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La Lupa

Prepararse no solo para el «knockout»

En una rueda de prensa del 14-4-23 Capriles afirmó que al gobierno hay que “ganarle por knockout” en 2024 (por una diferencia muy significativa). Es la respuesta del candidato de PJ a los críticos que señalan que en 2013 “no cobró” una victoria que a mi juicio no existió, aunque el resultado fue cerrado. Producto de esta experiencia, Capriles asume que si en las presidenciales el resultado es estrecho a favor de la oposición, el gobierno no los reconocerá. Este segundo artículo de la serie “los problemas de la alternancia para la oposición” plantea que hay que prepararse para un eventual escenario cerrado para 2024. Si se da un escenario AN 2015 o Barinas 2021, bien pero ¿y si no? La alternancia no es solo en las elecciones sino se construye políticamente antes de las votaciones al comunicar que la oposición podrá gobernar, y no poner una torta. Esto se hace antes de las elecciones, no después. Nada garantiza que un sistema autoritario reconozca una elección, pero sí está en manos de la oposición no dar motivos para que no lo haga que no significa dejar de ser y hacer oposición sino mostrar capacidad política

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UE elcooperante

Caracas. En una rueda de prensa del 14-4-23 Capriles señaló que al gobierno hay que ganarle por “knockout”. Textualmente expresó que, “Ganamos en 2013 y ahora vamos a ganar por knockout, como fue en 2015. Es la única manera, como ganamos en Barinas en el último proceso electoral. Es una pelea de boxeo y los jueces te van a cambiar las papeletas, por eso hay que ganar por knockout”. Lo último significa que la diferencia a favor de la oposición sea muy amplia, que al ejecutivo no le quede otra alternativa que aceptarla.

Lea también: «De alegría a frustración: crónica triste de las elecciones en la UCV«

Puede ser así. Sería deseable fuera así -con el reconocimiento al chavismo como fuerza, sin revanchas- pero como mostró la primera vuelta de las elecciones en Turquía del 14-5-23, los autoritarismos tienen su público. El turco y el venezolano.

Que la oposición puede lograr nuevamente una amplia victoria como la que tuvo en 2015 -que luego botó por su pésima estrategia- o como la alcanzada en las regionales de 2021, es posible, pero la oposición debe prepararse para un escenario cerrado como el de Turquía o como el de 2013, que fue más cerrado. Si se da este escenario, que sea para ganar, a diferencia de 2013 (pienso que Capriles perdió en abril de hace 10 años).

Es aquí donde introduzco la idea central del artículo, el segundo de la serie que inició el lunes de la semana pasada con el análisis de la renuncia del alcalde del municipio Cardenal Quintero en Mérida: si es un escenario cerrado entre el gobierno y la oposición, la alternancia se construye desde antes de las elecciones para que sea efectiva el día de las votaciones.

La alternancia no es solo electoral -el día de los comicios- sino política, antes de las elecciones.

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Si los candidatos quieren centrarse en el escenario de “ganar por knockout” -que no es un término muy feliz para una alternancia o transición, más allá de los aplausos que tendrá en redes sociales porque el término “no guabinea”- está bien, pero hay que considerar el escenario de resultados cerrados a favor de la oposición, pero que su victoria sea aceptada por el chavismo. Un escenario tipo parlamentarias de 2010 con el “nosotros sabemos lo que ustedes ya saben”, aunque de éxito para la oposición.

Un comentario acerca del documental de Capriles “¿Qué pasó el 14 de abril?” (de 2013), que fue subido a YouTube hace como un mes, y que fue muy comentado en redes sociales, que tiene que ver con su propuesta de “ganar por knockout”.

No es para analizarlo -el seriado de Capriles abordó algo que ya pasó; para mí no tiene mucho sentido el análisis del documental como tal, y de hecho, ya no es tema de la opinión pública- pero sí para ver sus implicaciones políticas por las reacciones que generó en redes sociales, que fueron intensas.

