La Lupa
La "narrativa" de Lula como reto para la oposición venezolana
Sigo con mi línea de artículos “los retos de la oposición”. El presidente de Brasil encendió el debate en medios nacionales e internacionales al afirmar que Maduro es víctima de una “narrativa” que lo construye como presidente de un gobierno autoritario. Lula está equivocado. No es una “narrativa” sino una realidad que el sistema político venezolano es autoritario. El cambio sobrevenido del CNE es otra evidencia. Más que quedarme en el desahogo desde la comodidad de tuiter, tomo lo dicho por Lula como un reto organizacional para que la oposición construya lo que le falta: tener respeto para estar de tú a tú con el gobierno del presidente Maduro
Caracas. Revuelo nacional e internacional causó la afirmación de Lula quien expresó durante la rueda de prensa que ofreció con Maduro el día 29-5-23, que el presidente venezolano es víctima de “prejuicios” y de una “narrativa que su gobierno es autoritario”. Agregó que el gobierno de Maduro debe “deconstruir esta narrativa” y mostrar que el pueblo es el que elige de manera libre.
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Aunque se puede decir que en el mensaje de Lula hay un piquete al ejecutivo -que el pueblo elija de manera libre a sus gobernantes, porque esa libertad es limitada en Venezuel- el tono de sus palabras fue muy pro-Maduro. Tengo dos hipótesis para explicarlo.
La primera, fue antesala al encuentro de los presidentes efectuado el 30-5-23 en Brasil. Al recibir a Maduro antes del convite y hacerlo con cercanía, Lula quiso introducirlo al cónclave al fueron presidentes que en el pasado criticaron a Maduro como los presidentes de Ecuador, Uruguay, y Paraguay durante la Celac de 2021. Dos años después, ningún presidente se paró de la mesa por la presencia de Maduro en la reunión en Brasil. Con su equivocada afirmación lo que Lula hizo fue como decir, “con Maduro hay prejuicios, por qué no lo escuchan, vamos a reunirnos y a conversar”.
Maduro captó este mensaje de Lula, y reiteró su posición. El presidente quiere un imposible: desea que el modelo político chavista sea aceptado tal como es, con su incompetencia, corrupción, y lejanía de la carta magna de 1999. Lo volvió a decir en la rueda de prensa con Lula. Señaló que fue excluido de los foros internacionales y que debe “imponerse la cultura del diálogo”. Para mi fue un error haberlo excluido de los foros internacionales, ciertamente (ahora ese error pesa). Pero hacerlo, fue decisión durante el frenesí de la estrategia de “la presión y el quiebre”, de la que pocos se quieren acordar.
La posición de Maduro es que cada país tiene su sistema, y eso no debe ser obstáculo para que las naciones conversen. Siempre pone el ejemplo de las cumbres de la Celac o de Unasur en la que participaron Chávez y Uribe, o Chávez y Piñera, para ejemplificar que personas opuestas en política pudieron conversar.
Esta primera razón está relacionada con una segunda hipótesis. Lula no es pro-oposición. Ni siquiera cuando Chávez. Lula compró la manipulada versión de Venezuela que Chávez le ofreció: un país de oligarquías excluyentes que tenían pisado al pueblo hasta que el comandante llegó al gobierno en 1999.
Lula maneja este discurso y se nota -porque no es la primera vez que lo deja ver- que el “interinato” lo puso más en contra de la oposición. En esta rueda de prensa Lula criticó a Guaidó, a las sanciones, y afirmó que hay personas que están de acuerdo con las sanciones pero “no saben dónde queda Venezuela”.
Más allá de las afinidades ideológicas y de creer que la Venezuela pre-Chávez era una suerte de país esclavista, es posible que Lula proyecte en la oposición su propia carrera política llena de dificultades por ser de izquierda. Lula ve en la oposición una suerte de “derecha malvada”.
