La Lupa
La titánica tarea que tienen los partidos de la oposición
El 2022 de la oposición cerró con el fin del interinato. Tres razones para explicar porqué esta figura fue cesada. La primera, su lógica fue que Maduro caería rápido en virtud de la famosa estrategia de la “presión y el quiebre”, la que no funcionó, pero creó un desnivel de poder dentro del G4. La segunda, los partidos concienciaron que, al renunciar a los espacios políticos, quedaban en la nada. La tercera, el interinato y sus figuras más descollantes mostraron una incapacidad para acercarse o para escuchar a quienes tenían críticas o visiones distintas. Hicieron lo contrario: los estigmatizaron con las expresiones de “alacranes” y “colaboracionistas”, entre muchas otras, desde su público en redes sociales. Los partidos del G3 –los que votaron para cesar al interinato- tienen una titánica responsabilidad en sus manos: con las diferencias de épocas, no terminar como la oposición a Gómez y mostrar energía creativa y política como la tuvo la Generación del 28. No sé si podrán o querrán hacerlo
Caracas. En una sesión del parlamento elegido en 2015, los partidos del G4 sin VP -AD, PJ, y UNT- decidieron poner fin al instrumento de estrategia que apoyaron desde el 23-1-19. El día 30-12-22 votaron para finalizar la llamada “presidencia interina” con 72 votos a favor, 29 en contra, y 8 abstenciones.
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Con esta decisión se cerró –no creo de forma definitiva, lo que no es bueno en mi opinión- una etapa en la estrategia de la oposición. La que más ha durado desde 1999. Desde 2013, se impuso la tesis de “la presión y el quiebre” que consiste en “hacer presión” (interna y externa) al gobierno para producir el “quiebre de la coalición dominante” del que emergerá un “gobierno de transición” que llevará al país a la felicidad republicana.
Si bien esta tesis está presente en la vida de la oposición –es la que las elites y opinión ilustrada de la oposición favorecen- y tiene su primera versión desde 2001 cuando las élites no partidistas y Chávez rompieron hasta la abstención para las parlamentarias de 2005, siempre tuvo a la estrategia política y de elecciones como competidora. Esta segunda estrategia estuvo vigente desde 2006 hasta 2012.
En la “presión y el quiebre”, lo electoral se subordina a la “presión” con la justificación que “las elecciones son un instrumento más contra la opresión” o expresiones despectivas para deslegitimarla como “el electoralismo” o los “vota como sea”. Se sufragó –como en 2017- o se abstuvo de hacerlo –como en 2018- para producir la “fractura”, no para construir una alternativa política al gobierno.
Se explicó que no tenía sentido hablar de lo electoral o ser alternativa porque el gobierno no es “una dictadura normal sino criminal”. La famosa tesis muy popular en el público de la oposición de “los secuestradores” y su corolario de “rodear a los secuestradores” (con una “intervención humanitaria”) para producir el “quiebre”.
Toda la vida opositora giró en la “presión y el quiebre” y lo asociado a esto. Cualquier visión alternativa a esta estrategia –que fracasó entre 2001-2005 y otra vez entre 2013-2021, con costos muy grandes para la oposición como un todo, menos para sus promotores y defensores en redes sociales que no comunican estar mal en “el secuestro”- era desechada y estigmatizada como “colaboracionista” o ingenua. Con la votación del día 30, el G3 como promotor y ejecutor de esta estrategia decidió finalizarla, al menos en la forma del interinato.
Por supuesto, el asunto es más complejo que la decisión política de terminar con el interinato. Es ¿cuál estrategia seguirá la oposición a partir de ahora? Lo encarnizado de la lucha por la continuación o no de esta instancia -mayormente en redes sociales- no es solo por una figura política, revestida de derecho por los brillantes constitucionalistas de ciertas elites –serán muy buenos constitucionalistas, pero son muy malos como políticos, como ya lo habían mostrado en 2002, aunque seguirán escribiendo enjundiosos libros y celebradas justificaciones de sus desastres políticos- que apoyaron esta tesis, como tuiteó el profesor Pedro Itriago Camejo, “el derecho sirve a la política”; o por los recursos de la nación que manejó el interinato usufructuados por el G4, sino porque significa el fin de una estrategia que dominó a la oposición desde 2013 junto a un partido y a un grupo en particular. La de la “presión y el quiebre” vinculada a VP y al grupo López-Guaidó como impulsores de la misma, lo que no significa que el G3 tendrá una estrategia diferente. Lo veremos en el tiempo. Puede ser la misma que ha fracasado desde 2013, solo que sin la hegemonía de VP.
Una entrevista que apareció el día 7-1-23 en el portal de la extinta AN de 2015 –aclaro que para mi la AN es la elegida en diciembre de 2020, participé en esa elección, lamento que el G4 se haya abstenido porque perdió ese importante espacio, muy necesario ahora- la presidenta del grupo de parlamentarios elegidos en 2015, Dinorah Figuera de PJ, dejó ver que la estrategia puede ser otra. Presentó sus cuatro puntos: unidad, condiciones electorales, México, y primarias y elección presidencial. Si es así, no es una mala agenda política. Pero la credibilidad de la oposición es cero (al menos para mi). No es la primera vez que presenta una agenda política para terminar presionada por los “duros” y asumir estrategias que fracasan, pero el costo lo pagan los partidos -como les toca ahora, otra vez- porque no tuvieron el valor de expresar sus diferencias o decir no. Así que la agenda de la diputada Figuera está a prueba.
Por lo que no hay que descartar que esta diferencia por el interinato termine en todos unidos otra vez en el “quiebre”, en una nueva versión. Algo parecido sucedió en 2017. Las dos estrategias estaban unidas en el marco de las protestas de ese año. Se separaron luego de las regionales de octubre. Se volvieron a unir en 2018, unión que terminó en la creación de la figura del interinato en 2019. Casi 4 años después, se vuelven a separar. Entonces no hay que descartar un péndulo y que en el tiempo VP y el G3 se unan.