Es evidente -incluso se vio en la rueda de prensa de Capriles del 14-4-23- que el exgobernador de Miranda relanzó su imagen para contrarrestar la crítica de los partidarios de la “presión y el quiebre”: que “no cobró”, se “acobardó”, y “mandó a bailar salsa” en 2013.

El documental va dirigido principalmente a ese público que no le perdona a Capriles el “no cobrar”. Al que ha hecho de las protestas de 2014 y 2017 el “momento fundacional” de la oposición. Al que apoyó a Guaidó y se pasó “con armas y bagajes” para apoyar a Machado, quien es la nueva esperanza para lograr el famoso “quiebre”.

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Por la rueda de prensa y los comentarios sobre el documental, Capriles busca como un “término medio” para “quedar bien con todos”.

Por una parte, señaló que ganó en 2013; por la otra, que no había posibilidad de “cobrar” e -importante- que todo el liderazgo opositor estuvo de acuerdo con no salir a la calle. Es decir, fue una decisión grupal, no de Capriles.

Hasta el momento, ningún dirigente político ha desmentido a Capriles u ofrecido su versión a lo expresado por el exgobernador. Como sucede en la oposición con los temas que no se quieren tratar, un silencio, la pose de los “venezolanos respetables que se dan su puesto”, o “pasar agachao”.

El documental es complementado con unos TikTok que aparecieron el 23-5-23 sobre “¿quién es el flaco?” los que buscan mostrar atributos de Capriles pero sin mencionarlo, en una suerte de campaña de intriga. Estos TikTok pusieron a trabajar a los analistas de la “presión y el quiebre” que habitan en tuiter, para descifrar la lógica de estos mensajes y salir del “cringe” –para variar- en que quedaron por los videos. No pudieron ir más allá de la estética Pokemón de los videos “del flaco”.

En mi caso, la crítica a Capriles no es porque “no cobró”. Como escribí, no me ubico en un escenario que ganó en 2013.

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Sí tengo un cuestionamiento a Capriles: no asumió su liderazgo posterior a las elecciones, que le correspondía. Sacar cerca de 7,4 millones de votos no es cualquier cosa. Aún con la pérdida, esa votación le dio a Capriles legitimidad para asumir el liderazgo de la oposición. Pero no lo hizo. Pudo acercarse a la MUD y como “jefe político” plantearlo, o hacerlo en su partido PJ. Pero la respuesta fue muy Capriles: retraerse. Dejó un vacío que aprovechó la “presión y el quiebre” para imponerse en la oposición, yugo que duró hasta el año 2022, con una estrategia que fracasó, cuyos pasivos llegan a todos.

Mi reclamo a Capriles es no haber sido el líder que debió ser, legitimado por más de 7 millones de votantes. Asumir la conducción de la oposición cuando ésta, a través de la MUD, dio el paso para su reforma con el famoso “Informe Hospedales” de diciembre de 2012, el que analizó por qué la unidad perdió las elecciones presidenciales de ese año. Informe que le dio voz a todas las fuerzas, incluso a las que señalan que son excluidas por los partidos “tradicionales” como el movimiento de María Corina Machado. Ella misma asistió a una de las sesiones de la “Comisión Hospedales” para expresar su punto de vista.

La mesa estaba servida para reformular la tarea de la Mesa, pero ya esto es pasado. Como dice un buen amigo de la política, es “política ficción”. Estar en lo que “hubiese pasado si…”, no tiene sentido. En Venezuela tenemos mucho tiempo que vivimos de lo que “pudo haber sido” (y no podrá ser). Lo que pasó, fue lo que pasó. Solo lo registro como mi reclamo a Capriles, que no es el “gran consenso opositor” que “no cobró” una victoria que no existió, sino que “no lideró” lo que sí existió y “pudo haber sido”.

Pero más importante que la discusión sobre si se “podía cobrar” o liderar, es el meta-mensaje político del documental.