Igualmente puede penalizarla por el golpe institucional que sacó a Dilma del poder en agosto de 2016, dado que Temer y luego Bolsonaro, fueron aliados de la oposición de “la presión y el quiebre”. Por eso Lula destacó y celebró la ida de Maduro, “quien no viene a Brasil desde hace 8 años”. La ruptura de Bolsonaro con Venezuela acicateó en Lula la necesidad de acercarse a Maduro. Le parece increíble que no hubiera habido alguna comunicación entre los dos países durante el gobierno de Bolsonaro. Ni siquiera el “teléfono rojo”. Lula lo resiente mucho, por eso su recibimiento a Maduro, y sus expresiones que justifican el autoritarismo del gobierno.
Al margen de las dos hipótesis señaladas arriba para explicar el tono de Lula a favor de Maduro, el presidente de Brasil está equivocado en su apreciación acerca de la naturaleza del gobierno del presidente Maduro. Justamente en su propia frase está su error. Lula habló de la “narrativa autoritaria”. Ese es el punto: que el gobierno de Maduro es autoritario. Lo es porque traicionó las instituciones de la carta magna de 1999. Para honrar la historia, la traición comenzó con Chávez cuando en los hechos impuso el socialismo que estaba en la derrotada reforma a la constitución negada en diciembre de 2007.
El problema es que las instituciones para evitar la “narrativa autoritaria” de la que Lula habla no funcionan. El poder judicial depende de lo que el ejecutivo decida. Aunque no fuera así, el poder judicial se siente parte de un proyecto político como lo reiteran los magistrados que leen el discurso de orden cuando se abre el año judicial en enero de cada año. Son discursos partidistas.
El poder judicial entiende la separación de poderes como una mera separación de funciones, pero no de conceptos ni de diseño, como lo prevé la carta magna. La colaboración de poderes la asume como cerrar filas a favor de un proyecto político, no a favor de los valores y principios de la constitución. La justicia es una justicia dentro de un proyecto político único. Nunca va a fallar en contra del poder ejecutivo. Será extraño que un tribunal, por ejemplo, cuestione una decisión importante del gobierno. Imposible. El juez que lo haga posiblemente será cambiado o destituido. Si alguna decisión se revoca, es porque el gobierno quiere, con base en su análisis y cálculo político.
Por ejemplo, la detención el 18-6-23 de un trabajador de una empresa que selecciona alimentos en Mérida por botar verduras y acusado de “boicot” -seguido de un segundo arresto a otra persona por lanzar tomates- y liberado por un tribunal el día 20 de junio ¿es producto de la decisión autónoma del juzgado o es una decisión del ejecutivo porque el caso fue viral en redes sociales, con la odiosa imagen de un trabajador aplastado por un Estado poderoso como “caso ejemplarizante”? Desearía la primera, pero creo es la segunda.
Así pasa con la Asamblea Nacional y con el Poder Moral. Incluso, con la defensoría del pueblo, instancia que pudiera tener un papel para equilibrar el poder del proyecto chavista dentro del Estado, no se siente para nada. Su silencio revela la sujeción de los poderes a un proyecto político que no van a cuestionar. Tan solo se limita a informar lo que los cuerpos de seguridad deben notificar. El 20-6-23 la defensoría comunicó que los dirigentes sindicales de Sidor detenidos por protestar por sus derechos como trabajadores, están en la DIM. Más nada. La defensoría pudiera avisar qué hace esta instancia para velar por los derechos de los injustamente apresados más allá de reportar que los trabajadores están en la DIM.
Es un sistema autoritario con una narrativa cosmética sobre la democracia liberal, cuyos mecanismos e instituciones están en la carta magna de 1999: es un Estado democrático y social de derecho y de justicia (artículo 2), no es un “Estado socialista” o “Estado bolivariano”. Formalmente habla de la separación de poderes que en la realidad no existe. Es autoritario por eso, y no es una “narrativa” sino son hechos.
Me parecen pertinentes las críticas a Lula porque no es que el de Maduro sea un gobierno democrático al que se le inventó una “narrativa autoritaria”. Es que no lo es porque no hay una real separación de poderes, no funcional como ocurre, sino doctrinaria y conceptual, como manda la constitución.
Pero lo afirmado por Lula plantea un reto para la oposición, y es la idea central de mi artículo. Quedarse con la crítica a la expresión de Lula no es suficiente. No basta con el desahogo.