No descarto este escenario. Es lo que me dejó una entrevista que Luz Mely Reyes de Efecto Cocuyo le hizo a Julio Borges el día 17-1-23. Un Borges crítico pero no con la naturaleza de la estrategia de la “presión y el quiebre”, sino con su ejecución. Tal vez por esto las mutuas acusaciones entre VP y PJ. El último señala que el primero acabó con “un tesoro” que recibió –como Borges llamó la estrategia de desconocer a Maduro, que VP recibió en enero de 2019- mientras que VP manifestó que el fracaso es porque la “dictadura infiltró al interinato” y que figuras de PJ se “acomodan a la dictadura”. Pero una diferencia de fondo acerca de la estrategia no hay. Escuché a un Borges muy orgulloso –“le abrí un boquete a Maduro”- por una estrategia que no funcionó en lo que prometió (el “quiebre de la coalición dominante”).
También en el mundo opositor –mayormente en su opinión ilustrada- esta fracasada estrategia caló y cala. Se asume que todos estamos en algo como en el “consenso por el quiebre” o “la calle”, y las conversaciones parten de eso, cuando no todos –al menos yo estamos en ese “consenso”, ni en 2013 ni en 2023.
Pienso que la pregunta correcta no es “cómo lograr el quiebre de la coalición dominante”, que es donde la oposición está desde 2013 -ha probado con todo para ver si valida su hipótesis, sin éxito- y me temo que seguirá allí. A mi modo de ver, la pregunta correcta es “cómo lograr la alternancia”, que es otra cosa. Aquí, en todo caso, el “quiebre” es un subproducto, no “el” producto como es en la lógica opositora de hoy.
Desde esta perspectiva, no hay diferencias de fondo entre PJ, VP, ni siquiera con Machado de Vente, pues todos coinciden en la misma estrategia, “la fractura”. Difieren en el cómo. PJ parece favorecer una suerte presión externa –con países- e incentivos para que chavistas rompan con Maduro –lo que se aseguró iba a suceder si no se interpone el 30-4-19- VP promueve una especie de “quiebre militar” –la “ayuda humanitaria” del 23-2-19, tirar una parada el 30-4-19, el “framework” para la transición de marzo de 2020 dirigido a las FAN, e incentivos legales para los militares que abandonaran a Maduro- mientras que Vente plantea “rodear a los secuestradores” con una “fuerza internacional” –el llamado al TIAR y la “ruta del coraje”- para que “negocien su salida”. En lo medular, ninguna de las tres visiones se diferencia. La entrevista de Reyes a Borges me dejó la impresión que el dirigente de PJ espera una suerte de nuevo “punto cero” con otro 2017 para -ahora sí- hacer las cosas bien y coronar con el esperado “quiebre de la coalición dominante”. Si la oposición todavía cree en eso, no le pronostico éxito.
El fracaso de “la presión y el quiebre” arrastra a mucha “gente conocida y de prestigio” y esto es inaceptable en un país de “nulidades engreídas” como son las elites venezolanas, junto a la creencia que la estrategia es la correcta. Solo hay que esperar. El “quiebre” sucederá por cualquier cosa: el dólar, la CPI, la gasolina, la economía, la “pelea entre Nicolás y Diosdado”, las “ambiciones de los Rodríguez Gómez”, las sanciones, o lo que pasa hoy: la protesta de los educadores. Mañana será el CNE y las elecciones, si un republicano llega a la Casa Blanca en 2025, o si el péndulo regional se mueve a la derecha. Es una estrategia muy pegajosa y cómoda porque su supuesto se comprobará cuando ocurra: que puede suceder. Mientras, a vivir lo mejor posible. A mi me resulta un espejismo y una evasión de la realidad. Es –para usar la expresión del poeta Havel- la “esperanza de los que perdieron toda esperanza”.
Como ahora casi todo el mundo habla del tema del interinato, resulta ocioso reiterar mi postura con relación a esta figura, pero hay que hacerlo para evitar malos entendidos o ser confundido con quienes descubren lo obvio –ya lo era desde 2019, pero muchos callaron y ahora no pocos piden “rendición de cuentas”- o los que hacen leña del árbol caído porque la derrota es huérfana.
Desde su comienzo mi postura fue crítica, y mi posición era -y es- que más que construir una “presidencia interina” era –es- construir un movimiento político al “acompañar a la gente en sus problemas”, con los partidos políticos preferentemente, no la sociedad civil, con el debido respeto. Es un sistema autoritario y en Venezuela nuestra sociedad civil no es una Carta 77.
Primero hay que abordar “los problemas de la gente” para llegar a la libertad, no al revés, en la situación concreta de Venezuela. Hacer política con las reglas del sistema autoritario para ganarle, en dos platos, más que aprobar una instancia que no está soportada en la historia política venezolana. Más políticos –pero de verdad- y menos constitucionalistas y expertos en transiciones o de “Estados fallidos” –con la consideración debida- puede ser un buen consejo para la oposición venezolana.
No tengo más nada qué agregar sobre mi posición, documentada en entrevistas y artículos desde el mismo 23-1-19. Sí me llamó la atención lo de siempre: cuando el viento cambia, de repente no pocos descubren lo que ya era evidente desde hace tiempo, y hablan. Me parece un poco tarde para rasgarse las vestiduras. El problema no es tener posiciones. El tema es tener el coraje para decir que se tiene una, aunque sea en solitario, y no esperar a que todo salga mal para hablar cuando ya es tarde. No en balde durante el tiempo en que no se podía criticar a la oposición con el chantaje de “ayudas a la dictadura” o “le tiras más a la oposición que al régimen”, se repetía una frase muy triste, “es mejor equivocarse juntos que acertar solo”.
Lo de siempre en las elites venezolanas y vivos de la política: el silencio cómplice, el darse cuenta o hablar cuando ya es tarde. Algunos pidieron a los políticos tener “vergüenza” por el “espectáculo” con el debate sobre la vigencia o no del interinato, pero más vergonzoso fue el silencio de quienes hoy hablan y se rasgan las vestiduras como si nada, cuando era evidente que la estrategia de la “presión y el quiebre” no funcionó ni iba a funcionar. Y no es un descubrimiento ex post. Ojalá esas reconocidas voces del aplaudido y sobreestimado elenco de la “Venezuela civil” hubieran hablado antes.
