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Opinion

Sobre el 18 de Octubre, sobre el 21 de Octubre

Había llegado “la hora de Rómulo Betancourt”, dice el notable historiador Ramón J. Velásquez,

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Caracas / Por: Carlos Canache Mata.- Sobre el 18 de octubre de 1945. Hacia el mediodía del 18 de octubre de 1945, entra un profesor al aula del Liceo de Aplicación de Caracas –donde yo cursaba el quinto año de bachillerato- para informar, por parte de la dirección de ese instituto, que se suspendía la clase y debíamos marcharnos a casa porque había estallado un movimiento militar. Efectivamente, se habían alzado la Escuela Militar de la Planicie, secundada por la Guardia Presidencial de Miraflores, y luego, en la tarde, por el sector mlitar de Maracay, con la excepción de la policía de la capital, que resistió toda la noche. Al día siguiente, 19 a las 10 de la mañana, el Presidente Medina se entrega en el Cuartel Ambrosio Plaza.

Había llegado “la hora de Rómulo Betancourt”, dice el notable historiador Ramón J. Velásquez, y agrega que “se liquidaba así un régimen que se mantuvo en el poder a lo largo de casi medio siglo y se conmovía la estructura social y económica que se había forjado durante estas décadas” (1). Es decir, desde que en 1899 Cipriano Castro había accedido al poder.

Como era de esperarse, mucho, muchísimo, se ha escrito sobre este acontecimiento histórico. Pero ningún analista que sea veraz y respetable  puede negar que  es  un  hecho  que   realizó  la  democratización del poder. No fue el clásico golpe de Estado, sino un proceso de grandes transformacionnes. Manuel Caballero sostiene: “No es fácil cuestionar el carácter revolucionario de lo actuado a partir el 18 de octubre. Cuando sale del trienio, Venezuela es otra; los cambios han sido profundos y, como se demostrará a partir de 1958, en su mayoría irreversibles. Esos cambios tienen un común denominador y  hasta se podría decir, que es un solo cambio que engloba a todo el resto. Se trata del ingreso de las masas a la actividad política, y por allí mismo el ingreso de Venezuela a la sociedad de masas. Y la mayoría de AD, como luego de la democracia, es la mayor en toda la historia del país, en términos relativos como absolutos” (2). Es verdad que tras la muerte de Gómez hubo una cierta apertura democrática con López Contreras  y  Medina Angarita, especialmente con este último, pero la voluntad popular seguía secuestrada a la hora de elegir sus gobernantes. Eso, que el pueblo pasara de espectador a ser actor, sólo se logró, bajo la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt, con el establecimiento del sufragio universal, directo y secreto para elegir el Presidente de la República y los Cuerpos Legislativos del país. Como dijo el gran ensayista Mariano Picón Salas, “era necesario darle cuerda al reloj detenido”, y  la Revolución del 18 de Octubre de 1945 dió esa cuerda al reloj de la historia para entrar a la modernidad. El también eminente historiador Germán Carrera Damas toma la medida del tamaño histórico que tuvo ese rescate de la soberanía popular, en estos términos: “La modernización de la vida política, entendida en adelante como expresión del ejercicio de la ciudadanía, valida esta de su arma por excelencia, el ejercicio de la soberanía popular, significaría la más radical transformación sociopolítica experimentada por la sociedad venezolana, desde la ruptura del nexo colonial: los todavía súbditos, si bien de una cuasi monarquía constitucional que era aún de esto último solo apariencia, se vieron llamados a ser, por primera vez, ciudadanos, en la plenitud del concepto” (3). Léase bien: el suceso más trascendente desde que nos separamos de España. El reputado historiador Tomás Straka es también de la misma opinión, al sentenciar: “Con el voto universal, secreto y directo que la Junta Revolucionaria de Gobierno estableció en 1946, la estructura de la república venezolana experimentó su transformación más importante desde su fundación. Ni el federalismo, que nunca se vivió realmente; ni el triunfo de la ‘anti-república’ durante la larga era de dominio caudillista (entre 1870 y 1935) representaron una mutación en las reglas de juego tan honda” (4).

Me extenderé ampliamente sobre el tema, cuando termine y edite en libro estos Collages que estoy escribiendo semanalmente.

Sobre el 21 de octubre de 1952.

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Este 21 de octubre de 2020 se cumplieron 68 años del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En esta ocasión me limitaré a reproducir fragmentos de escritos o discursos, sobre el héroe, de Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt y Andrés Eloy Blanco:

Rómulo Gallegos: “Se dice que no se sabe dónde y cómo fue enterrado, a raíz del crimen, el cuerpo de Leonardo Ruiz Pineda; pero lo indudablemente cierto es que el pueblo de Venezuela, en imperecedera presencia de espíritu, el pueblo incontaminado de prevaricaciones, lleva sobre sus hombros al compañero sacrificado y haciendo su camino doloroso hacia el día de la justicia lo conduce a la inmortalidad” (México, 25 de octubre de 1952).

Rómulo Betancourt: “La Revolución del 18 de octubre de 1945 lo convierte en hombre de gobierno. Vívido y nítido conservo el recuerdo de aquel diálogo, en Miraflores, el 21 de octubre, cuando le entregaba el nombramiento de Presidente de su Estado nativo, donde aún resistía una de las más fuertes guarniciones militares de la República: -‘Leonardo, el avión está listo. Van unos pocos hombres acompañándote.  Allá te espera la cárcel o la casa de gobierno’. –‘Prefiero la casa de gobierno a la cárcel’, contestó, riendo en su sana jocundia juvenil. –‘Pero si lo que encuentro allá es un calabozo, ya sabes que tengo cierta veteranía en celdas penitenciarias’  “. (San José, Costa Rica, octubre 25 de 1952).

Andrés Eloy Blanco: “Y ahora, lo más triste al parecer, para el verdugo de Leonardo, es pensar en el momento –que ha de llegar un día- en el que un hijo suyo, con rubor o sin él, bajando o alzando la cabeza descubierta, pronuncie con amor venezolano el nombre de Leonardo asesinado.

Así está nuestro mártir, en una calle de San Agustín, en la sangre metida la frente luminosa. Los esbirros le miran,  los  verdugos  le  guardan y  entre ellos  tendido, Leonardo, puro, como el sueño de un niño en un prostíbulo. Y mi voz entrañable, de vuelta a mi poema y a la hora de Armando (Zuloaga Blanco), tremola su pregunta sin respuesta:

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Coronel que lo asesinaste, ¿cómo harás para asesinarlo en el corazón de tu hijo?”. (México, octubre de 1952).



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