que el PSUV fue a una zona popular y le dijeron que había ONG que no son del mundo oficial. El ejecutivo puede pensar que le compiten o usarán a ONG para “alborotar el avispero”, y no correrá ese riesgo ahora que hay un clima de protestas. El ejecutivo no quiere competencia en el sector de grupos sociales. Quiere reclamar que es el único que habla de las mujeres, por ejemplo.
Incluso el que al gobierno no le disputen lo que considera son sus temas y espacios llega a tanto, que el día 27-1-23 un cantante popular y controversial, Nacho, quiso dar un concierto en San Agustín y fue abordado por el chavismo, el que le dijo que “engañó a los niños de la comunidad”. No pudo dar el concierto.
No voy a quebrar lanzas a favor de Nacho. No estoy entre quienes se desvivían por el cantante y luego le hicieron la cruz -el sector “duro” siempre es así, siempre da la espalda- y, más bien, Nacho me parece el clásico vivo venezolano que, con talento, sabe cobrar por las dos taquillas. No dudo de su esfuerzo e ingenio para su éxito, pero me comunica el “tira la piedra y esconde la mano”, algo muy celebrado en Venezuela y, a veces, imprescindible para tener éxito en nuestra sociedad. Por ejemplo, su comportamiento durante el famoso “concierto humanitario” del día 23-2-19, al declarar que Duque le otorgó la nacionalidad de Colombia -lo interpreté como un gesto prepotente, como restregando que era venezolano- apoyar al interinato -estaba en su derecho hacerlo- y, ahora, venir como si nada. Ese es el problema: apoya una estrategia insurreccional -estaba en su derecho hacerlo, si quería- y regresar como si nada. Lo veo de otra forma: uno asume las consecuencias de las cosas que dice, hace, o apoya, y no el “aquí no ha pasado nada”.
En sus zapatos hubiera sido más humilde o buscado otra estrategia para dar el concierto en una zona popular. Pero así son los vivos de Venezuela: con su cara muy lavada, hacen y deshacen, como si nada. Y son aplaudidos por el gran público que celebra la audacia de los avispaos.
Esto es mi opinión sobre el cantor. Lo que quiero significar es que el chavismo no acepta un cantante con una música pegajosa que le dispute sus espacios. A San Agustín pueden ir a cantar Omar Enrique o Los Cadillacs pero no Nacho. El chavismo -como cierta oposición- también quiere tener a su público en una burbuja. En territorios controlados ya no solo geográficamente sino culturalmente.
El chavismo está muy delicado con sus espacios. No quiere ninguna presencia ajena o que pueda poner a la gente a pensar. Por miedo a perder una elección, a que la gente piense, o -mi hipótesis- que el ejecutivo teme perder la paz que logró, y no está dispuesto a regresar a momentos de conflicto. Al menos ahora.
Asociado a esto, el ejecutivo se siente ahora en capacidad de proveer servicios y políticas públicas. Igualmente, no quiere que le disputen este terreno. Si hay ayuda humanitaria, por ejemplo, que sea a través de sus canales o vía ONU, con la que el gobierno tiene relación. Es otro indicador sobre cómo el gobierno se percibe: que tiene fuerza política y de gestión.
Maduro parece atrapado en la lógica del deber ser y lo que es. Por supuesto, es un político que actúa, que está en una posición privilegiada para hacerlo como es la de presidente. Como afirmó en una actividad el día 2-2-23, “el chavismo se reinventa”. La política práctica es eso: reinventarse.
A veces Maduro luce más moderno de lo que aparenta ser, pero no termina de cuajar. Quedará ver si es porque realmente es fachada lo que dice o porque como político en ejercicio, está consciente que el primer deber es mantener el poder, y eso pasa por conciliar el deber ser con el ser. Los “trade off” entre lo deseado y lo posible que define al político y al quehacer de la política. El “reinventarse”. Posiblemente quiera ser moderno y avanza paso a paso, que se nota en su ajuste económico.
Pero al mismo tiempo Maduro comunica estar contento con su carácter de “mandón” y ser adulado o auto elogiado por eso. Cuando regresó de la Cumbre del Ambiente en el Cairo en octubre de 2022, echó chistes que estuvo con “Tutankamon, y Cilia es Nefertiti”, es decir, él es un Faraón y la primera dama una esposa real. Sí, “es un chiste malo”, como dice el presidente. Pero el lenguaje latente es que se ve y se siente como un Faraón. Bromas que pueden mostrar su verdadera naturaleza: permanecer en el poder como un “mandón”, que hará alguna modernización pero muy “a lo Maduro”: incompleta, lenta, básica, y la parte del león para los vivos que encantan en la cultura venezolana, sea la chavista “bolivariana” o la de la pomposa “Venezuela civil” que se desvive por Roscio o Ustáriz.
El conflicto político venezolano también tiene su propia anatomía y vida. Aunque Maduro quiera ser diferente, no será bien visto ni en el chavismo ni en la oposición. De alguna manera, el conflicto genera sus propios contornos. En psicología social hablamos de un enfoque para explicar por qué la gente es como es. Es el llamado enfoque “de la inferencia correspondiente” (Jones y Davis, 1965). En cristiano, la gente es como es porque tiene que ser así. De Maduro se espera un “mandón”, no una persona moderna. Aunque quisiera cambiar, está limitado por el conflicto venezolano a ser lo que es, que es la “inferencia correspondiente”. Huelga decir que del conflicto venezolano vive mucha gente, insospechados algunos. Si hay un “game changer” en la política venezolana para salir de la inercia, los que viven del conflicto ya no tendrán cómo darle sentido a sus intrascendentes vidas que hoy son importantes por un conflicto. El problema venezolano tiene unas fronteras difíciles de romper. Ya es un medio y modo de vida.
Lo importante de sus palabras es que Maduro está muy claro del terreno político, económico, y social que pisa. También que tiene un deber ser. Lo que está menos claro es cuál Maduro al final: el del deber ser o el que vemos en la realidad.
Quizás ahora que el presidente tiene más autonomía, es un gobierno más suyo porque lo ha ganado, se podrá ver cuál Maduro es en realidad. En otras palabras, al sostenerse en el poder, Maduro tendrá menos excusas para justificar sus yerros o motivaciones más sinceras. Ya es él y su gobierno, menos el gobierno de Chávez, “la persona que el comandante designó para que la revolución no se perdiera”, la justificación del “bloqueo criminal” o de la “guerra híbrida y multidimensional”. Lo anterior sigue, pero no con la fuerza de 2018 o 2019. Es Maduro con sus miserias y sus grandezas, como todo actor político.
En la instalación del Consejo Federal de Gobierno del día 26-1-23 Maduro habló bien. Propuso una agenda que no es mala. Que los gobiernos nacional, estadal, y municipal deben ofrecer “trabajo, prosperidad, paz, avance, polarización positiva, democracia, y libertad”. Regresó con su idea de la “polarización” a la que llamó “positiva” para significar que son propuestas, doctrinas, ideas diferentes. El “fair play”. Señaló que “vienen las elecciones presidenciales” y que el tono debe ser el de una “polarización positiva”. Añadió que “todos viajamos en el mismo barco que se llama Venezuela”, por lo que los “capitanes” están llamados a que el “barco” llegue a “buen puerto”.
Maduro, entonces, está a prueba. Tiene que responder a esta pregunta ¿Usted quiere el control político o servir al interés nacional? Porque los dos objetivos están en tensión. Maduro contra Maduro.
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