Es curioso ver a quienes defendían a los partidos “judicializados” hoy llamarlos “alacranes” y “cooptados por Maduro”, pero su sinceridad muestra su verdadera tesitura. No es que son así por la “lucha política” o molestos porque “no entiendo la decisión del G3”, es que siempre han sido así. Dime lo que quiero oír y me apoyas, para no echarte al pajón o paja, que es lo mismo. Así se impusieron en la oposición. El sector de la “presión y el quiebre” no debatió, se impuso. Su caída también es por esto.
Sin excluir la responsabilidad del G4 en apoyar una estrategia que no iba a funcionar y por dejarse someter por redes sociales cuando tenían críticas fundadas, considero que la decisión del hoy G3 es la correcta. Por una simple razón de entrada: finalizan una estrategia que apoyaron, y que no funcionó. Es un salir de la inercia de manera clara. No sé hacia dónde irá la oposición, si a mejores o peores horizontes, pero la decisión del G3 tenía tiempo en espera. Lo ideal hubiera sido haber aprovechado las reformas al estatuto de transición hechas en 2020 y 2021 -cuando ya había diferencias- para dar un debate interno y lograr -si era posible- un cambio de estrategia.
Al final del día lo que se debate es eso, no si el interinato debía seguir o no, aunque no hubiera creado esa figura en 2019 –fue mi postura en ese momento- tampoco pedido sanciones –fue mi posición en 2015 cuando Obama emitió su OE contra Venezuela- y el día 30-12-22 hubiera cesado al interinato y al parlamento de 2015 porque terminó su lapso el día 4-1-21, pero esto ya es una discusión sobre la coyuntura, lo central es ¿cuál estrategia frente al gobierno? La de la “presión y el quiebre” o la de actuar con las reglas políticas del sistema autoritario y ganarle en una elección. En el fondo es lo relevante. Se acabó con una hegemonía que se impuso en la oposición desde 2013 -con la derrota de Capriles en las presidenciales de abril de ese año y, un año después, con la renuncia de Aveledo a la secretaría ejecutiva de la MUD, estimulada por el grupo de “la presión y el quiebre”- y ahora corresponde a los partidos construir una referencia que no será fácil. La oposición hoy es más débil que en 2019, 2017, 2015, 2012, 2010 o 2006. La tarea es bien complicada y sin éxito seguro.
Sobre el inmenso reto para los partidos volveré más abajo en el análisis. Antes, mi explicación sobre las razones para terminar con el interinato.
Aunque entre los que apoyan al interinato esta decisión cayó como una sorpresa –creo no esperaban sucediera- el fin de esta instancia fue “crónica de una muerte anunciada”. Desde temprano como su nacimiento en enero de 2019 dirigentes dejaron ver que la juramentación de Guaidó los tomó por sorpresa porque no era lo previsto. En enero de 2020 partidos como PJ expresaron reservas con esta figura y con su manejo de los recursos. En junio de ese año, Gaby Arellano renunció a VP por diferencias con esta instancia y su actuación para ese momento. En enero de 2021, Borges de PJ opinó sobre la necesidad de eliminar al interinato. Si se ven las reformas al “estatuto para la transición” de 2020 y 2021, el interinato fue reducido. Se recuerda que la reforma de 2021 planteó eliminarlo, pero cuando la propuesta llegó a segunda discusión –a finales de diciembre de 2021- se mantuvo como un interinato con menos poder.
Las diferencias, entonces, no son nuevas. Vienen desde el nacimiento del interinato. Todos los partidos y casi toda la opinión opositora lo aceptaron porque la apuesta era que la estrategia del “quiebre” funcionaría. Al no funcionar, eran evidentes las diferencias interinato-hoy G3 que, con el tiempo, se ensancharon.
¿Qué pasó para llegar a esta decisión del día 30 de diciembre?
Tres factores confluyeron para explicar el final del interinato: la estrategia no funcionó y produjo un desnivel de poder entre VP y el resto de los partidos, principalmente AD, PJ, y UNT; el regreso de los partidos a su naturaleza de participar en elecciones, y la incapacidad política del interinato y de quienes lo apoyaron en redes sociales, sean personas o medios, para construir alianzas o, al menos, no alejar a grupos que no compartieron su estrategia.
El primer factor es que la estrategia de la “presión y el quiebre” no funcionó ni iba a funcionar.
El interinato -así como la política de países de “puertas abiertas” a la migración venezolana e, incluso, la política de sanciones- fue diseñado para un momento, para un corto tiempo. Por eso su imaginaria sujeción –porque el interinato fue una decisión política, no constitucional aunque se justificó así- en el artículo 233 de la carta magna que establece, luego de verificada la falta absoluta del presidente, convocar a elecciones a los 30 días siguientes. No obstante, para la AN de 2015 Maduro es un “usurpador” desde el 9-1-19 por lo tanto este artículo tiene una laguna para la interpretación sobre las elecciones a los 30 días. Quizás por lo anterior el otro artículo para justificar esta figura fue el famoso 333. En todo caso, el cálculo fue que Maduro no duraría mucho.
La premisa fue que al “aumentar la presión” más afuera que adentro –subir “los costos de represión y bajar los costos de tolerancia”- con la política de “máxima presión” de los EUA, los chavistas sacarían a Maduro “si querían tener futuro político”. Es decir, sería el “quiebre de la coalición dominante”. Vendría un gobierno de transición, el interinato pasaría, los migrantes regresarían, y las sanciones se revertirían. Todo dependía del “quiebre” y la oposición apostó todo a ese escenario. Tanto cree en esa tesis, que todavía lo señala como que fue la “oportunidad perdida”. En un libro reciente tipo entrevista hecha a Julio Borges, éste aseguró que chavistas estaban conspirando con el G4 para sacar a Maduro, pero que la acción de Guaidó y López de tirarse una parada el día 30-4-19 en La Carlota, alejó a los chavistas y el esperado “quiebre de la coalición dominante” se vino al suelo.
