La Lupa
La fragilidad de los tiranos
Fresca está aún la imagen de militares represores argentinos, como Videla, Massera, y Menéndez, entre otros, que se ufanaban de hacer lo que querían y que después debieron enfrentar a la justicia, teniendo siempre una sombra de vergüenza por detrás que se manifestó, haciendo que, pese a haber sido indultados en aras de un supuesto olvido y perdón necesarios, tuvieran que volver a la cárcel para pagar sus penas
Caracas/Foto: AFP.- Aunque traten de mostrarse como hombres fuertes, los tiranos terminan siendo débiles y temerosos. Algunos se escudan en plataformas comunicacionales vigorosas que los muestran como poderosos, mientras que otros se esconden detrás de aparatos represivos y de miedo que buscan minimizar, e incluso aniquilar, cualquier forma de disidencia que pueda presentarse. Sin embargo, llega un momento en el que la realidad se impone y los muestra frágiles y a merced de la justicia.
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Fresca está aún la imagen de militares represores argentinos, como Videla, Massera, y Menéndez, entre otros, que se ufanaban de hacer lo que querían y que después debieron enfrentar a la justicia, teniendo siempre una sombra de vergüenza por detrás que se manifestó, haciendo que, pese a haber sido indultados en aras de un supuesto olvido y perdón necesarios, tuvieran que volver a la cárcel para pagar sus penas. Con su prisión no regresaron la vida a los asesinados en las mazmorras, los lanzados en vuelos de la muerte o los padres destruidos a los que les robaron sus bebés, pero ver a los perpetradores de tan horrendos crímenes minimizados, ya sirve para respirar con algo de tranquilidad.
Otros represores fueron perseguidos y no pasaron con tranquilidad sus últimos años. Augusto Pinochet, el tirano que argumentaba el supuesto crecimiento de su país como justificación para asesinar a sus opositores, el exdictador peruano Francisco Morales Bermúdez y el también peruano Alberto Fujimori, gozaron de cierta “libertad de movilización”, aunque la presión a la que estaban sometidos por la opinión pública nacional e internacional y por procesos que se impulsaban desde otras latitudes, los marcó hasta el final de su existencia. Caso aparte merece Santiago Riveros, alto mando militar argentino durante la tiranía que ocurrió entre 1976 y 1983, quien pese a estar detenido en su hogar cumpliendo condena por delitos de lesa humanidad, recibió una nueva sentencia de cadena perpetua a sus 98 años.
Entre los casos patéticos está el de Slobodan Milosevic, apodado “El carnicero de los Balcanes”, quien se mostraba orondo masacrando poblaciones enteras, pero luego, ya enfrentado a la justicia, terminó quitándose la vida en la celda del tribunal internacional que lo juzgaba.
Recientemente el cine se unió al clamor por la justicia al premiar con el Oscar a la mejor película internacional, de manera merecida, a la cinta brasileña “Aún estoy aquí”, la cual es, más que un homenaje al desaparecido exdiputado Rubens Paiva, un llamado a la necesidad de luchar por los derechos humanos y a no olvidar a las víctimas de las tropelías de los violadores de la dignidad.
Nuevamente esas reflexiones cobraron enorme vigencia. Al regresar de Hong Kong y arribar al aeropuerto de Manila, el expresidente filipino Rodrigo Duterte fue capturado por una orden emanada de la Corte Penal Internacional con miras a que rinda declaración en torno a las violaciones a los derechos humanos acaecidas en el marco de la denominada lucha contra las drogas.
Duterte, el personaje que se ufanaba de hacer lo que fuese para aniquilar a los irregulares y que incluso no se ruborizaba al compararse con Hitler, deberá enfrentar a la justicia. Mientras fue presidente reiteraba que el exterminio de presuntos traficantes y comerciantes de droga no era algo para arrepentirse, llegando fuentes oficiales a asegurar que durante su mandato fueron asesinadas más de seis mil personas, aunque organizaciones de derechos humanos ubican los fallecidos en más de veintisiete mil seres humanos, muchos de ellos ejecutados en lugares aislados por actores desconocidos.
Lo perverso de Duterte llega al extremo de que justifica que durante su gestión en una alcaldía filipina asesinara a algunas personas como elemento para que prevaleciera la tranquilidad ciudadana. Además de ello, durante su presidencia los senadores Antonio Trillandes y Leila de Lima, conocidos opositores, fueron encarcelados bajo acusaciones falsas, mientras que la periodista y ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2021, María Ressa, fue acusada de evasión de impuestos, entre otros delitos.
La captura de Duterte es un mensaje claro a quienes se creen que gozan de impunidad y persiguen a otros por su manera de pensar, puntos de vista, rasgos físicos o símbolos, como tatuajes en su cuerpo. La enseñanza es que la justicia se impone y que en cuestión de minutos hombres como el filipino, que se mostraban tranquilos llegando de un viaje, deben abordar luego otro avión que los conducirá a un tribunal para responder por sus actos.
A personajes como Duterte no queda sino desearles una larga vida, como las que alcanzaron Morales Bermúdez y Riveros, para que vivan muchos años con la carga de lo que hicieron.
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