Capriles quiere construir algo como una legitimidad “a la tercera va la vencida”. Por eso sus mensajes insisten mucho en que “movilizó a un país en 10 días” -para la campaña de 2013- y es lo que hoy impulsa, ahora con un Capriles más curtido como buscó mostrar en el documental. Ya no es el “muchacho con una cachucha y una chaqueta de Astroboy” sino un Capriles con años, un poco más formal en la vestimenta, es decir, que ya no es un “muchacho” sino “el flaco” que “quiere unir y levantar a Venezuela” como dice uno de los TikTok. El mismo mensaje del documental: “levantar” (a una sociedad y oposición postradas). Es el contenido central de su relanzamiento.

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El meta-mensaje es ese: “ahora sí estoy preparado para cobrar” porque “la Venezuela de 2023 no es la misma de 2013”, como dijo en su rueda de prensa del 14 de abril.

Hay un aspecto importante que las reacciones al documental de Capriles dejan ver. Quizás todo este ambiente de debate dentro de la oposición lo que indica es que el deslinde entre “la presión y el quiebre” y quienes quieren participar con las reglas del sistema, se da, ahora sí, de verdad. Por eso lo agreste del debate y del ambiente opositor. Al menos en redes sociales.

Por ejemplo, un documental de ese tipo era imposible para 2020, cuando Capriles quiso participar en las parlamentarias. Lo hubieran siquitrillado como pasó hace 3 años cuando dejó ver que quería ir a las parlamentarias. En ese momento, le cayeron encima y se la tuvo que calar. Pero luego de tres años, lo siquitrillan menos o la cayapa ya no funciona. Esto muestra que el poder de Capriles aumentó -todos hablaron de él y de su documental- mientras que el poder de la “presión y el quiebre” bajó. Solo les queda tratar de imponer –desde tuiter- unas primarias “como nosotros queremos” o “el diluvio”.

Aprovecho para reiterar mi reconocimiento a la labor de la comisión de primarias. Cuando se ve el fracaso en las elecciones de la UCV del 26-5-23, se aprecia el trabajo de la comisión. No por “hacer leña del árbol caído” -no es mi estilo ni tengo que hacerlo porque aspiro a algo- pero hay una diferencia en la toma de decisiones. Que la comisión de primarias tome su tiempo para explorar alternativas viables y lograr los mayores consensos que pueda -porque al final decidirá, y decidir es escindir- coadyuva a evitar situaciones como las que vivió la UCV el viernes 26.

Otra fortaleza de la comisión es mantenerse en su misión: hacer unas elecciones para escoger a un candidato; primarias que sean amplias, incluyentes, accesibles a todos los electores, lo que marca un horizonte. Si la misión está clara, las presiones se pueden superar.

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Lo que quiero decir es que las fuerzas dentro de la oposición se balancearon. Hace un tiempo no muy largo, a Capriles lo ponían contra las cuerdas y lo ridiculizaban. Hoy no. Igualmente, hablar para criticar a las sanciones era un anatema. En la actualidad no.

En las primarias, tampoco el sector de Machado o Guaidó -mientras fue candidato, porque Superlano tiene otro perfil que está por verse- se imponen con total libertad, aunque se fajan en redes sociales para construir el clima de la “inevitabilidad de la victoria de María Corina”. El mensaje es que ésta es a la oposición en 2023 lo que Chávez fue al país en 1998.

Es el trabajo en redes de famosos y menos conocidos: construir esa percepción. Lo que antes hacían para el interinato ahora lo hacen para Machado, descalificaciones y linchamientos incluidos. Sin embargo, ya ese grupo no produce el miedo que generó en sus mejores tiempos. Sus famosos son cuestionados en tuiter. Ya no son teflón. Antes había miedo para contestarles –el estigma que a alguien le endosaran el “colaboracionista”- o se evitaba responder para no “romper con la unidad”. Hoy les responden y los cuestionan, para la sorpresa de esos inflados egos no acostumbrados a ser criticados.

El grupo que quiere participar con las reglas del sistema -al asumir que Capriles está aquí, aunque no se puede asegurar; al exgobernador le dan sus arranques y en un momento de éxito, puede tornar a la “presión y el quiebre” al perder las perspectivas, como lo ha hecho en el pasado- tiene más presencia.

