La Lupa
Transición en Venezuela: la lucha no solamente es electoral sino cultural
Las elecciones en Turquía -la primera vuelta- y las parlamentarias en Tailandia, ambas efectuadas el 14-5-23 ofrecen lecciones para la oposición venezolana. No tanto en lo que no ha hecho, porque las oposiciones turcas y tailandesa hicieron cosas que la oposición venezolana hizo en su momento. La lección de Turquía es no abandonar la estructura de partidos. Lo clásico: tener uno, un programa, comunicarlo, y una estructura para vigilar las votaciones. La lección de Tailandia es innovar en los mensajes, para hacerlos atractivos a públicos y se sienten motivados para votar. Hay una lección adicional, la más importante a mi modo de ver: los sistemas autoritarios ofrecen una “vida tranquila”. Es su gancho. Su sex-appeal. La lucha contra los sistemas autoritarios no solo será electoral sino también cultural ¿Cuál es la versión de una “vida tranquila” que ofrece una democracia con alternancia y límites al poder? Es la pregunta. La respuesta hará la diferencia entre ganar o perder frente a un sistema autoritario
Caracas. En este último artículo de la serie sobre “los problemas de la alternancia para la oposición”, analizo y comparo los casos de Turquía y Tailandia, países que recientemente tuvieron elecciones, con lo que ha hecho la oposición venezolana.
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Lo haré a partir de dos artículos publicados en el Journal of Democracy. El primero, luego de la primera vuelta en Turquía que fue el 14-5-23. Firmado por Jennifer McCoy y Murat Somer, que lleva como título, “Las siete lecciones de Turquía para vencer a un populista autócrata”. En el país cuya capital es Ankara los comicios del 14 de mayo fueron para elegir al presidente en primera vuelta y al parlamento unicameral con 600 integrantes. Casi 65 millones de votantes estaban facultados para sufragar.
El segundo, sobre las elecciones parlamentarias en Tailandia. Escrito en caliente y firmado por Srdja Popovic y Steve Parks, se tituló “Cómo los activistas fueron superiores a los generales”.
El mismo día de la primera vuelta en Turquía, cerca de 52 millones de electores del reino en el sureste asiático votaron por una nueva cámara de representantes conformada por 500 diputados (el parlamento tailandés es bicameral, y su forma de gobierno es parlamentaria con un primer ministro).
El análisis no irá tanto a “qué no ha hecho la oposición”. Al contrario, las oposiciones en Tailandia y Turquía hicieron lo que la oposición venezolana hizo hasta 2013, aunque la primera innovó más que la oposición criolla. No sé si estudiaron el caso venezolano, pero realizaron cosas que la oposición hizo aquí. Pero como la oposición asumió la estrategia de la “presión y el quiebre” a partir de 2013 y Venezuela es un país sin memoria, parece que es al revés. Ahora la oposición venezolana podrá alimentarse de lo hecho en Turquía y Tailandia, aunque ya lo había hecho. Se trata de volver a lo que ya había caminado para caminar el camino que había andado.
Una advertencia sobre el método. Cuando este artículo se publique, habrá ocurrido la segunda vuelta en Turquía, que se hizo el 28-5-23. Mi artículo hará como si la segunda vuelta no hubiera pasado. El texto del Journal of Democracy analizó la primera vuelta. Voy a mantener este corte de tiempo similar para el análisis, de manera de medir “peras con peras”. Al final del artículo, haré un post scriptum (PS) que hablará sobre la segunda vuelta en Turquía, pero no antes. Mi análisis se quedó fijo en el 14-5-23.
En general, tanto en Tailandia como en Turquía se hizo lo que cualquier político con los pies sobre la tierra haría: construir estructuras políticas -partidos- hacer alianzas, comunicar su programa, y “cobrar” significó tener una organización para saber realmente los resultados de la elección y proteger sus votos.
No son oposiciones que apelaron a una “solución de afuera” porque “solos no podemos” o a estructuras paralelas como “interinatos” o “GI” sino hicieron un trabajo político: competir con las reglas del sistema y darles la pelea a gobiernos autoritarios como los de Turquía y Tailandia. En sencillo, organizar, comunicar, y monitorear. Son oposiciones nacionalistas ya que su estrategia no fue pedir sanciones para lograr el “quiebre de la coalición dominante” o invocar “intervenciones humanitarias” o el “R2P”, a pesar de que enfrentan a gobiernos autoritarios.
La aproximación de la oposición turca fue más clásica en su accionar frente al gobierno de Erdogan: alianzas entre partidos y un programa unitario. La estrategia en Tailandia fue más innovadora al incluir elementos de la “lucha no violenta”, aparte que los líderes de la alianza son más jóvenes que en Turquía. Kılıçdaroğlu es “un señor”, mientras que, en Tailandia, Shinawatra y Limjaorneat, son dos “chamos”.
Mi análisis, entonces, no será para decir “qué mal lo hacemos en la oposición” sino para ver qué falta para lograr una alternancia en el poder, a partir de sendos casos. Intuyo que lo que falta trasciende a lo electoral y organizacional. Hoy también pesan variables psicosociales que tocan dos grandes dimensiones “inconscientes” en las que creo se moverá el electorado venezolano para 2024: convivir o guerrear, y lo estable o el riesgo. Quien logre descifrar la respuesta del electorado a sendas disyuntivas ganará la elección de Venezuela. No es fácil la respuesta a cada una.
Somer y McCoy puntualizaron las 7 lecciones que dejó la oposición de Turquía luego de la primera vuelta. Si las llevamos al caso venezolano, la oposición las hizo todas. Veamos:
1.-Unidad: la logró. Su punto de mayor esplendor fueron las parlamentarias de 2015. También en las regionales de 2021. La tarjeta MUD simbolizó la unidad en lo electoral, y la Mesa en lo político.