Una oposición que políticamente sea relevante tiene la capacidad para responderle al presidente de Brasil, más allá de desahogos en tuiter para los grandes aplausos y reconocimientos. Que sea solo en tuiter muestra la poca capacidad y organización que tiene el mundo opositor. Tuvo esa capacidad con la MUD -aunque a no pocos les desagrada que se les recuerde porque contribuyeron a acabarla, es “nombrar la soga en casa del ahorcado”- pero la destruyó la estrategia de “la presión y el quiebre” la que confió en Trump, a quien ahora nadie conoce y es “un loco”. El resultado de esa estrategia es que no tiene capacidad de respuesta que no sean unos buenos tuits de dirigentes, medios digitales, y cuentas de famosos e influencers.
Si eso es hacer política, mi comentario está fuera de lugar, pero no creo que la política se limite a tuits. Si se restringe a trinos, es porque no tiene capacidad organizacional. En 2013, quedó la MUD ¿Cuál institución dejó la “presión y el quiebre” una vez que asumió el control de la oposición ese año? ¿Son más fuertes los partidos hoy que en 2013? ¿Cuáles resultados políticos y electorales dejaron? ¿Está la oposición en mejor estado en 2023 que en 2013? Acabó con lo que había. No dejó nada.
¿Qué llamo capacidad organizacional? Muchas cosas. Una rueda de prensa de los partidos inmediata a lo que Lula dijo (o una para hablar sobre la afirmación de Trump acerca del petróleo criollo o acerca de la visita del presidente de Irán). Un buen comunicado a la opinión pública. También, organizar una protesta frente a la embajada de Brasil en Venezuela para entregar algo como un “nota de protesta” por las palabras de Lula. Igualmente, que dirigentes puedan viajar a Brasil al momento para acercarse a la reunión o entregar un manifiesto luego, en la presidencia y en el parlamento de Brasil. Pagar un remitido en el medio impreso más leído en Brasil para criticar la expresión de Lula. El empleo de redes sociales, con textos y videos, que expliquen por qué el gobierno del presidente Maduro es autoritario.
Con los agricultores detenidos, abogados de los partidos se acercan a la fiscalía para demandar el cumplimiento a los derechos de los señalados. Igual tarea, pero ir a la defensoría del pueblo. La seccional de un partido en donde ocurrió el apresamiento, ofrecer sus abogados para la “audiencia de presentación”. Estar con el detenido y prestar asistencia jurídica. Igualmente, ir a medios locales para hablar del caso.
Con la rebelión de Wagner en Rusia ocurrida entre el 23 y el 24 de junio, sacar un comunicado que toque aspectos esenciales y les hable a públicos concretos. Por ejemplo, el poder de las PMC y cómo se rebelaron frente al Estado. Hay que destacar que eso sucede en un sistema autoritario en donde no hay pesos ni contrapesos. Resaltar el valor de unas FAN profesionales no partidizadas, porque Wagner puso a pelear a militares contra militares. Otro riesgo de un sistema autoritario. Sin mencionar al gobierno, señalar las falencias de un gobierno autoritario.
Hacer lo anterior supone unas capacidades que la oposición no tiene. En sencillo, estar pilas y tener capacidad de respuesta. Tuvo, limitadas o no, y pudo tener cuando manejó recursos que se fueron en el sueño de un “interinato” que hoy es una pesadilla por las recientes leyes aprobadas por la AN -lo que llamo la “arquitectura autoritaria”- y por el discurso del chavismo que interpela a la oposición con el tema de las sanciones.
Me tomo la palabra “narrativa” de Lula de esa forma. Como un reto. La oposición tiene que construir una capacidad de respuesta para que la vean con respeto y con entidad. No una pobre oposición o los pobres opositores que no pueden hacer nada frente a la “tiranía”. Las víctimas que esperan su momento para la venganza o que de afuera, “los liberen”, que es el sueño, hoy más oculto.