Mi hipótesis es que hay un reacomodo de fuerzas internas y externas que no sé cómo quedará, pero el sector no insurreccional tiene más fuerza para actuar y no ser cuestionado o puesto en la orilla por el grupo de la “presión y el quiebre” como sucedió hasta 2021.

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Si esta hipótesis es cierta, hay que ver si se dan alianzas o rupturas entre los grupos de la oposición, de cara a las primarias, en donde puede haber sorpresas.

Lo anterior puede explicar que el grupo Machado subió el listón para volver a su estilo de polarizar. Machado había tratado con otros contenidos, pero ya no. Volvió a sus contenidos que si “estos delincuentes” -el gobierno- “las cúpulas” -¿el G3?- con la tesis de la “fuerza”, y cómo ve la primaria ese sector: como un paso para llegar a un momento de confrontación con el ejecutivo, para producir el tan esperado “quiebre de la coalición dominante”.

En definitiva, el deslinde ahora puede ser una realidad. Se separan los que buscan el quiebre de los que buscan competir para ganarle al chavismo, con la diferencia que no es Puntofijo donde sucede sino se da dentro de un sistema autoritario que no contempla la alternancia y aquí está el riesgo para los segundos: ser cooptados por ese sistema y ser una oposición a la medida, mientras que los primeros quedarán como unos bocones, incapaces para hacer algo, que no sea “hablar duro” (que les encanta).

Construir políticamente la alternancia no es una tarea nueva para la oposición, aunque hoy es más complicada. Si algún ejemplo reciente pudiera ser un “caso de estudio” para las fuerzas opositoras, son las elecciones en Turquía. Si bien cada país es distinto, tienen semejanzas porque son sistemas autoritarios.

Luego de la primera vuelta en Turquía, en el Journal of Democracy Murat Somer y Jennifer McCoy escribieron un artículo que habló sobre “siete lecciones” de la oposición turca frente a Erdogan. El artículo de la semana que viene para El Cooperante –el tercero y último de la serie acerca de “los problemas de la alternancia”- será sobre este trabajo en el Journal of Democracy, junto a otro acerca de las parlamentarias en Tailandia que se hicieron el mismo día.

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Somer y McCoy puntualizaron las 7 lecciones que dejó la oposición de Turquía: unidad, mensajes despolarizados, política programática y búsqueda del consenso, resolución de conflictos, tácticas extraordinarias para desarmar al autócrata, visión de futuro a través de propuestas concretas, y liderazgo colectivo.

No seguí mucho la campaña para las elecciones turcas sino algo las semanas antes de la primera vuelta. Lo que me quedó de esa campaña es que fue una en la que la oposición se unió pero lo comunicó de tal forma que lo que se vio fue la “unidad en la diversidad” pero con contenido. Fue muy simbólica la portada del programa de gobierno de la oposición turca. Uno de poco más de 200 páginas, pero lo simbólico fue que en la portada aparecen los logos de los 6 partidos de la coalición. La gráfica del programa es sobria, lo que comunica altura, nivel político, la vida de vivir de verdad, verdad en un autoritarismo. Una sobriedad de quien concienció esa vida, más allá de denunciarla. Por ejemplo, el mensaje de Kılıçdaroğlu desde la cocina de su casa la que no comunicó mayores lujos, para mostrar que es uno más en un sistema autoritario.

Similar mensaje me transmitió una entrevista a Sveta Aleksiévich en Der Spiegel desde su apartamento de exiliada en Berlín. Una vida sobria.

La campaña turca fue creíble, con el trabajo político detrás, que no se limita a esperar por la “explosión social”, las “luchas entre las mafias”, la “toma del palacio de invierno” -aunque no se sabe por quién- o por “la magia de las sanciones”, como muchos en Venezuela, desde la comodidad. Es hacer la tarea política de construir, hilvanar, agregar, articular, comunicar, y trascender a públicos cautivos, y hacerlo antes. El “crafting” político, no solo la queja o la “denuncia”. No somos suizos, tampoco turcos, pero podemos tener más conciencia y capacidad política.

La campaña en medios de la oposición turca me comunicó sobriedad y futuro. Optaron por el estilo “Chile, la alegría ya viene” de 1988, y menos por una de denuncia o confrontación (para la segunda vuelta de ayer cambió a una orientación más desafiante en los mensajes).