2.-Mensajes despolarizados: la MUD los tuvo, en buena cantidad. La campaña de 2012 también fue una que buscó despolarizar (cosa que Chávez captó y por eso repolarizó con el término “majunche” para referirse a Capriles y a su campaña, o al encasillar el programa de Capriles como “neoliberal”).
3.-Política programática y búsqueda del consenso: en 2012, los candidatos firmaron un programa unitario. La MUD también generó programas sectoriales. La línea programática en la MUD fue fundamental con grupos conformados de manera consensual para preparar los programas.
El diseño de la MUD y sus reglamentos promovieron el consenso. La Mesa lo logró hasta su crisis en 2013.
4.-Resolución de conflictos: los reglamentos de la MUD previeron el disenso y definieron mecanismos para manejar las diferencias. También tuvo instancias para tratar las discrepancias como la Mesa (los días miércoles). La Secretaría Ejecutiva, para tomar sus decisiones, siempre buscó la resolución de conflictos de manera consensuada. No fue una instancia para “imponerse” con elegancia o por la fuerza.
5.-Tácticas extraordinarias para desarmar al autócrata: en esta quinta lección, quizás a la MUD le faltó un manejo más innovador de sus mensajes, pero tuvo mensajes de impacto como la cuña sobre los “containers de PDVSA”, el programa de 2012, la de la “última cola” de 2015 -que el gobierno le restriega como una oferta engañosa- y evitó polarizar cuando en la noche de las parlamentarias de 2010, la famosa frase dicha por Ramón G. Aveledo, “ustedes saben lo que nosotros sabemos”. La MUD no cayó en el terreno al que el gobierno quería llevarla la noche del 26-9-10 para “polarizar” por los resultados del 26 de septiembre.
6.-Visión de futuro a través de propuestas concretas: la campaña de 2012 incluyó propuestas concretas. Los programas sectoriales de la MUD tenían ese propósito: aterrizar el programa general.
7.-Liderazgo colectivo: aunque en nuestro país los partidos son celosos de su identidad, liderazgos, e influencia, la MUD logró un liderazgo colectivo. Los partidos decidían en sus instancias como la Mesa o el G7. La Secretaría Ejecutiva convertía en políticas las decisiones tomadas por los partidos en conjunto, y fue muy celosa en no buscar protagonismo. Recuerdo la frase de Ramón G. Aveledo en las reuniones de la Secretaría, “los partidos son los que están en el mostrador; nosotros, en la cocina”.
Otra instancia para el liderazgo colectivo fueron las reuniones sobre estrategia, conocidas como “encerronas” en la que los partidos y sus dirigentes se reunían para analizar la coyuntura, la estrategia, y tomar decisiones en colectivo. La primera fue en agosto de 2009 en La Colonia Tovar.
Ahora, pasemos a las lecciones desde Tailandia. Popovic y Parks nos hablan de las estrategias de la oposición tailandesa, más cercanas a la oposición venezolana de hoy, porque en Tailandia también la oposición fue reprimida en sus protestas y partidos fueron inhabilitados. Turquía fue la oposición hasta 2015. Tailandia, la oposición venezolana de hoy.
Los autores señalaron que los tailandeses hicieron lo siguiente. Aquí la evaluación es menos favorable a la oposición venezolana. Veamos:
1.-Recuperarse y reagruparse: la situación similar para la oposición pudiera ser luego de las protestas de 2017. Reprimidas por el gobierno, cesaron luego de la elección para la constituyente en julio de ese año. La oposición decidió ir a las regionales de octubre de 2017. Las expectativas fueron muy altas -de nuevo, se impuso la tesis del “quiebre”: la oposición sacaría más de 20 gobernaciones, y eso produciría la “fractura”- pero no se cumplieron. Por esto, la oposición se dividió para las municipales de diciembre. La mayoría de la oposición optó por la abstención como política, la que mantuvo hasta 2021: 4 años sin participar en elecciones.
A diferencia de Tailandia, de los partidos en Venezuela -o de la “calle”- no surgió un liderazgo innovador o fresco. La oposición decidió por la estrategia de “deslegitimar a Maduro”. Cualquier voz disidente a esa estrategia, fue censurada y denigrada.
La oposición no se recuperó porque dejó de competir en elecciones, y tampoco se reagrupó. Las instituciones de la MUD fueron desmanteladas. La oposición se separó por la política de censura y estigmatización contra los críticos de la abstención, que hoy hace difícil la unidad para 2024. No pocos quienes la piden hoy, poseen la credibilidad para hacerlo. Fueron comisarios políticos de la censura opositora de entonces.
2.-Unirse: lo cercano a la experiencia de Tailandia es Barinas 2021. En el país del sureste de Asia, se unieron dos partidos: uno nuevo -Adelante- y otro “tradicional”, el Pheu Thai. Hicieron una división del trabajo para los mensajes. El primero apeló a los jóvenes y a las ciudades. El segundo, con mensajes a las zonas no urbanas y a los sectores populares del noreste de Tailandia. Sin decirlo previamente, construyeron una alianza para las elecciones parlamentarias del 14-5-23. La “división del trabajo” entre los dos partidos se tradujo en votos el día de las elecciones.
Barinas es el caso cercano. La oposición fue unida en torno a la candidatura de Superlano. Si bien otros candidatos aspiraron, no tuvieron la fuerza para restarle votos a la candidatura de la tarjeta MUD. Superlano ganó. El TSJ birló su victoria, y la apuesta del gobierno seguramente fue que la oposición se dividiría. Se mantuvo unida. Buscaron figuras para sustituir a Superlano. Primero la esposa del dirigente de VP. Fue inhabilitada como su esposo. Los partidos coincidieron en la figura de Sergio Garrido -quien cumplió una función como mensaje hecho persona parecida a la de los dos partidos en Tailandia, es decir, para aglutinar fuerzas- y ganó la elección que se hizo el 9-1-22.