La tesis que “Maduro sería vendido por los chavistas” igualmente la asumió EUA como dejó ver Bolton en sus memorias. Al no cumplirse esta tesis que los EUA empujaron en su punto máximo con una recompensa contra Maduro por “amenazar a los EUA” al ser un “narco” peor que El Chapo, lanzar una operación contra narcóticos en el Caribe, y la propuesta del “framework para la transición” dirigida al chavismo y a Padrino López en particular, todo en marzo y abril de 2020, el interinato comenzó a debilitarse y cayó en la inercia de vivir como si la política se detuvo en enero de 2019. El interinato se convirtió en medio y fin al mismo tiempo. Al no caer Maduro, su esencia se acabó pero se prefirió seguir con una figura ya desencajada de la realidad política.
Se convirtió en una especie de supra-poder por encima de los partidos del G4 y de los demás. Tenía reconocimiento internacional, apoyo de la opinión pública y, lo más relevante, era titular de recursos de la nación que con el pasar del tiempo, el interinato, partidos, dirigentes y sus círculos emplearon para mantenerse, vivir, y posiblemente para algunos, hacer fortuna.
La inercia al no sacar a Maduro produjo un desnivel dentro de la oposición entre VP y los demás partidos políticos que trajo recelos porque el tiempo pasaba, Maduro no caía, y VP era el “hegemon” dentro de la oposición con una estrategia que fracasó en el tiempo, pero que se convirtió en un fetiche porque “el interinato es lo único que se opone a la dictadura”.
Un símbolo que no era eficaz, pero a todos relevó de sus responsabilidades, incluido al público de la oposición, el que lleva una vida “normal” pero la disonancia de vivirla la cerraba el interinato con su lenguaje grandilocuente y repetitivo de la “dictadura” y la “tiranía”. Por eso la lucha que vimos por mantenerlo. Más que un criterio de eficacia política, fue aferrarse a un símbolo para vivir una vida imposible, que no es “resistencia” pero se asume así porque el interinato hacía “como si” fuera “resistencia”: hablaba “alto y duro” que encanta a cierto público de la oposición. El público que apoya a esta instancia vivió una especie de “Proxy político”: el interinato hacía “como si” estuvieran en “resistencia” aunque llevan vidas muy normales, glamorosas, y felices, con el bello clima caraqueño y sus despejados cielos azules que anuncian que el verano se acerca.
Los intentos por manejar este desnivel entre VP y el G3 que se vio en las reformas del estatuto para la transición hechas en 2020 y 2021 al buscar una suerte de “gobierno colegiado parlamentario” no funcionaron. VP siguió con la hegemonía, la que entró en el clima de las primarias que se prevén para 2023. Un posible Guaidó candidato, pero también con los títulos de presidente de la AN, de la república, y con la botija en sus manos. Quizás para los partidos un Guaidó que no renuncia a nada y asume todo –posible candidato, jefe del ejecutivo y del parlamento, que en 2023 cumpliría 4 años en el poder si el interinato hubiera seguido, es decir, casi un período de un gobierno de AD-Copei para una persona que no fue elegida- fue la “gota que colmó el vaso” y acordaron nivelar el terreno político entre el G3 y VP lo que supuso eliminar al interinato. Eso fue lo que los partidos hicieron: igualar el terreno de lucha política entre el G3 y VP.
La primera razón es esta, entonces: la estrategia del “quiebre” no funcionó, la inercia generó un desbalance entre VP y los demás partidos, y estos decidieron nivelar el terreno entre los partidos y VP al eliminar al interinato. Guaidó, entonces, será otro diputado más -con las concesiones que pudo obtener antes de perder el interinato- y el manejo de los recursos lo hará una comisión de la AN de 2015 sin el monopolio de VP, que es una de las críticas que se hicieron. Por ejemplo, las de Calderón Berti tan temprano como en noviembre de 2019.
Ante la perspectiva de una primaria competida, los partidos resolvieron nivelar el terreno político con VP. Si Guaidó es el candidato de este partido lo será, pero sin títulos como “presidente e” o “presidente de la AN”, y con la botija en manos de una comisión de diputados no en una comisión del gasto presidida por personas cercanas a VP. Será un candidato más, con lo que tenga de su trabajo previo, con lo que le quedó en recursos públicos, con su 8-10% en las encuestas, y con VP.
La primera razón es básicamente interna de la oposición. Nivelar el terreno político no es solo con el gobierno –México, para las presidenciales de 2024- sino dentro de la misma oposición. La decisión del 30-12-22 lo que hace es re-balancear el poder interno de cada movimiento de la oposición, hacia una suerte de “todos más o menos iguales” (para las primarias). No hay ninguno con mayores ventajas, que era el caso de VP con el interinato. Los partidos se hartaron de la hegemonía de VP, hartazgo más intenso con una estrategia que fracasó. El partido naranja perdió su legitimidad y lo que sucedió fue algo como la “rebelión del G3 contra VP”. Al no caer Maduro, el interinato perdió su magia y VP su cualidad de hegemón dentro del concierto opositor. Su fuerza para imponerse se debilitó.
Un punto con las primarias. La campaña ya comenzó. Al menos desde el grupo Guaidó y el grupo Machado. El primero afirmó que “ojalá las primarias no sean la próxima baja” para dar a entender que el G3 puede imponer la figura del consenso y suprimir las primarias, escenario que Andrés Velásquez había asomado antes de la decisión del parlamento de 2015 de eliminar al interinato, y Leopoldo López reiteró al expresar que las primarias “están en un punto muerto”.
Curiosamente, el grupo Guaidó enarbola la tesis de Diosdado Cabello -que no habrá primarias- pero por otros motivos.
Machado también comenzó su campaña con la lógica de la “outsider”. Reiteró que hay que desplazar a los partidos y apeló a algo como a un movimiento ciudadano que se haga sobre la marcha, cada quien en sus actividades, para demandar primarias manuales. Queda ver si entre Machado y VP habrá alguna alianza, o también competirán en las primarias.
Tanto Guaidó como Machado quieren definir los términos del debate para las primarias con un clivaje que cala en sus públicos: la “oposición auténtica” versus los “colaboracionistas”. Clivaje que también revela uno viejo en Venezuela, por lo menos desde los 90: partidos-antipartidos, lo que esto signifique (sociedad civil, líderes, nuevos partidos); establishment-rupturistas que es un clivaje mundial, como se vio en los EUA y la instalación de su nuevo congreso.
