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#OpiniónEC El Papa o el papá, por Nelson Totesaut Rangel

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Nelson Totesaut Rangel.- “Empresas Polar presenta al Vaticano plan para producir harina en Venezuela”. De la siguiente manera se abrían los titulares la pasada semana. Una propuesta de producción, dirigida a un ente religioso. Sé que para algunos la religión todo lo explica, pero en pleno siglo XXI, encomendar la harina de maíz precocida a Dios, es sin duda una solución bastante peculiar.

Esto me hizo recordar inmediatamente al Presidente Maduro, en plena memoria y cuenta. Ante un precio del barril por el suelo -y un petro Estado que sostener- soltó una elocuencia que caló, de tal forma, que los empresarios se lo tomaron en serio: “Dios proveerá”.

Y es que Lorenzo Mendoza siguió la línea presidencial, puesto ante la agraviada crisis –y el desespero usual- no dejó más alternativa que ponernos encomendados al Santo Padre.

Tomemos el tópico más en serio. Desde la Paz de Westfalia, el poder real de la Iglesia se esfumó. Ahora solo sirve como un parámetro de legitimación que todos buscan tener cerca. Cuando hablamos de todos, es literalmente todos. No únicamente las dictaduras latinoamericanas, sino también los infamados mundiales más sonados del siglo pasado: Hitler, Franco y Mussolini. Por lo que, si bien ya no tienen potestas (tampoco para producir harina P.A.N.), su auctoritas parece ser suficiente para liderar la matriz de opinión mundial.

Es decir, excluyendo el incidente del subversivo Martín Lutero, desde la contrarreforma la Iglesia sigue siendo fuerte baluarte de la humanidad.

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Entonces, el Papa se ha convertido en aquella autoridad encargada de valorar cualquier hecho de positivo o negativo. Salimos corriendo, tal hijos emancipados, acusando a nuestro hermano esperando que la sentencia caiga en nuestro favor. Si bien nada necesitamos acatar de la misma, ya que parece ser similar a una Declaración de un Organismo Internacional; es decir, sin carácter obligatorio, nos veríamos muy mal si ignoráramos a (lo que parece ser) el árbitro por excelencia. Todo esto debido a que su carácter religioso le resta los vicios que puedan poseer los verdaderos magistrados mundanos.

Entonces, el hijo emancipado, si bien se puede guiar por el principio: nulla pacta nulla sunt servanda (a falta de contrato, falta de obligación), sería visto de forma impopular si no sigue los lineamientos del “papá”.

Es por ello, que la política criolla se encuentra condicionada a una institución similar. Buscamos poner de nuestro lado al Papa esperando que su beneplácito justifique nuestras actuaciones y nos de la verdad que pensamos tener. Sin embargo, Francisco ha demostrado ser un conciliador de primera, lo que sugiere que el castigo vendrá proporcionado, ya que la culpa del caos actual no es de uno, sino de todos.

Sentarse a dialogar es saber perder. Debemos de restablecer los lazos con nuestro presente y abandonar la idea de un futuro como “hijo único”. Salgamos de nuestra minoría de edad, restablezcamos nuestras relaciones fratricidas, que el mundo “adulto” está cansado de vernos como lo que verdaderamente somos: un niño tonto. Y si el Papa –o papá- sirve como el gran conciliador de la situación, bien pasará a la historia como quien logró pacificar una guerra entre hermanos, a diferencia de varios de sus predecesores que -al contrario- la buscaron generar.



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