3.-Sobrepasar la censura: en Venezuela una censura como tal, no existe. Sí la autocensura: los medios cuidan lo que van a decir, y los medios críticos salieron del aire desde la época de Chávez, porque fueron cerrados, vendieron, o cambiaron su línea editorial. Hoy hay crítica, pero con “ciertas condiciones aplican”. En redes sociales no hay censura y la crítica es mayor.
Para las elecciones que vienen, quedará ver si se hace alguna red para comunicar o será lo que hay hasta ahora: cada quien comunica y la red se forma de manera espontánea. Cada usuario de la red agrega su versión a lo que sucede y de allí se genera un consenso el que no siempre acierta.
4.-Unir fuerzas con la sociedad civil y movilizar a los jóvenes: las dos cosas las hizo la oposición de Venezuela. La diferencia que observo es que en Tailandia no se buscó derrocar a un gobierno, también autoritario, sino expresar una protesta -contra la corrupción, por ejemplo- y un propósito instrumental: reforzar la maquinaria electoral para las elecciones. Hacer publicidad con la protesta para tener los famosos testigos para las mesas electorales.
La protesta en Venezuela fue orientada a crearle una crisis al gobierno para ver si caía. Curioso, pero en estos dos textos que leí para hacer este artículo, no se habla del arcano sobre las transiciones que se impuso en la oposición: “quiebres”, “costos”; “fracturas”; la politología economicista y conductista que, pese a su fracaso, domina en la oposición e insiste que, en algún momento, la “historia la absolverá”. Ahora se espera sea en 2024.
También las figuras de la sociedad civil perdieron fuerza porque fueron cooptadas por el gobierno y por la oposición. Los estudiantes y los trabajadores, por ejemplo. De manera que hay “estudiantes y trabajadores del gobierno y de la oposición”. Por eso sus llamados no tienen la fuerza del pasado. Se les percibe como las “caras bonitas” de factores de poder que no quieren ser visibles. Perdieron su legitimidad de ser de la sociedad civil. No son “los dueños del circo”.
En Tailandia la lucha política parece más genuina: gente que se organizó para ganar una elección, sin pretensiones para escribir la gran historia para un documental tipo Ucrania 2014 -como se quiso hacer en Venezuela en 2017- o un gran libro sobre la transición venezolana, para ser estudiado en las universidades del mundo, que es el sueño de muchos en Venezuela, académicos y no académicos. Lo de Tailandia me pareció más con los pies en la tierra ¿cómo hacemos para ganar una elección dentro de un sistema autoritario? sencillamente. Las cosas se fueron dando sin tanta epopeya o cálculo, que fue y es nuestra realidad. Tuvieron “menos Maquiavelo” y más compromiso y espontaneidad.
En resumen, lo que Turquía hizo fue lo que la MUD realizó hasta 2013. Lo que la oposición en Tailandia construyó, fue el camino de la oposición venezolana luego de 2013. No lo siguió con fidelidad porque optó por la vía insurreccional, sea con protestas, sea con la abstención, para terminar con la “presión internacional” para el “regime change” que abanderó el interinato desde 2019 a 2021.
El problema que a mi modo de ver tiene la oposición venezolana y que le dificulta replicar a Turquía o a Tailandia para 2024, es que no es “algo político”. Retrocedió en sus logros. Es duro decirlo: políticamente, la oposición es nada. Perdió lo que con esfuerzo logró con una pésima estrategia, mal concebida y peor aplicada, en la que todavía se busca insistir para 2024.
Leí en redes sociales una discusión por la respuesta que Ecarri dio a una pregunta de Vladimir Villegas. El candidato señaló que mantendría a Padrino López como ministro de la defensa en un eventual gobierno del candidato del lápiz.
La discusión en redes sobre lo afirmado por Ecarri transcurrió como si el gobierno de Maduro va de salida y le tiran un salvavidas para un “mejor salir”, en la famosa tesis de “construir la transición”. Como si estuviéramos en la España de 1975.
Está bien, pero veo un pequeño problema. Honestamente, creo que está fuera de época pensar que estamos en España 1975 (sí podemos acercarnos a Chile 1988). Pienso que a esa propuesta de Ecarri, Padrino López ni le presta atención -se acerca a una década como ministro de la defensa en un gobierno que no parece va a caer- y tampoco estimo será de interés para la institución, la que ya tiene su propia vida y autonomía. Para que Padrino y las FAN volteen a ver la propuesta de Ecarri, primero la oposición tiene que ser algo en lo político. Dejar de ser nada. Una vía para ser algo, son las elecciones que darán una medida de las fuerzas que realmente tiene la oposición.
Así las cosas ¿qué debe considerar la oposición de Venezuela para ganarle al chavismo?
Fuera de los aspectos para organizar una fuerza electoral que son importantes, creo que Turquía ofrece una octava lección, que no está a la vista. Que la oposición turca abordó con su estrategia, pero no con la suficiente profundidad para la segunda vuelta.
La lección #8 son las apelaciones psicosociales que hace todo autoritarismo, que van más allá del “cálculo racional” paradigma de casi todos los artículos desde la politología sobre autoritarismos.
De aquí la sorpresa con el resultado para Erdogan en la primera vuelta. “Racionalmente” se esperaba que la gente votara contra un autoritarismo. No tiene que ser así. La racionalidad de los mundos de vida y de la cotidianidad es distinta a la racionalidad del poder. Un autoritarismo puede ser “racional” aunque no tenga ningún incentivo “racional” para ser apoyado y, más bien, tendrá consecuencias negativas para la persona.
Ese será el fondo para la segunda vuelta en Turquía. Por eso el cambio en el tono de las cuñas de Kılıçdaroğlu, que tocan el “nacionalismo” y, especialmente, la seguridad, pero no la seguridad ciudadana, sino la seguridad existencial, como proyecto de vida.