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Estos ingredientes que me dejó su campaña -lo poco que observé- junto a otros factores destacados por los estudiosos y conocedores de la política de Turquía -como la unidad y coordinación entre los grupos de la oposición- produjeron el resultado que se plasmó en la primera vuelta. Si bien la opinión esperaba la derrota de Erdogan, no era mi expectativa. No se sale de un autoritarismo tan fácil. Al momento de escribir y enviar este artículo, se desarrolló la segunda vuelta en Turquía, que arrojó la victoria de Erdogan 52% a 48% que obtuvo Kılıçdaroğlu.

Si bien la campaña de Kılıçdaroğlu mostró un tono no confrontador para la primera vuelta, para la segunda, el candidato unitario turco bosquejó una faceta más confrontadora para comunicar que si gana, su gobierno será viable aunque el partido de Erdogan retenga la mayoría en el parlamento turco.

No es que la oposición venezolana no haya hecho lo que la oposición turca hizo para sus elecciones de mayo de 2023. Venezuela fue pionera en muchas cosas que ahora hace la oposición de Turquía. Primero fue 2010, 2012, o 2015 antes que 2023. La MUD presentó un programa bastante extenso, firmado por los candidatos. La campaña de 2012 fue una inspiradora, no confrontadora. La de 2010 igual, con su parte de ataque al gobierno, como la cuña con el caso de la comida podrida de PDVAL. Publicidad que, por cierto, molestó a muchos que hoy “no bajan la cabeza” porque “alejaba a los ninis” que era la conseja de la época.

Lo que planteo es que la oposición puede retomar ese espíritu de innovación con las realidades de 2023 para construir desde ya la alternancia. Si los votantes deciden cambiar al gobierno de Maduro -como espero pase- lo acepte, así sea un resultado cerrado.

Que lo haga no será por un motivo normativo o porque perdió. Erdogan luchó con el poder del Estado para esquilmarle votos a Kılıçdaroğlu, y ganar en primera vuelta. No pudo. Ese es el mérito de la oposición turca que parece no apreciarlo en su totalidad, quizás por las altas expectativas para ganar en primera vuelta.

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En Venezuela el ventajismo oficial sucedió y volverá a ocurrir, más en una elección presidencial. De aquí que la oposición deba construir el discurso para la alternancia con mensajes a públicos claves y al elector en general. El principal, que es una alternativa capaz para gobernar bien sin revanchismos.

Aquí entra otro ejemplo de actualidad: Ecuador. Hacer la historia sobre cómo se llegó a la “muerte cruzada” decretada por Lasso el 17-5-23, sería otro largo artículo. Para los efectos de este texto, destaco una “transición mal hecha” ya no de Correa a Moreno, sino de éste a Lasso, junto a los errores de éste en pensar que proseguir con el desmantelamiento de las “instituciones iliberales” del sistema político de Correa, sería suficiente para algo como el “amanecer de la democracia” o alguna pomposa “reconstrucción”.

La metida de pata se profundizó al designar como ministros a “los mejores” y a quienes “no tienen nada que ver con el pasado”, reclutados de la corriente “libertaria”. El resultado de esta “buena intención” es el infierno que hoy se vive en Ecuador.

El problema no fue desmantelar las instituciones del correísmo –por ejemplo, restablecer el principio de poderes con tiempo definido, que era necesario y Correa eliminó como Chávez hizo en Venezuela con la tesis de la “reelección indefinida”- sino que, al hacerlo, el Estado se debilitó y potenció a las bandas malandras, las que aprovecharon el vacío de Estado para regresar. Se sumaron las ideas “libertarias” de Lasso que no favorecieron la intervención del Estado. Grupos quedaron vulnerables, quienes pasaron a las cifras de pobreza y hambre que hay en el país hermano. Todo resultó en una “tormenta perfecta”.

Lo anterior es un recordatorio a los venezolanos que con “las mejores intenciones” quieren pasar factura al chavismo y poner a la sociedad a pasar trabajo para “castigarla” por haber “populista”.