Plantear con las primarias la continuación de la lucha que no terminó con la decisión de la AN del día 30-12-22, puede ser una estrategia del grupo Guaidó para que su base fije su mirada en otra meta que es la primaria y no sienta que sufrió una derrota el día 30. Puede ser el “renaceremos” del tuit de Guevara luego de la votación del parlamento de 2015.
“Renacer” en la primaria porque VP asume que la ganará y puede ser porque, en general, los precandidatos están parejos en las encuestas. Una vía para desempatar es jugar la carta de las primarias y otra puede ser alianzas entre partidos. Que el G3 tenga su candidato por consenso para las primarias y el grupo Guaidó igual, con sus alianzas políticas, y habrá que ver si Vente entra en esta alianza o Machado decide polarizar con el G3 y el grupo Guaidó para ser fiel a su tesis de la “outsider” y la “Meloni venezolana” que “castigará” a la clase política “tradicional”, idea que ahora puede tener tracción por el debate sobre el interinato y cierta opinión en redes sociales que “todos son iguales”, “nadie me representa”, “estoy decepcionado”, “no creo en nadie”, etc. Machado, más bien, puede ver que su momento es ahora así como otros “oustiders”.
El segundo motivo para explicar el fin del interinato se deriva del anterior: al no funcionar la estrategia del “quiebre”, pero tampoco tener una alternativa para reemplazarla, los partidos –no solo VP- también cayeron en la inercia. Abandonaron sus espacios e igualmente se creó un desbalance dentro de cada partido: las direcciones en Caracas frente a las regiones. Las primeras muy bien en sus vidas. Aunque las segundas reciban recursos del “fondo de lucha por la democracia” (recursos de la nación), la crisis se vive con mayor intensidad en los estados que en Caracas. En las regiones no vieron con benevolencia el “esperar al quiebre de la coalición dominante” como quería Caracas.
Si no funciona la estrategia, y un partido “busca el poder”, lo lógico es que compita por ese poder, así sea en un sistema autoritario. Este deseo mostró sus señales en 2020. Se recuerda que Capriles quiso participar para las parlamentarias de ese año, pero al final no fue, posiblemente presionado por la propia oposición-interinato y sus medios de comunicación, famosos, influencers, analistas, profesionales de todo tipo, y “figurones” que causaban terror al llamar a todo el mundo que no favoreciera al interinato o al G4 “tarifados, alacranes, y colaboracionistas”.
Una consecuencia para los partidos al abandonar sus espacios por buscar “la fractura” es que el gobierno le abrió un flanco que debilitó a la oposición G4 y al interinato: la “mesita” en septiembre de 2019. El ejecutivo logró definir un interlocutor con la oposición que le permitió construir las parlamentarias de 2020 y salir de la ANC relativamente bien. De hecho, ni presentó el borrador de constitución del que habló llevaría (según Herman Escarrá).
Esta relación gobierno-alianza democrática permitió “normalizar” en parte un conflicto político que no tenía salida. A esto se sumó el ajuste económico del ejecutivo a partir de agosto de 2018, el que igualmente “normalizó” un ambiente económico hacia uno de menos incertidumbre.
Un tercer factor que debilitó la estrategia del G4-interinato fue la victoria de Biden en noviembre de 2020, auque ya Trump estaba molesto con el interinato. Sintió que lo engaño y que lo “vaciló”. Al menos es lo que concluyo de las memorias de Bolton y Esper. Por supuesto, el gobierno de Trump también es responsable por una fracasada estrategia impulsada por los “duros” del Norte.
El nuevo gobierno de los EUA no quitaría sanciones, pero abandonaría la política de “máxima presión” de Trump. Con este cambio, la estrategia del interinato perdió fuerza política desde los EUA –su principal aliado internacional- y esto, a su vez, contribuyó a debilitar más a esta instancia.
Si bien “la mesita” no tiene la fuerza ni el reconocimiento del entonces G4, permitió una dinámica política menos conflictiva. Se hicieron las parlamentarias de 2020. No sería la oposición pero tampoco fue la insurrección. Si bien el G4 era el “hijo legítimo”, la inercia, su empeño en una estrategia fracasada, y la comodidad del poder que manejó un presupuesto de por lo menos 350 millones de dólares, se tradujo en una consecuencia negativa para ese sector: quedó al margen del juego político, mientras su vacío comenzaba a llenarse con otros actores políticos. La oposición “digna” y con plata pero sin eficacia política. Para un político de profesión, este debe ser el peor destino: con dinero pero sin poder. Si fuera político, preferiría el poder al dinero, y la política al poder, como sugirió Maneiro (lo último).
En este ambiente, se llamó a las elecciones regionales de 2021. Es posible que las regiones hayan visto la realidad descrita con mejor olfato que las direcciones nacionales -cómodas en Caracas y en el exilio, pegadas a los EUA durante Trump a quien ahora nadie conoce, con un público opositor que habla de “dictadura” pero con exitosas vidas en redes sociales que no son precisamente de una “dictadura”- y pasó la llamada “rebelión de las regiones” la que incluso tocó a VP, partido que presentó como 1.500 candidatos para noviembre de 2021. En sencillo, las regiones “no se calaron” la comodidad de Caracas, que esperaba -y quizás todavía espere- el famoso “quiebre de la coalición dominante”, y “les reviraron”. A las direcciones nacionales no les quedó otra que ir a las elecciones de 2021 para evitar un “quiebre de las coaliciones dominantes” pero dentro de sus partidos.
Las regionales mostraron que la oposición tiene fuerza en los votantes así haya abandonado sus espacios. Evidencia más clara cuando la repetición de las elecciones en Barinas el día 9-1-22. Superlano de VP ganó en noviembre. Su triunfo fue despojado por el TSJ, pero la oposición ganó al repetirlas. Este hecho impulsó a los partidos del hoy G3 a reforzar la ruta electoral como alternativa a una estrategia que crearon y apoyaron pero que fracasó (e iba a fracasar).
El interinato y VP no se casaron con esta estrategia de elecciones aunque la juegan, y justamente esta dualidad de querer ser “resistencia” y competir en unas primarias al mismo tiempo, hizo disfuncional a esta instancia porque los partidos la vieron como una situación que le daba un poder a Guaidó por encima de los demás en una competencia electoral, no en una lucha contra el gobierno, donde pudiera justificarse esta dualidad.