Al final del día y desde el punto de vista psicosocial, un autoritarismo es un proyecto de vida que ofrece una tranquilidad para existir. Pequeña, limitada, gris, pero con seguridad al fin y al cabo.
En condiciones de desigualdad o desventajas de poder, puede ser la opción “racional” porque el discurso autoritario maneja el “nosotros”-“ellos” de manera de construir una amenaza para los otros grupos que el autoritarismo reduce, al identificar culpables.
Al ser resilientes, los autoritarismos apelan a la disonancia cognitiva de “si ya me calé esto, me podré calar otra cosa más ¿qué es una raya más pa’un tigre?”, por lo que pueden sostenerse con el apoyo de los votantes, aunque no parezca racional.
A diferencia de los autoritarismos del pasado, donde la vida era riesgosa, en los modernos es posible tener una con menos riesgos. La razón es que los autoritarismos viejos tenían límites claros (los de la Guerra Fría). En los modernos, son borrosos.
Veamos Venezuela: un rato se habla de los migrantes y de la tortura, para inmediatamente, platicar sobre un concierto y una buena marca de cerveza. Los autoritarismos modernos no son lineales. De aquí que sea crucial la famosa cita de Arendt: distinguir entre la verdad y lo que no es. Hoy no es posible esa distinción porque las redes dan voz a todos, de manera que la diferencia es complicada porque son muchas distinciones en la opinión como personas hay. Si a esto se suma que puedo crear una distinción con la IA o con las redes ¿Dónde está lo tangible?
Por ejemplo, hace días, salió un video en que María Corina Machado denunció que una línea aérea buscó una excusa para no venderle un boleto. El video es cierto, solo que fue en 2017 pero volvió a salir en 2023 como si hubiera pasado en 2023. Cuentas se hicieron eco del video de 2017. Algunas lo sacaron y señalaron que fue en otro momento, pero otras no lo hicieron. La justificación para no hacerlo es que “podría haber pasado” o “puede pasar”.
El problema, entonces, no es la verdad o la “información basada en la evidencia”, sino lo que quiero creer. Mejor: la “información basada en lo que quiero que pase o creer”. Aquí entran las “afinidades electivas” para escoger las ideologías que no son procesos racionales sino motivacionales. Si quiero creer una mentira porque llena una necesidad, pues así será y seré feliz de paso.
En este terreno de lo que “podría haber pasado” los autoritarismos son más eficientes para mantenerse. Como el postmodernismo, están fuera de los límites, de los marcos, y pueden ser los límites al mismo tiempo, pero de otro tipo los que también pueden cambiar y no ser límites, pero serlo.
Resulta, luego, que los autoritarismos modernos son como una pecera: el pez está dentro del agua, pero no ve el agua, pero está allí. Es factor de vida, pero no la ve. Estamos en un autoritarismo, pero no siempre se ve porque hay un agua pero que, en virtud de las redes sociales, parecen muchas aguas.
Esto será el desafío para las fuerzas que buscan sistemas políticos con poderes limitados y la alternancia, los que tampoco son la solución (si vemos el caso de Ecuador) ¿Cómo reconocer un agua autoritaria en muchas aguas, y explicarlo al público que vive en esa agua autoritaria desde un plano racional? O “deconstruir” la “narrativa” de la pecera para usar la expresión de Lula cuando recibió a Maduro.
Esto nos lleva a las dos disyuntivas planteadas al comienzo de este artículo, que son propias para el caso venezolano porque son criterios que moverán el voto, junto a los instrumentales. Están allí, de manera “inconsciente”. Los autoritarismos también son operaciones en el “inconsciente”. Allí habitan. Se manifiestan en comportamientos visibles (votar por una opción autoritaria, por ejemplo).
Las dos disyuntivas son: convivir o guerrear; y lo estable o el riesgo (como proyecto de vida y cambios en la sociedad).
La primera es más convencional si se quiere, en nuestra historia. La veremos otra vez en 2024 ¿Queremos convivir o guerrear?
El pueblo quiere convivir. Las elites, guerrear.
Las últimas son belicosas no solo por lo que podemos llamar el “síndrome Bolívar” (o Miranda o Ribas), sino porque realmente están bien. Tienen sus “paracaídas de oro”.
El grueso de su dinero está afuera, igual toda o parte de su familia. Tienen sus pasaportes listos, y algunos tienen pasaportes de otras nacionalidades. Si hay un conflicto, pueden irse, y desde afuera, enviarnos “mensajes para seguir en la lucha”. Si no, viajan cada cierto tiempo para relacionarse con el mundo, y regresar frescos y radiantes para proseguir con las “grandes luchas” domésticas.
Son elites que están bien, como se observa en las más descollantes tanto del gobierno, de la oposición, y de la que no coexiste, no baja la cabeza, ni se dobla. Pueden jugar a la guerra porque no hay un costo directo. Si lo hay o lo hubo, pueden compensarlo. De aquí sus aventuras y apuestas.
Si fracasan, tampoco hay un costo. Adoptan el papel de víctimas, se refugian en dar clases, escribir, algún grupo “de la causa” le dará cobijo, ingresar en alguna de las academias o universidades -adentro o afuera- fundar una ONG, y esperar a que la ruleta del poder los vuelva a favorecer cuando su grupo llegue o gane.
La perspectiva del pueblo es diferente. Sencillamente, no tiene un “paracaídas de oro” como se ve en el Darién. Si hay un paro como el de 2002, puede perder el empleo y no tiene dólares afuera para compensar o mantenerse. Por eso, entre otros motivos, asiste a su trabajo. Sus muertos en los conflictos políticos son instrumentalizados por las elites -que hablan por las víctimas- o son olvidados. A la familia le queda seguir sola en el olvido, en la dureza de la vida cuando muere el padre o la madre.