Ciertamente el gobierno reprime y controla -que no es un detalle menor- pero la oposición no parece preocupada por construir la imagen que tiene entidad política. El comunicado de la plataforma unitaria a propósito de lo dicho por Trump sobre el petróleo venezolano es de una tremenda pobreza en la forma y en el fondo. Como que Trump interrumpió un cómodo descanso, y la plataforma se vio obligada a redactar un abúlico comunicado. Igual con la visita del presidente de Irán. Apenas un tuit de la plataforma con fecha 13-6-23, de similar pobreza política. Es como una flojera, “hay que escribir algo porque vino el presidente de Irán, coño, qué fastidio”.
Fuera de eso, más nada. Ni siquiera un buen comunicado político que exprese el rechazo pero que reconozca que la relación entre dos Estados que tiene 73 años no comenzó con Chávez. Un documento político y diplomático que separe la coyuntura de unas longevas relaciones entre los dos países que pertenecen a la OPEP. Pero no. Solo tuits para los aplausos dentro del ánimo que gana cuerpo en la oposición, el “me-da-igual-ismo”. Le da igual cualquier cosa. La sociedad asumió su propia indefensión y ésta se manifiesta con un “me da igual cualquier cosa”. Si el gobierno regala o vende barato petróleo a Cuba, “me da igual” lo que dijo Trump. Si se advierte sobre el conflicto político, “me da igual porque ya estamos como Siria, Sudán, o Ucrania”. Si se señalan los peligros de una PMC como Wagner, “me da igual porque Putin hace lo mismo”, y así con todo. Una suerte de inercia, desgano, desinterés. La oposición se limita a esperar a “que la historia la absuelva. Es la esperanza de los que perdieron la esperanza como escribió el poeta Havel.
La oposición no puede limitarse a que La Calle o Boric hablen por ella. Por cierto, el presidente de Uruguay habló bien en el encuentro en Brasil, no el videíto de dos minutos que apareció en tuiter para promover cierto clima de opinión, sino que sus 10 minutos fueron interesantes y con un piquete para Venezuela, que la oposición debe estudiar, pero que no es objeto de este artículo analizar. Lo haré en el próximo para El Cooperante.
La oposición tiene que salir de su etapa de víctima y construir sus propias capacidades para hablar por ella, junto a los presidentes que tengan a bien hacerlo. Pero ya no es suficiente “no podemos hacer nada por la dictadura” o “es peligrosísimo criticar a la tiranía”, que son frases para justificar la comodidad política.
Así como Lula le dejó una tarea al presidente Maduro que es “deconstruir la narrativa autoritaria” con elecciones en donde el pueblo elija de manera libre, igualmente la oposición tiene una tarea: volver a ser algo políticamente hablando.
Estoy fastidioso en los artículos para El Cooperante con el asunto que la oposición tiene “que volver a ser algo políticamente hablando” o “el respeto”. Es que no veo otra manera por dónde comenzar si quiere ser poder y gobierno, que no será por reeditar las aventuras del pasado con otras caras.
“Ser algo” es polisémico: mostrar apoyo en una elección -gane o pierda; la primera preferentemente- tener credibilidad, respeto -principalmente de su adversario- un programa, ideas; una legitimidad dada por una lucha que el país -no solo la oposición- reconozca y no aventuras de las que reniega cuando salen mal, y pretende que se olviden al forzar un “clima unitario” que no tiene aceptación porque es falso. Es tener capacidad para hacer oposición dentro de un sistema autoritario. Es lograr capacidad de respuesta. Es demostrar energía para innovar. Es tener una de ellas o una combinación de varias, para alcanzar esa entidad política y poder estar de tú a tú frente al gobierno.
Hoy la oposición no tiene eso y noto que insiste como en algo que puedo llamar “el poder mágico de un proceso o situación” (por eso espera).
Lo ejemplifico con la entrevista dominguera que publica el colega Hugo Prieto para el portal Prodavinci. En la del 4-6-23 entrevistó a Michael Reid-Hurtado abogado y periodista colombo-norteamericano “con 30 años de experiencia en las áreas de Derechos humanos, Justicia de Transición, Derecho Penal y Penitenciario, y asuntos humanitarios”.
El título de la nota –“Necesitamos volver al realismo político”- recogió el espíritu del planteamiento de Reid-Hurtado a lo largo de la conversación que me parece Prieto no captó, aunque su título sí.