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Otro ejemplo de actualidad: las elecciones en la UCV del 26 de mayo, suspendidas en la tarde de ese día.

Para las elites, la UCV sería ejemplo para mostrar un ejercicio de participación dentro de un sistema autoritario. No por casualidad, los tuits antes del 26 e incluso el mismo 26, fueron algo como, “La UCV dará ejemplo….”.

En sencillo, mostrar que se podía hacer algo bien sin la participación del Estado. Aunque es una elección para escoger autoridades de una universidad, el conflicto venezolano la extrapoló a una elección chavismo-país no chavista. Pero la elección fue una torta.

“Creerse mejores que el chavismo” no garantiza una buena elección. Entran las realidades. Aunque el “gran consenso en tuiter” es que las elecciones fueron “saboteadas”, no me ubico en la tesis del sabotaje. Venezuela es una sociedad muy dada a atribuir todo a “manos peludas”. Como dijo Consalvi, “conspirar es un deporte nacional” y aquí, todo el mundo ve conspiraciones en todas partes, y está metido en una.

En mi caso, me ubico en una explicación más terrenal, con menos glamur que hablar de una conspiración: una comisión electoral que no tuvo el sentido de lo que jugaba el 26, y tomó malas decisiones bajo el “goupthink”, proceso psicosocial por medio del cual un grupo de “mentes brillantes” pone una torta.

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Una de las características del “pensamiento de grupo” es la creencia de la superioridad del grupo. En este caso, la relaciono con la decisión del CU de la UCV del 25-1-23 cuando decidió usar lectoras ópticas y no acudir al apoyo del CNE “lo que reafirma nuestro compromiso con la democracia y la autonomía universitaria”, tuiteó la rectora García Arocha. La UCV tampoco escapó al clima opositor de la “dignidad” para no acudir al CNE. Entonces, es más incompetencia que conspiración.

El ejemplo es para decir que si se quiere ser alternativa al gobierno nacional hay que hacer una elección perfecta. Hay que ser perfecto, como la esposa del César. No solo bellos discursos sobre la “tiranía”, la “dignidad”, los servicios públicos, los bonos, el salario, o los DD.HH. Hay que encarnarlos en su pureza en el día a día de un autoritarismo.

A diferencia de la opinión que ve en el ejecutivo el responsable de lo sucedido en “La casa que vence la sombra”, lo que observo es un gobierno que guarda silencio frente a lo que pasó. Mi hipótesis para explicar su silencio es que no interviene para que el país vea la torta que ocurrió en un espacio no gobierno y, más adelante, interpelar a la sociedad con “¿Ustedes quieren un gobierno de grupos que ni siquiera pueden hacer una elección para 200 mil personas, y se tiran flechas y cuchillos entre ellos mismos? ¿Ustedes se imaginan un gobierno así? ¿Quieren eso como gobierno?”. Por eso el silencio del chavismo. Esta idea la voy a desarrollar en el artículo de la semana que viene, porque creo es el fuerte de los “nuevos autoritarismos”.

Aunque no parezca, la suspendida elección en la UCV no ayuda a construir la alternancia en el poder nacional desde antes. Igual con las primarias. Si fracasan, la alternancia para la oposición se aleja. Esta se construye desde ya, y tiene que ser perfecta. No hay margen para errores.

En todo caso, el genio político es que suceda, no anunciar que va a pasar. Barinas pasó, nadie lo anunció. Los más entusiastas “barineses” de hoy, ayer dijeron que no sucedería; “imposible que el régimen pierda en la tierra de Chávez”, dicho en voz grave, propia de los corridos en 200 plazas que hay en Venezuela y que “hablan duro”.

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Me parece bien que Capriles busque el “knockout” para 2024, pero me prepararía y buscaría construir la alternancia para un escenario parecido al de abril de 2013, ahora a favor del candidato de la oposición (sea Capriles u otra figura que gane en las primarias). Eso pasa por comenzar a comunicar que la oposición tiene la capacidad para ser gobierno, sin revanchismos, con estabilidad, y sin poner la torta.



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