El pueblo es factor de contención para las “locuras” de las elites, las que hace tiempo nos hubieran llevado a una guerra civil. Lo fue en 2002 como en 2017. El pueblo no se engancha, y eso que lo seducen para que entre en los combates. Su “ADN desde la Independencia” es que es la parte delgada de la soga, la que siempre se revienta. Prefiere llevar su vida y políticamente, expresarse con el voto. El pueblo vota. Las elites dilucidan sobre las famosas “repúblicas aéreas”, la “integración de los pueblos”, o sobre “estatutos para la transición” o CAPA (algo que llaman “Consejo de Administración para la Protección de Activos”). En sus mundos, felices.
Soy elite, pero me siento cercano al pueblo: así que opto por convivir y no guerrear en la primera disyuntiva.
La segunda disyuntiva la veo más contemporánea y más compleja para quienes buscan la alternancia en el poder. Los autoritarismos ofrecen un proyecto de vida, cuyo eje central es una “vida tranquila”. En los autoritarismos no hay riesgos. El único riesgo es cuestionarlo. Pero dentro de la pecera, el agua no se ve mal.
Pienso que una de las claves de Erdogan para lograr el resultado ganador en primera vuelta, fue apelar a esa “vida tranquila” de los autoritarismos, con mensajes nacionalistas y que construyen el “nosotros”-“ellos”.
En una entrevista que la colega Becky Anderson de CNN le hizo a Erdogan el 17-5-23, el presidente de Turquía señaló la fórmula mágica de los autoritarismos: “estabilidad y competencia”.
En esta línea, las elecciones en Grecia del 21-5-23 en las que el partido gobernante fue reelegido. La izquierda tuvo una derrota importante. Seguí una entrevista en CNN –“Quest Means Business” del 22-5-23- a Yanis Varoufakis, quien en 2015 fue ministro de finanzas durante la crisis griega, luego se separó del gobierno, y ahora encabeza un frente político, para explicar el desastroso resultado de la izquierda y del frente de Varoufakis. Claro que la respuesta del académico es interesada, pero me pareció relevante porque sin plantearlo así, tocó la nuez de los autoritarismos modernos.
Dijo que hay que evitar “la erdoganización u orbanización de Grecia” y -lo que me llamó la atención- que la derrota de su partido y de la izquierda en general se debe a que las personas, aunque saben que no están bien -según el exministro, los salarios reales en Grecia están por debajo si se comparan con los de 2015- quieren llevar una vida tranquila [“(…)They want a soothing narrative of normality”].
Es la promesa de los autoritarismos: una normalidad, una vida tranquila. Limitada, pequeña, más para el hombre y la mujer de a pie que para las elites. Esta idea de vida tranquila es lo que me transmite el programa de Maduro de los lunes, “Con Maduro +”. Sobre este programa vendrá mi artículo de la próxima semana para El Cooperante.
No sé qué tan competente será el gobierno de Erdogan, pero estoy seguro que es mucho más competente que el gobierno de Maduro. No me imagino a un ciudadano de Turquía pasar por las penurias que los venezolanos tenemos que experimentar por responsabilidad del gobierno. Hace unas semanas, observé una caricatura de una persona que llevaba un cuñete de agua, una bombona de gas, a un bebé, todo encima, para mostrar nuestra cotidianidad (hernias incluidas): “cargando algo” que en teoría debe ser un servicio público que debe funcionar porque el Estado lo cobra.
El gobierno del presidente Maduro podrá hablar de “estabilidad” pero no de “competencia” porque es bastante incompetente, ideologizado, y corrupto.
Sin embargo, la dolarización parcial que el país tiene permite llevar una vida a todos los sectores, con más o menos dificultades y alejarse de la política. Es el proceso de “autonomización de la sociedad” que comenzó con la crisis económica y fue reforzado por el conflicto civil que hay en Venezuela. En simple, las personas aprendieron a sobrevivir por su cuenta y a tener una vida, alejada de la política. De aquí que, por ejemplo, el hallazgo de Datanálisis en el que el 83% de la población no se identifica con partido alguno. En otras palabras, 8 de cada 10 venezolanos. Esta es una buena evidencia de la lejanía de las personas con la política. Antes -según la firma- la relación era de 4 de cada 10. Seis tenían identidades partidistas.
También la estructura de clases cambia. La firma Datanálisis comentó que ser pobre o no serlo en Venezuela, depende si la persona está dolarizada. Para la firma, los estratos sociales en Venezuela son: “bajo excluido (38%), bajo con oportunidades (25,9%), medio establecido (21,2%), medio emergente (12,0%), alto (2,9%)”. Si se agregan, el sector de menores ingresos suma 63,9% y el grupo con más ingresos totalizó 36,1 por ciento. Es decir, de cada 10 venezolanos, seis no tienen buenos ingresos y 4 mejores ingresos, pero si se ven por cada grupo, la visión es otra.
Por ejemplo, 1 de cada 4 venezolanos está en el estrato bajo “pero con oportunidades” y 1 de cada 10 es “sector medio emergente”. Si se ve así, realmente los excluidos son 4 de cada 10, que no es una cifra baja, y 6 de cada 10 tiene algún tipo de recursos.
Los sectores emergentes -mayormente de las clases populares- suman casi el 40 por ciento. Esta agregación de clases da cuenta de la estabilidad política. Hay un “pueblo” que emerge, y la pobreza o ausencia de oportunidades está focalizada. No significa que lo anterior no sea importante -son 4 de cada 10 venezolanos los excluidos, que es bastante- pero la pobreza ya no está concentrada solamente en la clase popular lo que crea otros problemas, pero hay un piso para la estabilidad social. La dolarización trastocó la configuración tradicional de las clases en Venezuela.