Durante la entrevista, el colega periodista iba y volvía con la “justicia transicional”, que es lo que para la oposición en la que creo se inscribe Prieto -la Venezuela civil, la que no se dobla, la consecuente, la democrática, la auténtica, la republicana, la de la presión, la que resiste, la que no habla de gobierno sino “coalición en el poder” o “señor Maduro”; no sé cómo llamarla para que nadie se ofenda porque no me identifico con esa oposición, que es mayoritaria en las elites opositoras, no sé si en el público- es una frase con ese “poder mágico”. Una oposición que asume que invocar una frase automáticamente traerá una purificación y un comenzar de cero. La “justicia transicional” como un proceso terapéutico y de sanación para una sociedad -con la que Prieto se identifica- necesita. Una “frase mágica” para resarcir la humillación del dominio chavista que parte de la oposición vive y siente.
El periodista le insistía al entrevistado una y otra vez con la necesaria “justicia transicional”. El abogado le respondía que primero la sociedad venezolana debe definir qué quiere. De aquí su expresión “volver al realismo político”. Prieto insistía, hasta que Reid-Hurtado, educadamente, le dijo “Tengo la impresión de que estás insistiendo mucho en que tiene que haber ciertas precondiciones para que se pueda desencadenar un proceso de justicia”.
Así está la oposición venezolana, feliz, en la búsqueda de sus “precondiciones”: CNE ideal, justicia ideal, salario ideal, universidades ideales, elecciones ideales, servicios públicos ideales, un sistema autoritario que idealmente se vaya, incentivos ideales para que se “quiebre” –los famosos “costos de tolerancia” y “costos de represión”, cual fórmula ideal para producir “transiciones”- pero sin abordar lo que Reid-Hurtado llamó los “puntos de entrada”.
Como lo entendí son algo como las precondiciones para las precondiciones ideales que se buscan, porque no bajan del cielo, de la denuncia, o de la comodidad de tuiter. Por eso el apoyo de ese sector de la oposición a las sanciones y a todo lo que sea “presión”. Asume que, desde arriba, podrán lograrse esas precondiciones de las precondiciones, pero sin hacer mucho (no me refiero a “la calle”).
Buscarlas desde abajo -lo que recomendó Reid-Hurtado, y en lo que coincido- no le gusta y mi hipótesis es porque implica mucho trabajo social y político sin garantías de éxito. Se puede triunfar o fracasar. En incertidumbre, es más cómodo denunciar y a esperar a que “pase algo”. Al fin y al cabo, no es solo un asunto venezolano. Las redes sociales dan visibilidad a bajo costo y pueden ser rentables en todo sentido. Veamos el mismo caso de Lula y sus equivocadas declaraciones sobre la naturaleza de la forma de gobierno que hay en Venezuela, o lo viral de la crisis que generaron “los audios de Benedetti”, el caso del submarino Titán, o la rebelión de Wagner en Rusia. El sábado 24 era el furor por el alzamiento a la espera de “algo”. El domingo 25, todo el mundo tranquilo. Así vamos: de la emoción a la depresión. Eso gusta y choca con un trabajo más organizado, pausado, y más incierto.
¿Para que una organización política si un click del teclado equivale al aleteo de la mariposa que se convertirá en un tsunami al otro lado del globo (o de la red)? ¿Para qué organizar desde el punto de vista político si un fake que Putin huyó y viene a Venezuela, tiene miles de vistas y te hace famoso? ¿Cambiar la fama por un desconocido trabajo dentro de un partido?
A pesar de esta verdad, creo en la diferencia que hace organizarse y hacer el trabajo político que corresponde a los partidos. El entrevistado por Prieto nombró la soga en casa del ahorcado, “Los venezolanos tendrán que hacer lo suyo, bajo un panorama que no es favorable”.
Tomo lo dicho por Lula como una invitación a hacer lo propio que es tener capacidad de respuesta frente a su equivocada afirmación que la da tener una organización política, pero no solo en redes sociales, sino con una destreza para explicar la naturaleza del sistema político venezolano en la vida real, y “bajo un panorama que no es favorable”.
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