Los candidatos se enfrentarían en las primarias a un Guaidó, “presidente” (e y de la AN), con recursos de la nación pero propios, los que incluso se trabajaron para que fueran permanentes de VP o de un sector de este partido: el fracasado intento del “take over” de Monómeros, que de haber resultado, hubiera sido una fuente de ingresos permanente para el grupo López-Guaidó, así estuvieran en el interinato o no. Por eso Monómeros fue un asunto de “seguridad de Estado” para el gobierno de Petro. Simplemente Colombia se iba a quedar sin una empresa necesaria para su agricultura para convertirse en una generadora de recursos para una parte de la oposición. El país vecino no aceptó esa posibilidad. Entre el interinato y el gobierno de Maduro, seleccionó al segundo porque no amenazó su seguridad de Estado como sí lo hizo el primero con su eventual “toma hostil”.
La segunda razón, entonces, es que los partidos concienciaron que debían regresar al ruedo electoral porque estaban perdiendo sus estructuras y quedando en un limbo, en el vacío político, en la nada. Por eso comenzaron un proceso de cambios -cosmético o no- para reencontrarse con sus bases y regresar a la competencia electoral. VP y el interinato quisieron jugar a dos bandas: “resistencia” y “elecciones” y esto tampoco fue aceptable para los partidos porque es otra forma para desnivelar el terreno a favor de VP y del interinato.
La tercera razón es la incompetencia política del interinato para hacer política. Nos referimos a reunirse con grupos diferentes, escuchar, disentir, pero lograr acuerdos o, al menos, no alejar a grupos o ponerlos en contra, para que el interinato tuviera una legitimidad aunque no todos acordaran con esta figura o su estrategia. Hizo todo lo contrario: se alejó de quienes pensaban diferente. Y lo hizo de la peor forma: chantajeando a través de redes sociales.
La poca habilidad política se vio en su estrategia para tratar de mantener al interinato en diciembre de 2022. Comenzó con el chantaje: “quien no apoye la continuidad del interinato, favorece a Maduro”. No funcionó. Siguió el uso de expertos y “figurones” de las elites para darle revestimiento académico a esa instancia. Los académicos, constitucionalistas, y universidades como la UCAB, quedaron atrapados en la línea de fuego y sus reputaciones averiadas, que en la “Venezuela de gente conocida” una reputación es un activo para influir, por eso la cuidan mucho. Esta línea de buscar darle “auctoritas” al interinato también fracasó. Le siguió lo normal en un parlamento: las tácticas dilatorias y el filibusterismo. Igualmente no funcionó. Cerró esta pésima estrategia de venta del interinato con el anuncio de Guaidó que se iría pero que se mantuviera esta figura. También fracasó. Ya era demasiado tarde para una propuesta así.
Guaidó tampoco mostró habilidad política. No solo para reunirse con el gobierno –la reunión con Cabello a la que fue con una capucha; que Marco Rubio lo salvó del choteo- y menos con sus pares dentro de la oposición. No sé si Guaidó se reunió con los dirigentes de la oposición. Los del G3 señalan que en un punto se dejaron de reunir. En privado a lo mejor lo hizo, pero en público, solo se vio con María Corina Machado. No fue capaz de hablar con los dirigentes o partidos que tenían opiniones diferentes o, incluso, con los partidos aliados en ese momento (G4). Tampoco supo manejar las crisis como la de la “ayuda humanitaria” o Monómeros. Simplemente adoptaba un perfil de “hombre de Estado” y “dejaba hacer, y dejaba pasar”. Cuando pasaba la crisis, hacía planteamientos como fue con el caso de Monómeros, y descargó la responsabilidad en el parlamento de 2015, el que también es responsable, por supuesto. Pero todo fue un estar “por encima del bien y del mal” que empeoró la dinámica interna del interinato y su relación con sus aliados.
Tenía entendido que la política es acercarse a los diferentes y consensuar si es posible. Es decir, no solo reunirme con Machado, sino también con otros dirigentes para escuchar sus visiones y tratar de lograr una legitimidad más amplia para el interinato, no solo de los “true believers”.
Esto era imposible porque pasaba por cambiar el “cese a la usurpación” por una lucha política y electoral que es lo que tarde descubrió Guaidó. O, al menos, revisar la estrategia de la “presión y el quiebre”. Ni siquiera eso concedió el interinato.
Se tomó a pecho lo del “lado correcto de la historia” y no hizo lo que en teoría hacen los políticos: conversar, negociar, y tejer acuerdos para sumar y tener fuerza. Entre conciliar y amenazar, optó por amenazar.
Se amuralló con sus convencidos y felicitadores, se impuso a los partidos con chantajes y prebendas y al resto, lo vio con aires de superioridad moral y a los que no pasaban la prueba de pureza, fueron llamados “alacranes”. Lo peor, fueron los medios de comunicación pro-interinato y personas que apoyaron a esta instancia en redes sociales quienes ejecutaron esta infamia. Verdaderos comisarios políticos, en su versión de los “policías buenos y policías malos”. Algunos con muchos títulos y fama, otros no.
Cuando el interinato nadó en los famosos “60% de popularidad” –creo que llegó a ser más popular que Chávez en sus mejores tiempos- se impuso y en redes sociales producía terror con el chantaje de los “alacranes y colaboracionistas”. A quien no apoyara la línea y dependiendo de si era “alguien” o “influenciaba” iban los grados para estigmatizar y acabar con esas voces. Hoy el G3 –el que también estigmatizó y chantajeó- recibe ese trato del poco aparato de comunicación que le quedó al interinato, el que también se debilitó a medida que el tiempo pasaba y la gente en redes sociales comenzó a perderle el miedo. Hoy los comisarios políticos son apacibles ciudadanos y ciudadanas que nos hablan de la “gente maravillosa” que hay en redes sociales, nos invitan a leer libros en el Parque del Este, platican sobre Caravaggio, los buñuelos, el clima, corrigen errores de ortografía, o hacen la hermenéutica del video de Shakira. Irreconocibles en su pasado feroz e inclemente con el que osara no apoyar al interinato o al famoso “mantra”. Hoy casi todos cambian de ropaje –ahora hay como un “permiso para criticar a la oposición”- y “pasan agachados” a la espera de mejores tiempos o a la proverbial mala memoria de la sociedad venezolana, la que los volverá a aplaudir y a llevar al altar nuevamente.