Datanálisis opina que la zona en donde se viva no es un referente para hablar de bonanza como fue en el pasado. Una persona que viva en una zona de clase media no necesariamente tiene los ingresos que corresponden a ese sector. Una persona que viva en una zona popular puede tener un poder de compra mayor al de la persona de clase media. Aquí están los “emergentes”. Vienen del sector popular lo que da otra perspectiva a la realidad venezolana. Sectores emergentes no tanto por las políticas del Estado -que reciben, el Clap o el subsidio a la gasolina- sino producto de la dolarización que valora sus actividades. Por ejemplo, electricistas, plomeros, albañiles, niveles técnicos, los que ahora tienen otra perspectiva social porque tienen mejores ingresos y están dolarizados.
El país se organiza en torno a la capacidad para generar dólares que es lo que define la estructura social. El acceso para dolarizarse precisa la suerte social de los sujetos y grupos. Hay espacio para una relativa “vida tranquila” (así sea pequeña y aburrida).
Los cambios estructurales de la nación se ven en quienes regresan. Una nota de El País del 15-5-23 firmada por Flor Singer, reseñó cómo venezolanos que vuelven, definen el momento político que se vive. Es interesante porque permite explicar por qué se da la estabilidad política.
Es sencillo: el gobierno separó al Estado/política de la sociedad a través de la dolarización parcial, que permite que las personas lleven una vida, mejor o peor; buena o mala; austera o abundante, pero la pueden llevar (que se ve en los sectores emergentes en la clasificación de Datanálisis).
Esta separación del Estado/política de la sociedad la llamo “el Maduro liberal” porque en la escisión está “el dejar hacer, dejar pasar” que define varias políticas del gobierno.
Una de las entrevistadas por el impreso de España -regresó de Chile- comentó un cambio “agridulce” que nota en Venezuela, y que no le desagrada:
“Aquí ya nadie le para a el Gobierno, eso me da cierta tranquilidad. Estamos demasiado jodidos, esto es un desastre, pero ha surgido la autogestión y ya nadie espera nada. Como en mi casa, que no llega agua desde hace cuatro años pero ahora se llama al camión cisterna y cada familia resuelve(…)Ahora siento que este es un país sin Estado donde la gente hace su vida como puede(…)Aquí puedo hacerlo, porque tengo las redes y la familia. No estar aislada ayuda(…)Me da mucha felicidad poder concretar este proyecto que siempre he tenido y con ello sortear las condiciones en las que está el país”.
En el “cada familia resuelve”, la “autogestión”, y “hacer su vida como puede”, está el secreto de la estabilidad política venezolana, y a lo que el sistema autoritario apelará en 2024. Una cierta “vida tranquila”.
El Estado se retiró y se alejó de la sociedad. Permite que ésta respire y “haga su vida como pueda”, y eso hace la vida en Venezuela menos amargada, si se compara con la época de la dura intervención del Estado en la que hablar del dólar era penado o riesgoso. Se hablaba de “limones” o “lechugas”, pero no del dólar. Todavía hay su temor, pero ya no se habla de frutas o verduras, sino de “Ref” para referirse a la moneda de los EUA, y es público como se ve en las tiendas.
Esa sensación de no opresión -al menos con la moneda- hace que la persona sopese que lo malo de la situación se compense con un “dejar hacer, dejar pasar” que a su vez es en toda la sociedad y ésta se transforma sin la intervención o una mínima desde el Estado.
Al llevar una vida alejada de la política, está el gancho para un autoritarismo. Su sex-appeal. Si a alguien le da igual lo que suceda en política al mismo tiempo que puede llevar una vida, votar por una opción autoritaria puede ser racional porque ofrece estabilidad para llevar esa vida, y en procesos psicosociales más profundos, ser un castigo contra la política y “los políticos tradicionales”, a quienes se desplaza la frustración por no tener una mejor vida.
Se vota no por algo sino en contra de algo, aunque sea un castigo contra el propio bienestar de la persona que conscientemente no lo ve así, alimentado por el discurso “nosotros”-“ellos” que usa todo sistema autoritario.
Querer castigar al sistema pero no tiene claro sus causas -el origen de la “banalidad del mal” de Arendt es un “sesgo cognitivo”, es no “pensar irracionalmente”- el que al final acepta al sistema que lo oprime o limita sus posibilidades de vida. El atractivo autoritario es poder llevar una vida tranquila. Si el gobierno de Maduro fuera competente, tuviera al menos un 40% de aprobación.
Dos casos para ilustrar cómo un modelo de vida puede ser ofrecido por o dentro de un sistema autoritario, y no son malos modelos de vida si se ve en frío. Se puede votar por ellos. Lo que igualmente quiero mostrar es cómo la respuesta de la oposición -menos de los partidos, más de las redes sociales- refuerza la eventualidad de votar por un sistema autoritario porque el discurso vigoriza el “nosotros”-“ellos”.
El 18-5-23 el presidente Maduro inauguró la Universidad experimental de especialidades eléctricas.
El chavismo ha hecho de la educación una de sus banderas. El mensaje principal es que es una educación para todos, no exclusiva ni excluyente. La mentira oficial señala que antes del chavismo la educación era elitista. Como los gobiernos antes del chavismo tienen pocos dolientes y dado el poder del Estado para comunicar, esa mentira se dice, se repite, y se cree. Para probarla, los gobiernos chavistas debilitaron el sistema educativo tradicional y promovieron uno paralelo, que llega a la educación superior.
Disminuye, por ejemplo, a la UCV y a la USB y las lleva a la ruina –a pesar de las reparaciones en la UCV- pero crea muchas universidades de bolsillo en regiones. La universidad eléctrica es una de bolsillo.
El ejecutivo bien pudo conversar con las universidades que tienen esta carrea. Salvo que las universidades se hayan negado, lo que se concluye es que al gobierno no le interesan esos acuerdos. Su sistema educativo es su sistema, en sus condiciones, que facilita una narrativa que no “le debemos nada a nadie”. Si hace un acuerdo con la escuela de ingeniería eléctrica de la UCV, será un reconocimiento compartido. El discurso de “solo con el chavismo puedes ir a una universidad”, se viene al suelo. La dominación simbólica perdería fuerza. Entonces, nada de acuerdos con la UCV.