Es la tercera razón por la que el interinato se derrumbó: no saber construir acuerdos políticos o, al menos, escuchar a los diferentes, atrapados en la arrogancia del “lado correcto de la historia”, “es lo que dice la comunidad internacional”, y los famosos “60 países”.
Paso a la última consideración para este análisis, que ya es bastante extenso. Trataré de no hacer otro artículo con esta última parte.
Con la eliminación del interinato se fortalecen los partidos del G3, pero no es una ganancia presente sino futura. El G3 deberá ganar y construir su espacio político propio, al asumir que tendrá una estrategia diferente a la de la “presión y el quiebre”, que no creo pase (lamentablemente). Así que esta parte es “política ficción” y mi “wishful thinking”.
Con las diferencias del caso para el G3, lograr ser una referencia como fue la MUD en su momento –junto a la eficacia política que tuvo, que no se reconoce mucho- pero en un tiempo más complicado en el que los partidos de la oposición tienen niveles de unidad básicos pero que no comparten muchas cosas como la estrategia frente al gobierno. Ni siquiera comparten una visión de país más allá de enunciados muy generales como la “libertad” o la “democracia”. Es alcanzar lo que llamo “recuperar el respeto”, que he tratado en otros artículos para El Cooperante.
El reto para lo partidos –de la plataforma o no- es ser una oposición eficaz. No es que el interinato lo haya sido, pero al final quedó como el símbolo de “se opone a Maduro” dentro del discurso de la “oposición que resiste y no coexiste” que para muchos de la oposición es lo que significa ser oposición.
En un sentido, debe comenzar de cero. Al abandonar la tesis de la competencia electoral para mantener o conquistar nuevos espacios políticos como hizo desde 2013, los partidos de la oposición perdieron la posibilidad de un tejido político que hoy bien pudiera canalizar el descontento o los deseos de cambios de la sociedad. Deseos que están allí, pero sin representación ni voz desde la oposición de los partidos.
Por ejemplo, los maestros protestan. En el programa de VTV “Al Aire” del día 9-1-23 seguí la entrevista a un dirigente sindical de Sunafun, que es el sindicato oficial vinculado a la educación.
Este dirigente habló de una idea que caracteriza al chavismo: los contratos colectivos son sustituidos por algo que llamó los “contratos sociales” que son beneficios en especie. Es decir, a lo mejor como maestro gano X –que no será mucho- pero el Estado me otorga una vivienda de la GMVV, juguetes en Navidad, bonos por el sistema patria, la bolsa Clap, zapatos para dar clases, gasolina subsidiada, y así. El tradicional contrato colectivo se reduce a lo mínimo, y lo que queda de ese contrato son prestaciones básicas del Estado acompañadas de ciertas políticas sociales. Es evidente que esto no satisface a los maestros.
Más que decir que “apoyan la gallarda lucha de los maestros” o decir que se podrá regresar al esquema de contratos colectivos pre-1998 –que hoy no es posible- la oposición pudiera diferenciarse del gobierno al explicar cómo sería su contrato colectivo en específico, y destacar que su eje será la “libertad para elegir de los trabajadores”, por ejemplo, o hablar de lo realmente posible para un contrato colectivo, sin demagogia. Quizás hoy la honestidad en las propuestas pueda “traer votos” en un país que vivió y vive una severa crisis, y es más sensible a la demagogia.
Que el maestro tenga ingresos para comprar sus zapatos o juguetes, y no unos calzados o juguetes estandarizados que da el Estado, sin burlarse de esos zapatos o juguetes. Tal vez no sea un contrato colectivo con todo lo que aspiran porque no hay recursos para eso, pero uno centrado en que el trabajador tendrá ingresos para elegir sus cosas, y poder llevar una vida. Estoy seguro que, el alto gobierno no usa los zapatos que el Estado da a los maestros ni sus hijos o nietos reciben juguetes estandarizados del Estado. Tienen los zapatos y juguetes que quieren y eligen ¿Por qué los trabajadores no pueden tener esta posibilidad para escoger? ¿El socialismo no es la “igualdad establecida y practicada” de la que hablan los voceros del gobierno? Poder elegir lleva a la naturaleza de los sistemas de gobierno. Es lo importante.
También en un gobierno autoritario puede haber un “gobierno a la sombra” (no interino), sino uno que contraste con el gobierno autoritarios en ideas y maneras para gobernar, para hacer contraste con el ejecutivo en lo específico, dado que los gobiernos chavistas tienen políticas públicas. Por ejemplo ¿Cómo sería la legislación que la oposición plantearía para las personas con TEA, que la diferencie del planteamiento de la bancada del PSUV en la AN?
El chavismo siempre podrá decir que ha actuado en todas las áreas por lo que, por ejemplo, proponer que la oposición dará poder a los trabajadores; el chavismo dirá ¿pero qué proponen, ya nosotros tenemos los CPT? A este nivel de precisión es donde la oposición tiene que llegar, para diferenciarse y ganar la legitimidad del pueblo que, si ve una real diferencia en la oposición, le dará alternancia independientemente de lo que el gobierno diga o haga. El pueblo venezolano sabe de política y sabe reconocer lo sincero. Pero hay que trabajar para lograrlo. Es un pueblo sabio en política. Si lo fuera en las cosas de la vida ciudadana, seríamos un país más grande o mejor de lo que somos o podemos ser.
De aquí la responsabilidad del G3. Tiene la responsabilidad de construir una estrategia que rompa la inercia, el péndulo, que tenga eficacia y credibilidad y lleve el juego político con el gobierno a otro nivel, hacia la posible alternancia en 2024.
Se ve difícil lograrlo porque la oposición ya tiene su propia historia de vida, que es difícil de dejar, de cambiar, como se observa con oposiciones de otros países que enfrentan sistemas autoritarios.