Mi punto es el siguiente: que si mi vida gira en torno a Guri, la universidad de especialidades eléctricas no me parecería mala idea. Está ubicada en la misma planta de Guri, que es el sitio de trabajo y de vida de muchas personas. Es decir, pueden seguir y hacer una vida ahora con una universidad.
Una de las trabajadoras de Guri que habló en la inauguración, afirmó que no tendrá que desplazarse 100 kilómetros para estudiar. En esa afirmación, la trabajadora dejó ver el mundo tranquilo y estable que puede ofrecer esa universidad: cerca de mi trabajo, cerca de mi casa, cerca de mi cotidianidad. Llego a mi trabajo, realizo mis actividades, almuerzo allí, tengo clases, pero luego voy a la biblioteca, y me regreso a mi casa. Todo relativamente cerca.
Si estuviera en los zapatos de esa trabajadora, no me parecería mala idea la universidad y del proyecto de vida que comunica. La valoraría más con los ataques que se hicieron al anuncio sobre la puesta en funcionamiento de esta universidad de bolsillo.
Las críticas más inteligentes fueron las que destacaron que Maduro no habló sobre alianzas con universidades que ya tienen esa carrera, sino crear otra institución más. Pero varios de los cuestionamientos fue restarle relevancia o burlarse. Pero esa universidad puede ser la pieza que faltaba para que mi mundo tenga sentido. Pequeño, limitado -tal vez la persona no lo vea así- pero mundo con sentido al fin y al cabo. No será la USB o UCV, pero tiene un rector y dará un título.
El segundo ejemplo es con un anuncio que causó mucha molestia en redes sociales. Fue hecho el 19-5-23 por la alcaldía de El Hatillo, la que informó que para la llamada “zona rural” del municipio -que comprende una extensión que va desde Gavilán hasta el municipio Paz Castillo (Santa Lucía), que cubre más del 50% del territorio de El Hatillo- operará un sistema de transporte de motos con cabinas conocidos como tuktuk.
De acuerdo a Wikipedia, el tuktuk es un triciclo motorizado cuyo origen en masa está en Asia en 1960, porque ya existían en Italia a finales de la década de los 40, pero en pequeña escala. De acuerdo al portal, los tuktuk son usados por 29 países del mundo entre los que están Inglaterra, Vietnam, y Colombia.
Esta noticia fue todo un tema en redes. La respuesta dominante fue la indignación –para variar- por este medio de transporte que se considera de segunda.
De acuerdo a la alcaldía, el transporte que llama “motobus” podrá llevar a 8 personas, a “precios solidarios”, y cubre las rutas Turgua-La Mata, Gavilán-Sabaneta, y La Mata-Gavilán.
Pongo este ejemplo del tuktuk hatillano porque la indignación en redes muestra lo distante que pueden estar las elites del mundo de a pie, y por qué eventualmente esa persona de a pie podría optar por un gobierno que ofrezca llevar una vida tranquila, así sea limitada, pero tenerla, frente a críticas que se limitan a la indignación, como en este caso.
El transporte es uno de los problemas más importantes de la zona rural. Viajar de El Caracol al pueblo de El Hatillo, por ejemplo, puede tomar una hora. Si alguien de El Caracol trabaja en Caracas, puede consumir 3 horas de su tiempo en diferentes autobuses para llegar a la capital. Uno hasta La Mata, otro hasta Baruta, otro hasta Chacaíto, y allí tomar el Metro. De vuelta el mismo itinerario, y pagar varios pasajes. Pero de El Caracol a la Mata posiblemente sea a pie, para llegar a una cola atestada de personas que esperan el bus. Si son niños, posiblemente lleguen tarde a clases o no vayan para evitar caminar largas distancias. Gastar 3 horas para ir a un trabajo, es demoledor.
El “motobus” está diseñado para ser un transporte interno en zonas rurales que no tienen uno y en donde el transporte convencional es complicado. Hay partes de la zona rural que son calles estrechas, de tierra, con huecos, con desniveles, o “fallas de borde” que hacen difícil una maniobra para un vehículo grande. Durante la crisis o las lluvias, los autobuses cargaban y desembarcaban en La Mata. No podían ir más allá. De ahí a caminar una o más horas, en el día o en la noche. En la hora nocturna, las personas que venían de trabajar en Caracas caminaban en grupos desde La Mata hasta sus casas para disuadir a los potenciales delincuentes.
Durante las manifestaciones de 2014 y 2017, los trabajadores de la zona rural se venían a pie, lo que habla muy bien del trabajador venezolano. También se regresaban caminando para volver al día siguiente a su trabajo ¿Eso es vida?
Esta zona es “proveedora” de trabajo para las elites. Probablemente el trabajador que atiende a un indignado por el tuktuk sea de la zona rural, y habrá llegado a tiempo al Farmatodo, al Central, o al Plazas para preparar las bandejas de charcutería que se llevarán algunos de los que señalan que ese medio de transporte es degradante, dicho desde la comodidad de una urbanización, no caminar ni para subir de PB al piso 1, tener carro, pagar un “ridery”, o un moto taxi que no crea tanto escándalo aunque es una moto como el tuktuk.
El problema con el tuktuk será si es sostenible en el tiempo. Ideas buenas hay, lo que no hay son ideas buenas que se mantengan en el tiempo. Alcaldías de El Hatillo han buscado atender este problema. Durante la gestión de Smolansky -no voté por él en ningún momento- se hizo un buen esfuerzo para llevar el transporte a la zona rural. El “TransHatillo” con buses más convencionales. Las famosas “camioneticas”.
Como todo en Venezuela, no duró. En parte por el conflicto político, pero también porque mantener un transporte de ese tipo en una zona tan agreste en sus vías como la zona rural, no debe ser barato. Los Yutong del gobierno tampoco es que tengan mucha presencia. La logística para esa zona es complicada.
No es mala idea tener un transporte sencillo para salir de El Caracol -para seguir con mi ejemplo- y llegar a La Mata o a Gavilán, para tomar el transporte convencional. Para quien camina todos los días con un mercado e hijos a cuestas -como se ve en la zona- debe ser un gran alivio poder ahorrarse una hora o más de caminata, y tener esa energía para lidiar con el transporte normal el que tampoco es muy bueno que digamos. Así que no veo mal el tuktuk. El deseo es que se empotre en la zona rural como política pública y dure.
Imaginemos que El Hatillo tuviera un alcalde chavista. Es probable que el gobierno construiría el discurso “nosotros”-“ellos” con este transporte, al ver a los indigandos por el tuktuk. Oponer a los críticos que tienen sus carros, “indignados” porque les molesta que personas que no tienen auto puedan disponer de un medio de transporte motorizado ¿Por quién cree que votarían las personas de la zona rural? No es fácil conjeturarlo.
Sobre la capacidad para ofrecer una vida tranquila será el terreno para disputar a los autoritarismos en sociedades que viven un ajuste económico, como la venezolana.
El mundo liberal requiere un tipo de sociedad y de público, no en el sentido que necesite algún requisito (como un título para postularse, como plantean los neopositivistas de hoy; me muevo en la idea básica de la Ilustración en la que todos podemos analizar, comprender, y decidir bien), sino unas condiciones de vida que el mundo de hoy no ofrece por la desigualdad social.
Es un mundo menos amable cuyas formas de gobierno también serán menos amables, y que serán “normalizadas”. Es el reto para quienes buscan gobiernos con pesos y contrapesos y con períodos limitados.
Es argumentar que en un gobierno con poderes limitados se puede tener una vida tranquila, no solo en un autoritarismo. La fortaleza del gobierno de Maduro, desde el punto de vista psicosocial, es menos la percepción de ser difícil para derrotar en una elección, que la realidad que personas pueden llevar una vida tranquila, así sea limitada o con problemas.
El reto para la oposición turca, griega, tailandesa, o venezolana es ofrecer una vida tranquila dentro de un sistema que por su naturaleza plural tiende a la tensión como es la democracia liberal, sistema que tiene competencia en democracias no liberales pero que ofrecen -no todas- calidad de vida y una “vida tranquila” ¿Por qué no dar el salto de un modelo a otro, aunque sea más autoritario? Es una pregunta “tabú” pero que puede ser lógica para muchas personas.
P.S: Erdogan ganó la segunda vuelta en Turquía del 28-5-23. Redondeado, sacó 52% versus 48% obtenido por Kılıçdaroğlu. Entre la primera y la segunda vuelta, se mantuvo el voto en las provincias (Erdogan sumó una, pasó de 51 a 52).
En la primera vuelta, fuera de los votos para el gobierno y para la oposición, quedó un 5,17% para Ogan y un 0,43% para Ince. Sumados, son 5,6 por ciento.
Para la segunda vuelta, este porcentaje se repartió 2,58% para Erdogan el que pasó de 49,5% en la primera vuelta a 52,1% en la segunda. Kılıçdaroğlu sumó 3,02% para pasar de 44,8% a 47,9% respectivamente. Es decir, la oposición sumó más votos del 5,6% de los terceros candidatos, pero Erdogan estaba más cerca del 50 por ciento. La campaña de la oposición tuvo su efecto, pero no el suficiente para ganar.
En teoría, este es el último lapso como presidente para Erdogan. Queda ver si como Chávez en 2009, promueve una reforma a la constitución turca -de la que habla y propuso para 2022 pero no se materializó- para extender su mandato, sea como presidente o regresar a la figura del primer ministro -suprimida en 2018; ya la ejerció entre 2003-2014- para seguir en el poder. Erdogan señaló que la nueva carta magna será para “una vida tranquila”, el gancho de los sistemas autoritarios.
A la oposición turca le queda la actividad en el parlamento, y mantener la unidad para las municipales de 2024. Analizar los resultados electorales, evaluar por qué se votó por la oposición y por el gobierno, y preguntarse ¿cuál es su versión de una “vida tranquila” para los turcos? Es la pregunta que todos los movimientos que buscan desplazar a los autoritarismos vía elecciones deben hacerse.
La victoria de Erdogan eleva el listón para quienes persiguen sistemas con poderes limitados, por una sencilla razón. Desde un autoritarismo, el costo para una victoria no es alto. Controla el poder. Para la oposición -si juega dentro de las reglas del sistema, como creo debe ser- el costo es muy elevado porque la fórmula para ganar es muy delicada y supone equilibrios de malabaristas. Lograr alianzas, y si se pierde, esas alianzas se pueden acabar por el temor a la travesía en el desierto, muy dura en un sistema autoritario. Es decir, comenzar de cero otra vez. Los autoritarismos son inelásticos. De modo que quienes juegan dentro de las reglas del sistema autoritario pueden pasar toda su vida intentándolo, cual “rueda de hámster”, y nunca ganar. Rodar y rodar sin avanzar, aunque pareciera que sí.
La pelota la tiene Erdogan. Seguramente al ver los resultados, sabe que hay rendijas para derrotar su largo mandato que pasará los 20 años. Tiene dos opciones: o acepta que mandó mucho y culmina su lapso -cosa extraña en política y en estos días de incertidumbre mundial- o cambia las instituciones para asegurarse una permanencia más longeva en el gobierno.
A la oposición le queda no desfallecer por la travesía en el desierto que vivirá, mantener su mensaje para hacer contrapeso al mensaje oficial, y estudiar con mucho detenimiento el comportamiento del voto y la lógica de los electores, si la oposición se mantiene en jugar con las reglas del sistema autoritario. En sencillo, reducir lo inelástico del sistema autoritario para que no sea imposible ganarle.
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