Es como un círculo vicioso del que es muy complicado salir. Uno trágico. Queda ver si la oposición venezolana tendrá el destino de la oposición a Gómez o el destino de la oposición que nació de la Generación del 28 y que fue la que promovió la idea de democracia a partir de la década de los 40 del Siglo XX. Una oposición condenada a desaparecer o una que resurja de sus errores. Es duro decirlo, pero hoy está más cerca de lo primero que de lo segundo. Para decirlo en el lenguaje del Betancourt de los 20’s, los “caracortá” hoy pesan más en la oposición que los que creen en partidos. La aventura o “tirar una parada” pesa más que el compromiso de construir una alternativa política. Lo primero “da caché”, lo segundo no; pero lo segundo es lo que producirá el cambio político, lo primero lo alejará. La oposición está atrapada entre lo imposible que le gusta y lo posible que rechaza.
Evitar un fin como la oposición a Gómez –los “caracortá”- pasa por una oposición que primero se centre en lo doméstico de Venezuela. Es lograr construir la propia fortaleza de la oposición, que no sea una oposición impuesta, sino una que se construya sobre sus propias fuerzas. No puede ser empujada por los EUA sino una oposición, en todo caso, que los EUA reconozca como la que tiene la fuerza política por sus propios méritos y dentro de Venezuela.
Lo anterior pasa por ganarse al público venezolano -por eso hablamos de “oposición doméstica”- por ganarse a la sociedad venezolana, no solo al público opositor, sino al gran público, a toda la población –que incluye al público chavista- y eso pasa por un trabajo interno.
Aquí está mi incertidumbre. No sé si lo podrán hacer. Quienes deben y pueden son líderes políticos que ya tienen una historia de vida. Que son lo que son (y creo están contentos con ser así). No sé si serán capaces de ponerse por encima de esa historia. Muchos apoyaron estrategias fracasadas una y otra vez, están dispuestos a apoyarlas nuevamente si tienen el chance; algunos sabían que estaban mal, callaron, se dejaron siquitrillar por la opinión pública, fueron pusilánimes, y hoy se acusan mutuamente en su fracaso. Pero son los políticos y partidos que tenemos en la actualidad.
¿Surgirá una “Generación del 28”? No lo sé. Los candidatos a serlo los veo muy cómodos en redes sociales (también creo que están contentos con ser así). No los veo para un trabajo disciplinado que supone la política dentro de un sistema autoritario, por más redes sociales que existan. Tampoco me siento invitado –no lo deseo- ni formar parte de esa eventual luminosa “Generación del 28” que “no quiere olvido sino memoria, y justicia y no venganza”. No podría por edad, pero no tengo la actitud para involucrarme. Mi misión la veo en los partidos que corren el riesgo de desaparecer como la oposición a Gómez cuando amaneció 1936. Tomo ese riesgo de desaparecer moral y generacionalmente, para ver si es posible que los partidos actuales puedan retomar el respeto y aprecio de Venezuela.
Entonces no es simplemente escribir un Pacto de Puntofijo en el papel, como tantos que la oposición ha firmado; acuerdos, y acuerdos, o hablar de la unidad como un deber ser, sino realmente tener la altura, creer de verdad en un acuerdo, tener el nivel para que ese acuerdo sea una realidad. Puntofijo fue un acuerdo político que se verificó en un documento, pero antes había el convencimiento real, la conciencia de los promotores de ese acuerdo que había que tener una Venezuela distinta a la conocida hasta ese entonces. Había que romper con la inercia histórica venezolana, de miles de líderes, de caudillos y sus montoneras, del robo al Estado; el Estado como espacio para ser alguien a través del dolo, sea de los “bárbaros” o sea de la “Venezuela decente”, junto a sus felicitadores que forman parte del partido que más ha durado en la historia de Venezuela: el partido de los “tírame algo”.
Puntofijo –y no lo digo como guayabo o para pedir uno, no es posible en la Venezuela actual, muy dividida- se propuso superar lo que había sido la historia de Venezuela y lo hizo con resultados mixtos. Eso implicó para los políticos ponerse por encima de sus pequeñeces y miserias. Cuando eso pasó, se firmó el pacto que fue una realidad política, no antes. No fue un documento que dio origen a la realidad política, sino la realidad política dio origen al acuerdo porque sus promotores se hartaron de fracasar, al no lograr tener una república medianamente funcional.
Ese es el reto del G3 y de los partidos en general, porque son partidos y políticos que han pasado por muchas pieles, que no tienen credibilidad ni respeto del público (me incluyo), que no han demostrado un nivel más allá de un coraje más físico pero no moral, con “la calle” como fetiche para revivir un cada vez más lejano 23 de enero de algún año futuro. El reto es creerse realmente que Venezuela puede y debe ser otra. No estoy seguro de ese convencimiento, más allá de dramáticas puestas en escena para los aplausos de tuiter.
El desafío es ser la oposición reconocida, no que si tal grupo es o no de oposición. Eso está bien para las gradas de tuiter, pero no está bien para un accionar político en una situación como la de Venezuela. Hay que ser una oposición reconocida. Que sus adversarios internos la reconozcan con un trabajo político, pero el tiempo político no es estático. El tiempo político no se va a congelar para que la oposición retome lo que perdió. Tiene que hacerlo sobre la marcha, con un gobierno que cambia, que trata de seguir un poco la lógica del modelo chino que no es solo ser capitalista en lo económico. El modelo chino en su esencia -con base en el informe de Xi al 20 congreso del PCCh en octubre de 2022- es una ideología que se adapta, que mantiene sus “core values” y principios pero es una ideología que se ajusta a los cambios de la sociedad, no solo de China, sino del mundo. El gobierno de Maduro busca seguir esa línea, con base en el mensaje de fin de año el día 31-12-22 y sus palabras el día 9-1-23 cuando la AN fue a informarle que se instaló el parlamento. Palabras muy importantes del presidente, las que serán uno de mis artículos para El Cooperante para el día 6-2-22.
Ese es el tamaño del reto que tiene el G3 en sus espaldas. Tres tareas realmente titánicas: luchar contra sus propias miserias y su pasado de fracaso, al menos desde 2013; contra el gobierno que busca un Catch-22 con la oposición para que nunca sea una alternativa ni viable ni posible; y contra los que ahora la señalan de ser “alacrán” porque tomó la decisión de finalizar una instancia que no cumplió con lo que el G4 prometió. No sé si estará en capacidad de asumirlas y salir con éxito.
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